Carol Tavris, la psicóloga que explica por qué nos cuesta tanto reconocer nuestros errores: “Es un golpe a la autoestima”
De Bush a Trump, de nuestra pareja a la democracia; la coautora de 'Se han cometido errores (pero yo no fui), publicado por Capitán Swing, analiza cómo la autojustificación moldea nuestra memoria y nuestras decisiones
Todo el día “gestionando emociones”: por qué no paramos de hablar como si estuviéramos en la consulta del psicólogo
“Fui yo el que se acostó con una mujer casada, pero la que tiene la responsabilidad sobre su relación es ella”. “Fui yo el que no llegó a entregar el trabajo a tiempo, pero es que no me podía concentrar con tantas reuniones a las que me habían convocado”. “Fui yo quien rompió ese vaso, pero el culpable fue mi compañero por ponerlo en medio”. Admitir un error podría parecer un gesto sencillo, pero no lo es. Toca fibras profundas de nuestra autoestima y de cómo nos vemos y nos proyectamos hacia los demás. Y antes de admitir que hemos cometido un error, buscaremos excusas que sirvan como coartada para justificar la decisión que hemos tomado ante el resto de personas y ante nosotros mismos.
Nos autoconvencemos y distorsionamos la información para que esté en consonancia con nuestras ideas y con los valores que vamos construyendo en paralelo a las circunstancias que nos acechan. Experimentamos la disonancia cognitiva, un “estado de tensión que se produce cuando una persona mantiene dos cogniciones (ideas, actitudes, creencias, opiniones) que son psicológicamente incoherentes entre sí, como ‘fumar es un disparate porque podría matarme’ y ‘fumo dos paquetes al día”, reflejan los psicólogos estadounidenses Carol Tavris y Elliot Aronson en Se han cometido errores (pero yo no fui). Por qué justificamos creencias ridículas, decisiones equivocadas y actos dañinos, un libro publicado por primera vez en 2007 y ahora reeditado y actualizado en español por la editorial Capitán Swing.
La disonancia, explican, produce un malestar mental que va desde pequeñas punzadas hasta una angustia profunda, y las personas no terminan de descansar hasta que encuentran una forma de reducir esa pesadumbre: la autojustificación. La resistencia a reconocer que nos hemos equivocado no solo afecta a la vida personal, sino que también condiciona la política, la justicia y la manera en que una sociedad entera se enfrenta a sus fracasos colectivos. Carol Tavris, psicóloga social y coautora junto a Elliot Aronson de un libro que se ha convertido en un clásico de la psicología social, explica en una conversación con elDiario.es cómo la disonancia cognitiva y la autojustificación nos llevan a reescribir recuerdos, a blindarnos frente a la evidencia y a convertirnos en los héroes de una historia que quizá nunca ocurrió.
El título del libro retoma lo que el periodista Bill Schneider llamó “pasado exonerativo”, una frase que muchos políticos usan para eludir responsabilidades y escurrir el bulto. ¿Por qué nos cuesta tanto a los seres humanos decir simplemente: “Me equivoqué”?
Esa es la gran pregunta de nuestras vidas. Los seres humanos cometemos muchos errores, nos equivocamos a menudo. ¿Por qué es tan difícil admitirlo? Eliminemos primero la respuesta fácil: mentimos para evitar que me despidan, que mi pareja se enfade, que me divorcie, que reciba una sanción. Eso es lo obvio. Lo complicado se centra en que no queremos reconocer nuestros errores porque supone un golpe a nuestra autoestima y a nuestra identidad.
Si me veo como una persona inteligente, competente, encantadora, cálida, con valores, y de pronto me dicen: “Espera un momento. Tus ideas están equivocadas, llevas tiempo defendiendo una creencia tonta o peligrosa, o has hecho algo dañino conmigo”. En ese punto, tengo dos opciones. Una: dar las gracias a la otra persona por mostrarme en qué me equivoqué. O, para proteger mi autoestima y mi autoconcepto, cerrarme: “No, lo siento, yo tengo razón, tú estás equivocada, y toda esa evidencia que me muestras no vale nada”. Ese es el corazón de la disonancia cognitiva, una teoría que parece simple, pero tiene consecuencias enormes.
La disonancia cognitiva significa que sostenemos dos ideas que no encajan bien entre sí, y es tan incómodo como tener sed o hambre. Nos empuja a hacer algo para reducir esa incomodidad, porque es difícil vivir con ello
Cuando yo era estudiante, leí las investigaciones de Elliot Aronson [el coautor del libro] sobre la disonancia cognitiva y pensé: “Ya entiendo por qué mi prima nunca acepta que está equivocada”. Pero cuando empezamos a trabajar en este libro, nos percatamos de que las implicaciones llegan a todos los aspectos de la vida. La disonancia cognitiva significa que sostenemos dos ideas que no encajan bien entre sí, y es tan incómodo como tener sed o hambre. Nos empuja a hacer algo para reducir esa incomodidad, porque es difícil vivir con ello. Por ejemplo: mi mejor amigo es un ladrón, o un acosador, y lo conozco desde hace 20 años. Esa es una disonancia cognitiva universal. Pero cómo elegimos vivir con ella no es sólo una cuestión psicológica, sino que también es moral.
¿Y cree que podemos arrepentirnos de nuestras autojustificaciones?
Sí. Ocurre igual que con la ira. Sentir ira es natural, pero podemos controlar qué hacemos con ella. Podemos decidir si callar, hablar, soltarlo o reaccionar con violencia. En Estados Unidos, tristemente, mucha gente no pone distancia entre sentirse enfadado y disparar a alguien. Es una tragedia. Con la disonancia pasa lo mismo: es universal, pero cuando entiendes qué es y cómo funciona, tienes más control sobre qué hacer con ella. Cada decisión que tomamos genera disonancia con lo que no elegimos. Si decido casarme, cambiar de trabajo, tener o no una aventura, o comprar un coche, inmediatamente siento disonancia con las opciones descartadas.
Antes de comprar el coche, veo lo bueno y lo malo de cada modelo; después de comprarlo, el mío es el mejor del mundo y todos los demás son horribles. Ese es un ejemplo divertido porque muestra por qué la disonancia nos ayuda a dormir tranquilos después de decidir. El peligro es que también puede impedirnos reconocer que nos equivocamos. Y si no lo reconocemos, repetiremos el mismo error una y otra vez.
Si un político no admite un error, las consecuencias son mucho mayores. Arrancan el libro con la historia de George W. Bush y recuerdan que nunca admitió que su estrategia en Oriente Medio fuera un error. Eso tuvo para él un coste político en las elecciones. ¿Cree que un político puede ganar votos siendo honesto sobre los errores que ha cometido o eso sólo debilita su liderazgo?
El problema es que, cuando un político admite un error, la oposición se le echa encima. En política, tienen que defender sus decisiones para mostrar que tienen el control. Si admiten un error, sus rivales les van a atacar, les van a llamar débiles, indecisos o malos líderes. Y es por ello que los políticos pagan un alto precio cuando son sinceros. A veces, cuando un líder es muy querido, puede permitirse decir que se ha equivocado, pero, cuando el error ha provocado miles de muertes en una guerra, ningún representante va a reconocer en público que tomó una decisión equivocada.
No reconocemos nuestros errores porque supone un golpe a nuestra autoestima y a nuestra identidad
Un caso reciente: el del presidente argentino Javier Milei. Su partido, La Libertad Avanza, perdió a principios de septiembre las elecciones en Buenos Aires frente al peronismo y dijo públicamente que habían sufrido una “clara derrota” y que iban a “corregir todos nuestros errores”. Sus críticos elogiaron ese discurso. En un caso así, en el que no hay muertes de por medio, ¿puede resultar acertada la estrategia de admitir los propios errores de cara a las elecciones legislativas nacionales de octubre?
Ese es un ejemplo raro e interesante. No sucede a menudo. Pero hasta los críticos afirmaron que por fin hizo algo bien. Eso demuestra que, a veces, admitir un error puede ser liberador y puede dar lugar a recibir una buena reacción. No siempre, pero puede suceder. Esto es tan cierto para un gobierno como para un miembro de una familia. Cuando las personas admiten que se han equivocado, esperan que el mundo se derrumbe o que les ataquen. Pero, muy a menudo, es un alivio y la respuesta del otro lado llega con un agradecimiento que invita a seguir adelante. En ocasiones, sólo admitimos los errores cuando nos vemos contra la pared y no tenemos otra salida, pero es muy atractivo y reconfortante ver a un líder admitir que no ha actuado correctamente.
El libro se publicó por primera vez en 2007. Desde entonces, ¿ha evolucionado la comunicación de crisis? ¿Hoy los líderes políticos y portavoces están más dispuestos a admitir errores, o la negación sigue siendo la respuesta por defecto?
La razón por la que el libro sigue vendiéndose tan bien después de casi 20 años es porque este libro es atemporal y trata sobre un fenómeno que es universal a lo largo del tiempo, la historia, la cultura, la personalidad y el género. Cambian los ejemplos. Cambian las historias. Pero lo básico, y odio decirlo, es que la disonancia cognitiva y la autojustificación son para siempre.
Nos resultó interesante con el paso del tiempo volver a trabajar en este libro y darnos cuenta de que rara vez será la persona que comete un error tan grande —un cirujano que amputa la pierna equivocada, un fiscal que encarcela a un inocente— la que corrija la situación. Hará falta que el siguiente nivel superior, los jefes del fiscal o los supervisores del hospital, sean quienes introduzcan las correcciones en la acción. Con las nuevas ediciones pudimos añadir ideas, ejemplos, historias de personas en el mundo real.
¿Podríamos comparar la negativa de Bush a reconocer sus errores en Irak con el enfoque discursivo de Donald Trump, en el que las falsedades se han convertido en una estrategia política continua? ¿Cómo explica la teoría de la autojustificación la persistencia de los seguidores de Trump?
El último capítulo del libro se centra en Trump y no trata de izquierda contra derecha, sino de la derecha contra la derecha. Al principio, cuando Trump apareció, los republicanos tenían que elegir si lo apoyaban o no. En el libro hablamos de la pirámide de la elección. En la cima de esa pirámide está esa decisión. “Está en mi partido, lo apoyaré”. Y después empieza a volverse cada vez más loco y más desagradable. En cierto momento, algunas personas de su partido indicaron que habían llegado a su límite y que no podían sustentarlo más, pero, cuanto más tiempo se quedaban con él, más difícil fue para cualquiera de ellos que se habían equivocado confiando en él, y siguieron justificando su apoyo mientras descendían por esa pirámide. De esta manera, los antiTrump y los proTrump están a kilómetros de distancia entre sí.
Lo que ha pasado con Trump, que es diferente de apoyar a cualquier otro político, es que él es un líder de culto, no solo un político. Para sus seguidores más devotos en Estados Unidos, representa algo más que política, de la misma manera que lo hacen todos los demagogos autoritarios y fascistas. Prometen salvación. Prometen simplicidad. Trump y su administración siguen el manual. Primero, hacen que la gente tenga miedo de los inmigrantes, miedo de cualquiera que sea diferente. Luego, prometen rescatarlos de toda esa gente diferente y acabar con su infelicidad. Garantizan una salvación y un alivio del miedo que ellos mismos habían generado. Y es entonces cuando la gente deja de pensar y se enamora de esa persona, a la que ven como un salvador. Y esa es la tragedia para muchos conservadores en Estados Unidos que lo odian. Algunos no pudieron votar por Kamala Harris. Algunos no votaron en absoluto. Pero tampoco pudieron votar por Trump. Esta es la primera vez en la historia de Estados Unidos que tenemos a alguien así.
Cuando las personas admiten que se han equivocado, esperan que el mundo se derrumbe o que les ataquen. Pero, muy a menudo, es un alivio y la respuesta del otro lado llega con un agradecimiento que invita a seguir adelante
Parece un acto de fe hacia un dios. Y eso se repite en otros países: pasó con Bolsonaro en Brasil, con Milei en Argentina, con Meloni en Italia… ¿Evitan los seguidores de estos líderes de forma constante acceder a aquella información que contradice lo que afirman sus líderes? ¿Cree que algún día esos seguidores se arrepentirán de replicar esos mensajes falsos?
La diferencia entre los nazis en Alemania durante la Segunda Guerra Mundial y el crecimiento de seguidores de estos líderes es Internet y el hecho de que la gente puede ser atacada y devastada en las redes sociales. España ha tenido su propia historia con el Franquismo…
Y ahora también tenemos experiencia con partidos de ultraderecha.
La disonancia cognitiva es algo que podemos explicar en el nivel individual: ¿qué hago yo como persona con dos ideas que no encajan? Pero lo que planteamos es la justificación de la tiranía y la justificación del fascismo o del autoritarismo, que provoca que cambie toda una sociedad. Y para eso solo podemos tomar una visión histórica a largo plazo: casi todos los fascistas o autoritarios llegan al poder mediante elecciones, y luego se deshacen de las elecciones y utilizan su poder. Eso es exactamente lo que está pasando aquí. Y Trump ahora hará todo lo posible por permanecer en el poder para siempre.
¿Qué pasa cuando perdemos, cuando resulta que estábamos equivocados, como pasó con Bush al entrar en Irak o cuando no había armas de destrucción masiva? En la mayoría de los casos, lo que ocurre con el tiempo es que la gente se olvida. Sus recuerdos les ayudan a olvidar que estaban equivocados. Así es como nos perdonamos: olvidamos lo que hicimos. O recordamos mal. “Siempre me opuse a Bush. Siempre me opuse a Trump. Yo sabía que era un mentiroso”. Pero los verdaderos creyentes, las personas cuyo sistema de creencias no admite disonancia, ni contradicción, ni crítica, nunca van a cambiar de opinión.
Lo mejor que se puede esperar si tenemos a una persona así cerca es encontrar las cosas que compartimos y que nos gustan, y no hablar sobre lo que nos divide. En Estados Unidos, mucha gente lucha con la disonancia que siente entre “creo que Donald Trump es un desastre para este país”, pero su tío, su hermano, su vecino, lo adoran. ¿Cómo resuelven eso? Esa es una decisión individual. Algunos de mis amigos han cortado su relación con esas personas y otros, no. Esas son las elecciones que hacemos como individuos. Es terrible ver a alguien que empieza a hacer concesiones a la villanía, a la crueldad, y luego lo va a justificar.
En el libro relatan cómo la disonancia y la autojustificación van estropeando la democracia paso a paso. Viendo el movimiento de Trump hoy, ¿crees que Estados Unidos ha llegado a un punto de no retorno o, en cambio, que la conciencia de estos mecanismos de autojustificación y disonancia puede ayudar a los ciudadanos a defender los valores democráticos?
Espero que aún no hayamos llegado a un punto de no retorno. Algunos días soy optimista, otros no. A medida que baja la popularidad de Trump, él se vuelve más militante, más controlador. Ya están trabajando para controlar las elecciones del próximo año: quién podrá votar, quién no podrá votar. Y no veo a nadie tratando de frenar ese tren, excepto aquí en California y en algunos otros estados.
Indican en el libro que a veces no podemos confiar del todo en políticos, empresas, farmacéuticas, médicos, psicólogos, ni siquiera en nuestros amigos cuando les pedimos consejo para comprar un coche, o incluso en nosotros mismos. Entonces, ¿podemos confiar realmente en alguien?
El hecho de que cometamos algunos errores no significa que siempre estemos equivocados. Todos tenemos creencias que son importantes para nosotros, que guían nuestra vida y que nos importan. Yo creo que las vacunas han sido una de las mejores invenciones médicas para salvar vidas en la historia del mundo. Y, si alguien quiere que yo deje de creer en eso, tendrá que darme pruebas mucho mejores. Las creencias que tengo me dan seguridad. La meta no es rendirse y decir que no creemos en nada, sino tener creencias y sostenerlas con la suficiente suavidad como para que, si aparece una evidencia contra ellas, seamos capaces de escucharlo y aprender del error que cometimos para no repetirlo.
La humildad y la amabilidad son las formas de avanzar. A mí me conmovió mucho, en nuestro libro, el trabajo de una psicóloga que trabaja con personas mayores que empiezan a tomar malas decisiones y cuyos hijos adultos se preocupan por ellas y se enfadan. “¿Cómo pudiste hacer eso? ¿Cómo pudiste ser tan estúpido de hacer tal cosa?”. En cuanto le dices a alguien que cómo pudo ser tan estúpido, lo colocas en un estado de disonancia en el que justificará con más fuerza aquello que hizo. Eso nos da pautas sobre cómo discutir: entender por qué alguien cree lo que cree, en lugar de llamarlo idiota.
Revisamos constantemente nuestros recuerdos para que sean coherentes con la visión que tenemos de nosotros mismos
Afirman que la autojustificación es más poderosa y peligrosa que la mentira, porque la gente se convence de que hizo lo mejor que pudo. En las parejas y en las relaciones íntimas, ¿creernos nuestras propias mentiras hace imposible cambiar de rumbo?
No podemos cambiar a otra persona, sólo a nosotros mismos y cambiar cómo respondemos al otro. Una de las cosas que decimos en el capítulo del matrimonio es que cada pareja, cada relación, aporta cosas buenas en la otra persona y cosas que simplemente no nos gustan. Elliot lo dice de una forma muy bonita: piensa en una relación como una caja envuelta para regalo. Es una caja preciosa, con un papel de colores y cintas. Es bonita. Pero no se la puede volver a envolver. Una persona es una caja de muchas cosas y el paquete es todo en conjunto. Al principio de una relación, notamos las cosas que nos gustan. Pero cuando la relación avanza, empezamos a notar esas cosas que no nos gustan y que siempre estuvieron ahí. Se trata de decidir qué cosas intentamos cambiar y qué cosas dejamos pasar.
Creo que no contamos esta historia en el libro, pero fue muy importante para mí. Estaba dando una conferencia y un hombre en el público se levantó y relató: “Mis hermanos y yo llevamos años peleados por la herencia de nuestros padres. Ellos murieron y dejaron dinero, y el dinero causa tantas peleas. Así que estábamos peleando por el dinero cuando salió su libro y se lo di a nuestro mediador. Quería que lo leyera y se lo diera a mis hermanos, para que entendieran los errores que estaban cometiendo. Pero no funcionó, porque mis hermanos lo leyeron y sólo encontraron los errores que estaban cometiendo los otros. Un año después volví a leer el libro y las palabras cambiaron en la página: de repente entendí. Llamé al mediador y le dije: ‘Dígales a mis hermanos que lo siento por mi parte en nuestra pelea. Veo lo que he estado haciendo para alargar esto, lo testarudo y lo codicioso que he sido. Quiero disculparme por mi parte’. Y lo resolvimos rápido”. Y no era que los hermanos tuvieran razón, porque todos estaban equivocados, pero él empezó a admitir su parte.
¿Podemos tener realmente valores firmes que nos definan o nuestras creencias están más bien moldeadas por las circunstancias? Como la memoria es reconstructiva, ¿estamos reescribiendo constantemente nuestros valores para que encajen con la imagen que tenemos de nosotros mismos?
¿Qué vienen primero, nuestros valores o nuestros recuerdos? Revisamos nuestros recuerdos todo el tiempo para que sean coherentes con la visión que tenemos de nosotros mismos y con nuestros valores. Si mis valores son ser amable y empático y descubro que no lo he sido, revisaré mi memoria para hacer que salga como el héroe. Todos queremos ser héroes en la historia de nuestra vida. A veces la gente reescribe su historia para convertirse en víctima de los eventos de su vida.
Algunos dicen que uno de los objetivos de la psicoterapia es transformar la historia de víctima en una historia de un superviviente o de un héroe. Podemos ver cómo nuestra manera de pensar sobre esos eventos cambia nuestro autoconcepto, pero también cómo el autoconcepto puede cambiar la forma en que vemos lo que nos ocurre.