A cañón tocante
El Mossad asesinó por error a Ahmed Bouchiki, confundiéndolo con uno de los participantes de la masacre de Munich. Porque Ahmed era un argelino que currelaba en Lillehammer, Noruega, y que se movía por Europa con su hermano, el artista Jalloul Bouchikhi, más conocido como Chico, de los “Gipsy Kings”
Recuerdo que desplegué el póster sobre la cama, a la espera de que llegase mi padre para colgarlo en la pared. Lo había conseguido abajo, en la tienda de ultramarinos, y en él aparecían unas vacas con su pastor vestido a la manera tirolesa. Luego había carreteras, casas de pueblo y camiones que salían y entraban de la fábrica del Colacao. También, si mal no recuerdo, había estadios olímpicos donde yo iba pegando los cromos, símbolos de los distintos deportes de los Juegos Olímpicos de Munich 72.
Hay veces que los recuerdos emergen, después de haber pasado tiempo bajo los escombros del olvido; y sin previo aviso nos traen un murmullo lejano, a veces traen una sola voz y otras vienen con música, en este caso de rumba gabacha, pegadiza y seductora como lo son las noches de Marsella cuando el verano se hace carne. Pero yo todavía era un micurria pendiente del álbum clavado a la pared, bebía Colacao y seguía por la tele los Juegos Olímpicos de Munich.
Mientras completaba el álbum, los cadáveres de aquellas olimpiadas se cruzaron en nombre de la ira de un dios hecho a imagen y semejanza de las alimañas. El nadador Mark Spitz ganó no sé cuántas medallas y once atletas israelíes fueron presentados boca arriba, como una mercancía de sangre que salpicó la memoria de Europa. Pero yo todavía era un chinorri, ya digo, demasiado crío para saber de estas y de otras cosas.
La venganza nunca nos hace más fuertes y, por si fuera poco, la debilidad se impone cuando tenemos el acierto de equivocarnos de diana. Y eso fue lo que ocurrió cuando el Mossad asesinó por error a Ahmed Bouchiki, confundiéndolo con uno de los participantes de la masacre de Munich. Porque Ahmed era un Argelino que currelaba en Lillehammer, Noruega, y que se movía por Europa con su hermano, el artista Jalloul Bouchikhi, más conocido como Chico, de los “Gipsy Kings”, el grupo rumbero que tanto sonó durante otras olimpiadas, veinte años después de las de Munich, cuando la mentira de una flecha de fuego nos hizo creer que había acertado de lleno en un pebetero encendido tiempo antes. Una maniobra televisiva, un simulacro que inauguró la modernidad en España desde el Estadio Olímpico de Montjuïc el 25 de julio de 1992. Ese día aprendimos que la mentira, si es prestigiosa, se convierte en verdad certera. Pero me estoy saliendo del tema.
Iba diciendo que Ahmed Bouchiki y su mujer llegaban a su casa después de haber estado en el cine la noche del 21 de julio de 1973. En el portal de la vivienda había dos agentes del Mossad mientras otros dos esperaban dentro de un coche con el motor en marcha. Lo que ocurrió después vino muy rápido. Fueron doce disparos a cañón tocante. Sin tiempo que perder, los asesinos salieron de estampida, quemando rueda. Ni tan siquiera tuvieron el detalle de cerrarle los ojos al bueno de Ahmed, que murió en el acto.