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Dacia Maraini: “El consumo cultural reniega de la memoria, por eso escribir de nuestra historia es un acto de resistencia”

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La escritora italiana presenta en España su último trabajo ‘Vida Mía’, sus memorias sobre la niñez en un campo de concentración japonés en los años 40

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Dacia Maraini (Fiesole, Italia,1936) siempre se pinta los ojos de color turquesa y lo acompaña de un fuerte delineado negro. Es su estilo, dice; se considera una persona coqueta. Dacia Maraini, además, es una de las grandes voces de la literatura italiana contemporánea. Novelista, poeta, dramaturga, ensayista y guionista cinematográfica, Maraini pertenece a la llamada “generación de los años treinta” y se cuenta entre los autores mas reconocidos y traducidos entre sus pares. Su nombre ha sonado como favorito para el Nobel de Literatura en varias quinielas a lo largo de los años y ha sido galardonada con premios como el Campiello (1990) o el Strega (1999), los máximos reconocimientos de las letras de su país.

Hija de un antropólogo y de un aristócrata siciliana, se crio en Japón donde acabó encerrada durante dos años en un campo de concentración para traidores a la patria. Sus padres se negaron a jurar lealtad al Gobierno nazi-fascista en 1943. Ella, cuenta a este periódico, lleva intentando escribir sus memorias a este respecto muchos años. Pero no ha sido capaz. Hasta ahora. “Siento que con todo lo que está pasando en el mundo, es el momento de recuperar mi historia”, cuenta en conversación con elDiario.es. Vida mía: memorias de una niña en un campo de concentración japonés (Altamarea, 2025) es su último trabajo, publicado originalmente en 2023 y que ahora se traduce al castellano junto a Una casa de mujeres (Altamarea, 2025), un monólogo teatral, escrito originalmente en 1977, que se asoma al pensamiento de una joven culta que ha elegido ser puta.

Dacia Maraini, que fue cofundadora del Teatro della Madalena, tiende a escribir sobre la identidad femenina, la denuncia de la violencia de género y la libertad del individuo, con una especial atracción por el mundo de la prostitución y todo lo que le rodea. Diálogo de una prostituta con su cliente es una de sus obras teatrales más influyentes. 

En Vida mía usted narra todo lo que le ocurrió de niña en aquel campo de concentración japonés. Es la primera vez que decide contar la historia completa ¿Cómo ha sido volver a la infancia y a esa experiencia desde la vejez?

Mi padre era un antropólogo muy joven, apenas tenía 25 años, y nos habíamos mudado a Japón porque él estaba estudiando varias poblaciones del norte del país. Yo tenía un año cuando salimos de Italia, ¡fíjate! Siempre me sentí una niña japonesa, hablaba bien el japonés y estábamos muy integrados en la sociedad nipona. Hasta que llegó la guerra. Mis padres no eran personas especialmente politizadas, pero no podían aceptar el racismo y se negaron a jurarle lealtad al régimen. Y, claro, al campo. Un campo que no era un campo de exterminio, pero en el que te movías constantemente entre la vida y la muerte. No nos daban lo suficiente para vivir. Pasamos mucho hambre. Nos estaban matando de hambre.

Y, luego, las amenazas. Nos decían que cuando acabara la guerra iban a rebanarnos el pescuezo. Y nosotros no sabíamos nada de quién iba ganando y quién perdiendo. Estábamos aislados y aterrorizados. Llevo años queriendo escribir de esto, pero era muy difícil y lo he ido dejando hasta que, en los últimos tiempos, con todo lo que está pasando en el mundo, me dije que tenía que terminar este libro, dejar mi testimonio. Todos estamos en contra de la guerra, pero muy pocos saben lo que supone una guerra. Creo que es muy importante que la gente joven entienda lo que es ser un prisionero en tu propia tierra. Por eso me he obligado a terminarlo. 

El acto de coraje de sus padres cambió el curso de sus vidas. En un momento en el que las corrientes autoritarias y populistas están en auge, ¿qué podemos sacar en claro de los actos de resistencia intelectual?

Naturalmente, los que no tenemos poder no podemos hacer grandes cosas. Y los escritores y los intelectuales no tenemos la capacidad de acción que tienen los políticos. Lo que sí tenemos es la capacidad de crear conciencia, de mostrar. Los escritores trabajamos con y nos enfrentamos a la memoria. Y, ahora, en un momento en el que el consumo cultural reniega de la memoria, vive en un presente constante y no está interesado en el pasado, creo que escribir sobre nuestra historia es un acto de resistencia. Sobre todo en un tiempo en el que se desecha la razón y la ciencia y en redes sociales animan a que nos movamos meramente por impulsos y sentimientos.

Millones de niños están sobreviviendo hoy en zonas de conflicto como Gaza, Ucrania o Sudán, ¿ve ecos de su infancia en estas situaciones?

Para mí es muy fácil entender el hambre. ¿Cómo no se me va a encoger el corazón cuando me llegan los vídeos de niños moribundos por no comer? Yo he estado ahí. Es terrible ver cómo el mundo no ha hecho nada y tiranos como Netanyahu o Putin matan impunemente. Y la única manera de detenerlos es aislarlos y frenar las relaciones comerciales. Yo no creo que para detener una guerra tengas que empezar otra. 

La gente tiene miedo, miedo del cambio de identidad, de lo nuevo. Y ese miedo lo aprovechan figuras como Donald Trump, que dice que es cristiano, pero no lo es

Dacia Maraini Escritora

Como escritora con una vida migrante, ¿qué rol juega la literatura en un momento en el que la retórica política mayoritaria en occidente tiende a criminalizar al migrante?

Todo viene de la cultura. Las ideas políticas vienen de la cultura, nuestra identidad viene de la cultura. Todo, absolutamente todo viene de la cultura. La idea del otro y el miedo al otro también. Y la gente tiene miedo, miedo del cambio de identidad, de lo nuevo. Y ese miedo lo aprovechan figuras como Donald Trump, que dice que es cristiano, pero no lo es. La literatura, sí, sirve para contar las historias de los otros y ver que el otro eres tú. Pero ahora mismo vivimos un momento en el que se lee poco y se consume mucha propaganda audiovisual. Así que, aunque hoy también se escriban grandes obras, los escritores han perdido buena parte de su capacidad de influencia.

Su trabajo también se centra en denunciar la violencia de género y el lugar que ocupan las mujeres en el mundo. Escribió Una casa de mujeres en 1977, pero el debate sobre la autonomía de los cuerpos de las mujeres es una constante en el tiempo, ¿dónde nos situamos hoy con ese tema?

He investigado muchísimo sobre la prostitución y he hablado con muchas prostitutas. Es un tema que siempre me ha llamado la atención. Hay una diferencia enorme entre que una mujer adulta decida ejercer porque hay un mercado y necesita un trabajo a las niñas raptadas, que son muchas, claro. 

Tenemos, siempre lo hemos tenido, un mercado en el que el cuerpo de la mujer se convierte en objeto. Hay una demanda, nos guste o no. Y es algo que hemos aceptado porque existe y porque hay que vivir y muchas mujeres adultas se ven en la situación de que les compensa vender su cuerpo para trabajar y es una elección libre. Yo quería explorar eso, cómo una mujer adulta y cultivada puede llegar a optar por esta opción y aceptarla por lo mismo por lo que aceptamos muchas cosas: necesitar dinero.

Buena parte de su trabajo, como este monólogo, es teatral, ¿el teatro sigue teniendo la fuerza política con la que contaba en la época en la que fundó el Teatro Della Maddalena?

El teatro siempre ha tenido un fuerte valor y significado político porque siempre ha supuesto un resquicio de libertad para el pensamiento del público. Y eso siempre va a estar ahí. Si bien es cierto que ahora hay una tendencia onanista y hay un mercado del teatro que busca el entretenimiento por el entretenimiento, del placer sin mirar más allá.  

Siempre ha escrito sobre la libertad. Hoy la censura crece en todo el mundo, ¿qué consejo le daría a los escritores jóvenes que viven en países donde su libertad de expresión está amenazada?

Que la vida es lo primero. Y que siempre nos quedarán las metáforas. Puedes escribir sobre algo lejano, sobre historias del pasado que hablen de conflictos del hoy. Recuerdo una ocasión, en Rusia, hace muchísimos años, cuando fui a ver una representación de Macbeth y en la escena en la que ella aparece con las manos manchadas de sangre, el público se levantaba y chillaba. Lo vi en varias funciones y no lo entendía, hasta que pregunté, claro. “¿Por qué hacen esto?”, “Porque Lady Macbeth es Stalin”. Ellos veían en un personaje lejano la modernidad de lo que estaba ocurriendo en ese instante.