¡Tierra!
Sacar las cosas de contexto es una forma perfecta de lograr que no se entiendan o, peor aún, de que se subvierta su significado real. Por eso se suele descontextualizar, por supuesto; empezando por el 12 de octubre
Hay sustantivos que, en principio, sólo se construyen en singular, y hay sustantivos que, en principio, sólo se construyen en plural: los singularia tantum y pluralia tantum, respectivamente. Desde luego, eso no significa que, en determinadas circunstancias, norte y sur no deban ser nortes y sures; ni siquiera significa que un autor no pueda reducir trizas a triza jugando a imposibles y, ya puestos, opino que ninguna profesora debería hacer mucho más que ironizar si un alumno exagerado convierte su grima en grimas. Hablar de errores en tales casos es olvidar que la agudeza no es desatino, y que el idioma tiene muchas vueltas y recodos sin necesidad de tirar por calles tan raras. Que se lo digan al Quevedo del “Sueño del infierno” (Los sueños, 1608): “Dije que una señora era absoluta,/ y siendo más honesta que Lucrecia,/ por dar fin al cuarteto la hice puta”.
Volviendo al baúl de los singulares y plurales, quien hurgue en él encontrará tesoros que hasta vienen a cuento de la fiesta que se celebra este domingo, el 12 de octubre. España, las Españas; la misma categoría que Castilla y las Castillas o Madrid y los Madriles. Como es obvio, su plural es de multiplicidad literalísima, la de Baltasar Gracián en El político (1640): “las naciones diferentes, las lenguas varias, las inclinaciones opuestas, los climas encontrados”. Sin embargo, hubo y sigue habiendo gente que echa espuma por la boca cuando lo ve por ahí, a pesar de que las épocas que más dicen admirar fueron precisamente las más dadas a hablar de esa manera. Por ejemplo, ¿de qué llama “reyes” Colón a Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón en el prólogo de su Diario de a bordo, inseparable de Bartolomé de las Casas? ¿De qué es monarca Felipe II según Lorenzo van der Hammen y León en Don Filipe el prudente (1632)? De las Españas, y huelga decir que no eran independentistas irredentos.
Todo esto sería anecdótico si no hubiera una camarilla de demagogos decididos a arrogarse el término España y a falsear tanto su Historia que, a veces, se atreven a representar a Rodrigo de Triana gritando “¡Tierra!” con una rojigualda en el mástil de La Pinta. No se lo tomen a broma, por esperpéntico que sea. Colocar una bandera de finales del siglo XVIII en un barco de finales del XV puede ser un simple problema de ignorancia, aunque nunca enarbolen la tricolor por equivocación; a fin de cuentas, el anacronismo es libre; pero eso es también lo que hacen de facto y sin divisas de por medio al vender constantemente la idea de que esta España, la de hoy, tiene derecho a prenderse las medallas de la España de 1492 o de cualquiera de las Españas que hicieron algo más de lo que han hecho tan preocupados patriotas: transformar el país en un hotel para turistas y un gran negocio para especuladores inmobiliarios. Con el agravante de que, además, niegan dichas medallas a los ajenos a su facción.
Hasta ahora, las Españas a las que me he referido lo son por complejidad (Baltasar Gracián) o tiempo (la suma de todas las que han sido); pues bien, faltan las de contraposición, y no hay contraposición más famosa al respecto que la de Antonio Machado en Campos de Castilla, vía Proverbios y cantares. Seguro que todos y todas recuerdan estas líneas: “Españolito que vienes/ al mundo, te guarde Dios./ Una de las dos Españas/ ha de helarte el corazón”; y seguro que están cansados de verlas u oírlas en relación con la guerra civil. Lástima que Machado no escribiera ese poema entre 1936 y 1939. No, lo que Antonio Machado escribía por entonces eran obras como Madrid, baluarte de nuestra guerra de independencia, en lógica defensa de la República. El “españolito” de Campos de Castilla es de 1912, en pleno reinado de Alfonso XIII, y la oposición entre el país “que muere” y el “que bosteza” está indiscutiblemente inserta en la restauración borbónica, es decir: tiene muchos azules; pero, si hay algún rojo, será en calidad de víctima.
Sacar las cosas de contexto es una forma perfecta de lograr que no se entiendan o, peor aún, de que se subvierta su significado real. Por eso se suele descontextualizar, por supuesto. Con Machado, como con tantos creadores de aquellos años, se han hecho verdaderos esfuerzos por borrar su compromiso político, diluirlo o desviarlo hacia posiciones inocuas. La España que él amaba no encaja bien con la de los manipuladores de este domingo, y su hispanidad tampoco es el fraude chovinista al que estamos acostumbrados, sino la que apunta en Sobre la defensa y la difusión de la cultura, el discurso que pronunció en el Congreso Internacional de Escritores (Valencia, 1937): “Mi respuesta”, dijo –busquen la pregunta en su texto– “era la de un español consciente de su hispanidad, que sabe, que necesita saber cómo en España casi todo lo grande es obra del pueblo o para el pueblo; cómo en España lo esencialmente aristocrático, en cierto modo, es lo popular”.
Por mi parte, nunca me ha parecido que la fecha del 12 de octubre sea la más apropiada para una fiesta nacional en un país con una Historia tan larga como el nuestro; sin negar su importancia en absoluto, creo que hay fechas menos brumosas y bastante más representativas; pero eso es irrelevante a efectos de esta columna, cuyos tiros no van por ese lado. Singulares, plurales, España, Españas, lo mismo da si permitimos que nos roben el sentido de las palabras hasta no saber ni qué significan ni quiénes somos. Y no hagan caso de los que afirman que buscamos tres pies al gato cada vez que denunciamos sus trampas: el día que nos dé por ahí, le buscaremos cinco, que es lo que rezaba el dicho antes de que Cervantes hiciera un chiste a costa de cierto comisario y sacara de quicio al mejor de los españoles de ficción: don Quijote, naturalmente.