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Wimbledon se desprende de sus tradiciones

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Comienza un nuevo tenis. Ya se había iniciado el cambio a partir de la pandemia, pero rompe con todo cuando es Wimbledon quien acaba por asumir el presente. El Grand Slam londinense, el más tradicional en un deporte ya de por sí tradicional, nacido en 1877, sustituirá la figura de los jueces de línea por los sistemas electrónicos de marcación del bote de la pelota. Después de 147 años, la visión humana será reemplazada por una máquina que cantará si es fuera en una décima de segundo y que no aceptará discusiones, réplicas ni insultos. «Consideramos que la tecnología es lo suficientemente robusta y es el momento adecuado para dar este importante paso en la búsqueda de la máxima precisión en nuestro arbitraje», afirmó Sally Bolton, directora ejecutiva del All England Club cuando se anunció el cambio. Con la ausencia de los jueces de línea, unos 300 en el torneo inglés, también desaparecen, por tanto, los llamados «challenges»: las tres opciones por set que tenía cada jugador de reclamar la revisión del bote de la pelota que le parecía dudosa por voz del árbitro. La tecnología denominada Electronic Line Calling Live ('canto de línea electrónico en vivo') es una evolución del 'ojo de halcón', que sigue en uso para establecer el movimiento de la pelota gracias a la incorporación de cámaras en diferentes puntos de la pista, y será la responsable de calibrar el bote de la pelota y señalar el 'out' en una décima de segundo. Se probó en la Copa de Maestros júnior en 2017 y acabó por convencer al Abierto de Australia desde 2021, y al US Open, desde 2022, conscientes ambos torneos de que su superficie de moqueta, la más rápida del circuito aunque se le intente frenar con compuestos más adaptados, unida a un tenis y unos estilos de juego que cada vez son más veloces, imponía un tipo de criterio menos subjetivo y más exacto. Wimbledon es sinónimo de pulcritud, de elitismo, de fresas con nata y champán, de no correr por sus pasillos, de verde y morado exquisito en cada planta, y de normas que han llevado de cabeza a más de uno. André Agassi acabó por claudicar, no sin ciertos reparos, a jugar de un blanco reluciente cuando el estadounidense era más dado a innovar con la vestimenta de colores. Otros han tenido sus más y sus menos. A Roger Federer le llamaron la atención en 2018 porque la suela de sus zapatillas era naranja; tuvo que cambiarlas para el siguiente partido. A Marc López le espetaron que debía cambiarse los calzoncillos porque eran negros y se transparentaban sobre el pantalón. Eugenie Bouchard fue directamente sancionada porque se le vio un tirante del sujetador negro. Va levantando cada vez más la mano en esta norma. Para 2023 permitió que las jugadoras pudieran llevar ropa interior oscura para evitar problemas en los días de regla. En 2024, Novak Djokovic salió a la central con una rodillera gris. «Es gris, sí. Pero lo pregunté. De hecho, acabo de conocer a la presidenta del club, justo antes de entrar a la pista. Ella me enseñó el pulgar hacia arriba, así que estuvo bien. Los días anteriores comprobamos si tendríamos permiso. Estamos tratando de encontrar una blanca», se justificó el serbio. La Catedral también ha abierto las puertas a jugar en domingo, cuando hasta hace unos pocos años era el día de descanso. Y aunque no permite todavía que los partidos se alarguen más allá de las once de la noche locales, como acuerdo para no molestar a los vecinos, sí abrazó con soltura la tecnología. Aprobó la entrada del 'ojo de halcón' en 2007 como sistema de revisión en los «challenges», y ha terminado por convencerse de este sistema ELC (por sus siglas en inglés) en apariencia más rápido y preciso en una superficie, la hierba, también compleja y llena de trucos que hacen difícil establecer un bote exacto y riguroso para el ojo de los jueces. En una tendencia que la ATP (circuito masculino) ha impuesto en todos sus torneos para el año que viene y se espera que la WTA (circuito femenino) se apunte enseguida, se queda solo contra el tiempo Roland Garros. El Grand Slam parisino se escuda en que la tierra batida sí permite la huella del bote de la pelota por lo que es todavía seguro el ojo humano, aunque los jueces sientan la presión ante un resultado parejo, y aunque sigan cuestionándose algunas decisiones por la interpretación de dichas señales efímeras en la arcilla. Porque el sistema, asumido, no está exento, no obstante, de errores de bulto a los que no se puede replicar ni aunque las imágenes observen que la decisión ha sido incorrecta. Con todo el posible caos que puede suponer, además, que un torneo sufra un apagón o un corte de energía y no puedan desarrollarse los partidos. Y con todo lo que, señalan otros jugadores, se pierde de interacción, de cercanía, también de riñas y enfrentamientos, de humanidad, en definitiva, en un deporte en el que el tenista está solo ante sus problemas. Permanecerán los jueces de silla, y los de línea se irán reconvirtiendo en esta otra figura, aunque su función también va diluyéndose cada vez más toda vez que la tecnología suma enteros en el deporte. Una de las normas que se ha impuesto con divergencia de opiniones entre los tenistas es la activación automática del contador de segundos para sacar. Si ya Rafael Nadal tuvo problemas de adaptación cuando se impuso el contador, hasta antes de este verano eran los jueces de silla los que calibraban cómo había sido el punto anterior y marcaban el inicio de los 25 segundos para preparar el siguiente servicio. Desde julio, el reloj se pone en marcha de forma automática inmediatamente después de que la pelota del punto anterior se detenga. Carlos Alcaraz, Novak Djokovic, Stefanos Tsitsipas y Frances Tiafoe, entre otros, han expresado su desacuerdo por esta rígida norma que prioriza la velocidad de los partidos, acortando todo lo posible los tiempos muertos, pero que no atiende a la cantidad de intercambios, a la presión de cada punto; en definitiva, a la parte humana del tenis. Por lo menos, en esta segunda parte de la temporada se ha recuperado una tradición cálida y cariñosa que se perdió por la pandemia: los recogepelotas vuelven a ofrecer las toallas a los jugadores entre los puntos. El tenis, y Wimbledon, cambia las normas y su historia.