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Este es el bosque catalán que solo abre diez veces al año y acepta un máximo de 25 personas

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Un paraíso natural escondido entre dunas, pinos y silencio a pocos minutos del aeropuerto de Barcelona

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Entre el zumbido de los aviones que despegan de El Prat y el rumor del Mediterráneo, se esconde uno de los tesoros naturales más desconocidos de Cataluña: el bosque de Can Camins, en El Prat de Llobregat. Este enclave, de apariencia casi secreta, forma parte del Parc Natural del Delta del Llobregat y solo se puede visitar diez veces al año, con un cupo máximo de 25 personas por jornada.

Un lujo, en plena área metropolitana, al que solo unos pocos consiguen acceder.

Un bosque entre dunas

El bosque de Can Camins es un fenómeno ecológico poco común: una pineda litoral que crece sobre las depresiones formadas tras las antiguas dunas de la costa. Aquí, el pino piñonero convive con orquídeas, hongos y matorrales mediterráneos que sobreviven gracias al delicado equilibrio entre la humedad del delta y la salinidad del mar.

Por su fragilidad, el espacio permanece cerrado al público durante la mayor parte del año. Solo se abre en fechas concretas y siempre bajo control, para minimizar el impacto humano sobre el ecosistema. De ahí que sus jornadas de puertas abiertas sean algo más que una excursión: son una oportunidad para ver cómo era la costa catalana antes de la urbanización masiva.

Diez días al año para recorrerlo

Las visitas, gratuitas y guiadas, se organizan desde el centro de información Porta del Delta el primer domingo de cada mes, exceptuando julio y agosto. No requieren reserva previa, pero las plazas son muy limitadas: solo 25 visitantes por sesión.

La ruta empieza frente a la entrada del bosque, a las 11 de la mañana, y se prolonga durante hora y media. Durante el recorrido, un guía especializado explica las particularidades del entorno: las especies autóctonas, la historia del delta y las aves que sobrevuelan la zona —entre ellas, el carbonero común o el pico picapinos—.

Una joya a un paso de la ciudad

Can Camins es, en muchos sentidos, una paradoja: un remanso de paz natural situado a escasos minutos del aeropuerto y de una de las zonas más transitadas de Cataluña. Aun así, aquí el aire huele a resina y sal, y el silencio solo se rompe por el canto de los pájaros.

Su apertura puntual busca recordar que estos espacios frágiles y esenciales aún existen, aunque cada vez sean menos. Pasear por su interior es retroceder a un tiempo en el que la costa catalana era un mosaico de dunas, marismas y pinares.

Y si consigues una de las escasas 25 plazas, entenderás por qué este bosque invisible durante 355 días al año es uno de los secretos mejor guardados del litoral barcelonés.