Así era lago donde se celebraban las pruebas acuáticas de los JJOO originales -que ha desaparecido-
Un hallazgo arqueológico demuestra que la antigua Olimpia no era un valle seco
Así fueron los primeros Juegos Olímpicos modernos de la historia
Durante siglos, la imagen que hemos tenido de la antigua Olimpia, la cuna de los Juegos Olímpicos, ha sido la de un valle árido, cubierto de polvo, templos y ruinas bañadas por el sol del Peloponeso. Sin embargo, un nuevo estudio acaba de cambiar por completo esa visión. Según una investigación publicada en la revista Quaternary Environments and Humans, el recinto donde nacieron los Juegos se levantaba junto a un enorme lago hoy desaparecido. Un paisaje acuático que, durante milenios, fue parte esencial de la vida del santuario y escenario probable de las pruebas acuáticas de los primeros atletas griegos.
El lago olvidado de Olimpia
El descubrimiento ha sido posible gracias a un equipo internacional de geógrafos, arqueólogos y geocientíficos dirigidos por Lena Slabon, de la Universidad Johannes Gutenberg de Maguncia (Alemania). Los investigadores extrajeron testigos de sedimentos en las cuencas de Makrisia y Ladiko, las mismas que rodean el antiguo recinto olímpico.
El análisis de esos sedimentos, algunos a más de 15 metros de profundidad, reveló algo sorprendente: capas de limos y arcillas que solo se forman en entornos de aguas tranquilas, típicos de lagos y no de ríos. Es decir, Olimpia no estaba rodeada únicamente por los ríos Alfeo y Cladeo, como se creía hasta ahora, sino por un auténtico lago interior.
Según el estudio, este Lago de Olimpia existió desde el VIII milenio a.C. hasta, al menos, el siglo VI d.C.. Es decir, durante toda la época en que se celebraron los Juegos Olímpicos de la antigüedad.
El esplendor de un paisaje acuático
Los sedimentos analizados han permitido incluso reconstruir el aspecto del lago: un cuerpo de agua amplio y poco profundo que cubría las cuencas de Makrisia y Ladiko y que llegaba hasta el mismo santuario de Zeus. En su máximo esplendor, llegó a extenderse por más de 20 hectáreas, el equivalente a unos 25 campos de fútbol.
Los investigadores creen que la existencia de este lago no solo aportaba agua y recursos naturales, sino que también habría influido en la vida ritual y deportiva del santuario. Las competiciones de natación o remo, hoy desaparecidas de los registros escritos, podrían haberse celebrado allí, a orillas de esas aguas sagradas.
Aún más fascinante es que, pese a su relevancia, ningún cronista antiguo mencionó jamás la existencia del lago. Probablemente, porque con el paso de los siglos y la desecación progresiva de la zona, su recuerdo fue borrado por completo de la memoria colectiva.
Una historia de 8.000 años bajo el agua
La datación por radiocarbono de los restos orgánicos encontrados en los sedimentos ha permitido trazar la línea de vida del lago. Los primeros indicios de condiciones lacustres datan del 7450 a.C., y hacia el 4300 a.C. el lago ya cubría un área que unía ambas cuencas.
Los estudios también muestran cómo su “salud ecológica” fue cambiando con el tiempo. Al principio, sus aguas eran limpias y dulces, pero hacia el 3200 a.C. comenzaron a mostrar signos de eutrofización, es decir, una acumulación de nutrientes que favoreció el crecimiento de algas. En la época clásica, cuando los Juegos estaban en pleno auge, el lago ya sufría una fuerte contaminación de origen humano.
Los investigadores lo atribuyen a la intensa actividad del santuario: miles de visitantes, animales de carga, ofrendas y residuos que probablemente acababan en el agua. En definitiva, una imagen mucho más viva —y menos idealizada— de la antigua Olimpia.
El final del Lago de Olimpia
Con la caída del Imperio Romano y el abandono progresivo del santuario, el lago comenzó a secarse lentamente. A finales del siglo VI d.C., el nivel del río Alfeo descendió bruscamente, y el lago desapareció del todo. Solo quedó una llanura sedimentaria: la Terraza de Olimpia, sobre la que hoy caminan los turistas que visitan las ruinas del templo de Zeus sin imaginar que, bajo sus pies, un día hubo un vasto espejo de agua.
El descubrimiento del lago perdido de Olimpia no solo reescribe la geografía del lugar, sino también la historia de los Juegos Olímpicos originales. Ahora sabemos que el paisaje que los vio nacer no era un valle seco, sino un entorno vivo, fértil y acuático.
Un paisaje donde el eco de los atletas, los rebaños y las ofrendas se mezclaba con el murmullo de las aguas. Un lago que fue testigo silencioso de ocho mil años de historia… y que, por fin, ha vuelto a emerger desde el fondo del tiempo.