Beatriz Serrano, finalista del Premio Planeta: "No me gusta el que dice ‘soy políticamente incorrecto’ y luego es un conservador"
La periodista presenta ‘Fuego en la garganta’, su segunda novela, una historia sobre el miedo y el hartazgo femenino
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Beatriz Serrano (Madrid, 1989) odia trabajar. O, por lo menos, lo odian sus personajes femeninos. La rutina, estar atadas a los mismos gestos una y otra y otra vez. Ver cómo los demás disfrutan de una vida gris e insulsa mientras ellas, descreídas y cínicas, se entregan a los brazos de los orfidales, una. A los antidepresivos, otra. A la búsqueda de emociones fuertes, una tercera. Todo para escapar de la tarea repetitiva, del tedio, del vacío. Una idea constante en la obra de esta escritora (casi) novel que en 2023 debutaba con El descontento (Temas de hoy), una novela mordaz sobre una treintañera que, ante todo, aborrecía el mundo laboral y que fue aplaudida por público y crítica.
Un año después, Beatriz Serrano publica Fuego en la garganta, otra historia sobre el miedo y el hartazgo femenino desde un punto de vista generacional en la que ahonda en el abandono, la búsqueda de una identidad y el descubrimiento del internet adolescente en una España que se asoma al siglo XXI. Todo ello aderezado con grandes dosis de sarcasmo e ironía.
Serrano recibe a elDiario.es en la suite presidencial del hotel InterContinental, en el madrileño barrio de Chamberí. Lleva la melena rubia cortada a ras de mandíbula y el maquillaje impoluto de quien se ha pasado la mañana de estreno en el photocall que precede a la salida al mercado de un libro apoyado por uno de los gigantes editoriales de nuestra era: el grupo Planeta.
En su primera novela exudaba rabia contra el mundo laboral. En esta segunda, dirige esa rabia, esa frustración, contra el orden establecido. Contras las cosas como tienen que ser.
Creo que tengo especial predilección por la figura del outsider, del que se rebela contra el mundo. Aquel que no sigue el orden ni el camino establecido. Es algo que puede darse en muchísimas áreas de la vida. El descontento, por ejemplo, estaba muy centrado en el mundo laboral y creo que representaba la realidad de los milenials porque, al final, es mi generación y hemos sufrido ese desencanto de haber sido denominados como la generación más preparada y luego vivir en la precariedad absoluta. Que si el casero te sube el alquiler cada 15 minutos, que si no llegamos a fin de mes, etc.
En esta otra novela, sin embargo, quería escribir sobre las crisis que tiene cada generación. No solo la mía. Un ama de casa, por ejemplo, en apariencia normal, también puede rebelarse de alguna forma contra el mundo. No encajar en lo que se espera de ella, tener otros deseos.
No me gusta el conformismo, no me gusta el borreguismo, no me gusta la gente que dice “soy políticamente incorrecto” y luego lo que eres es un conservador de tres pares de cojones. Lo verdaderamente políticamente incorrecto es atreverte a no reír la gracia al jefe o lanzarte a dejar esa vida que te han vendido de felicidad conyugal y que no te satisface.
Un ama de casa en apariencia normal también puede rebelarse de alguna forma contra el mundo. No encajar en lo que se espera de ella, tener otros deseos
Uno de los temas sobre los que pivota la novela es la soledad de la maternidad.
Me llama la atención que ahora se está hablando de temas como la depresión postparto y la idea de la figura de malamadre. Así, como suena, todo junto. Ahora se están reivindicando otros tipos de maternidad, pero creo que si hay algo sobre lo que la sociedad se permite tener una opinión, eso es el cuerpo de las mujeres. Sobre todo si de ese cuerpo de mujer sale otro más chiquitito. Parece que todo el mundo puede tener una idea sobre cómo llevarlo. Y, en este caso, lo que me gustaba era que la madre de Blanca era esa mujer sin nombre que puede ser todas las madres al mismo tiempo. Alguien que tiene una identidad borrada y quiere recuperar su yo. Ella no quiere ser la madre de Blanca, no quiere ser la mujer de Jorge, quiere tener una identidad propia pero la vida le va ocurriendo.
Ella no quería tener hijos, pero tiene. No quería casarse y comprar una casa, pero se casa y compra la casa. Una cosa le lleva a la otra y era algo que me interesaba mucho explorar. Esa idea que tenemos de elección desde el feminismo, ese “yo tomo las riendas de mi vida”, pero no. Hay muchas veces en las que, en realidad, no hemos elegido en absoluto las vidas que llevamos. Quería zambullirme en el mito de la elección feminista y ver cómo te vas condicionando por los elementos que te rodean.
De las madres se va a las hijas. La novela también transita lo que podría denominarse como hijidad. Blanca, la protagonista, hereda ese fuego en la garganta de su madre. Que no es otra cosa que una ansiedad que quema.
Para mí, es transitar el tema de la herencia en el sentido de si es posible escapar de nuestra propia herencia y, sobre todo, de lo que nos dicen que es nuestra herencia. Aquello de es que esta viene de una familia de locas, es que estas son un poco raras, es que estas son una conejas. Pero, por otro lado, también quería plantear que Blanca tenga una maldición, un poder. Algo que sus amiguitas de internet ven como un milagro y que ella, finalmente, empieza a ver como algo positivo y comienza el cambio.
En un principio, yo me planteaba el tema de la herencia en el sentido de si es posible que una persona inadaptada que está profundamente triste y se siente sola puede criar un hijo y que este no sea un monstruo. Ese es el juego de la novela.
Lo verdaderamente políticamente incorrecto es atreverte a no reír la gracia al jefe o lanzarte a dejar esa vida que te han vendido de felicidad conyugal y que no te satisface
Una novela llena de silencios. Como los que guarda el padre, por ejemplo, incapaz de comunicarse con su hija. Alguien que sufre, pero que es incapaz de entenderse con el otro.
El libro comienza en los años 90 y él es un señor de los 80. Entonces, en aquella época la mayoría de los padres eran “padres ausentes”. Todavía había muchas mujeres amas de casa o que, cuando tenían hijos, dejaban de trabajar temporalmente y luego se reincorporaban al mercado laboral. Estaba muy normalizado que fueran las madres quienes cargaran con los hijos y los padres no supieran cómo estar presentes. En ese contexto, el padre de Blanca hace algo muy bonito y que le honra, aunque no sea suficiente. Él cuida desde la distancia. Cuando la madre de Blanca se marcha, sus hermanas y su propia madre le enseñan a cocinar para que pueda darle a la niña algo más que macarrones con tomate. Él la apunta a natación para que crezca con una espalda fuerte y la lleva a teatro para que aprenda a expresarse. Está muy preocupado por cubrir sus necesidades básicas, pero no entiende que lo que la niña necesita es una conversación, que le pregunte qué tal está.
Él no es un monstruo, igual que tampoco lo es la madre. Son personas que tratan de lidiar como pueden con las circunstancias que les han tocado.
Hablando de lidiar con las circunstancias. Tanto en su primera novela como en esta segunda juega con el tema de la salud mental. En El desencanto Marisa se droga para soportar el trabajo. En Fuego en la garganta la madre de Blanca es devorada por la depresión porque no aguanta su vida. Ambas se perciben como personas afiladísimas, pero sufren como las que más. La cuestión es, ¿hay ahí un exceso de lucidez o es un problema mental?
Esa es la gran pregunta. Desde mi punto de vista son personas excesivamente lúcidas. Es un tema al que le doy muchas vueltas sin negar que existan las enfermedades mentales, claro. Pero no me parece normal que la mitad de la población española esté medicada. ¿Estamos todos locos? ¿De verdad todos tenemos ansiedad, depresión, problemas horribles? ¿O es que tenemos unos alquileres altísimos y unos jefes cabrones que nos escriben a las doce de la noche?
La cuestión, en mi opinión, es si la ansiedad nos viene de fuera o no. A lo mejor no es que todos estemos tarados sino que vivimos en una sociedad que nos empuja a meternos una pastilla debajo de la lengua. El gran problema del capitalismo.
No me parece normal que la mitad de la población española esté medicada. ¿Estamos todos locos? ¿De verdad todos tenemos ansiedad, depresión, problemas horribles? ¿O es que tenemos unos alquileres altísimos y unos jefes cabrones que nos escriben a las doce de la noche?
Y una manera de canalizar la ansiedad es creer que puedes obrar milagros. O eso es lo que piensa Blanca que decide creer que ella provoca las cosas que ocurren a su alrededor como si fuera una diosa. De dónde le viene ese interés, retratado con mucha mala leche, por el tema milagroso.
Me he criado en un país católico y eso permea. Quería meter la idea de las capacidades milagrosas desde un punto de vista milenial, con humor. Si tienes un don tienes que enseñarlo en YouTube o TikTok, no te lo puedes quedar para ti. Esto lo pensé visitando Fátima y viendo cómo todo el relato religioso y milagroso se había convertido en un negocio muy lucrativo. Está todo lleno de mecheros y llaveros que llevan estampada la cara de la virgen. Quise jugar con ese tipo de fenómenos.
Hablemos de los primeros niños de internet. Aquel nuevo lugar donde los raritos del colegio encuentran a sus iguales, una comunidad con la que compartir sus intereses y obsesiones mientras en su vida física los dejan de lado.
Internet, de repente, se convirtió en una vía de escape del mundo en el que vivíamos entonces. Yo quería retratar esos primeros años de Internet que, pese a que había ciertos peligros, se convirtió en una tabla de salvación para muchas personas porque podían encontrar esas comunidades esas personas. Y, también, me interesaba mostrar esa evolución de la red que, a la vez que Blanca va perdiendo la inocencia, se va tornando más oscura.
Fuego en la garganta transita la infelicidad y la frustración sin perder la perspectiva de clase. Algo que queda bien palpable cuando la niña bien del instituto invita a Blanca a su hogar grande y perfecto como obra de caridad.
Para mí el tema de clase es muy importante. Además, quería mostrar esa idea falsa de clase media. ¿Cuánto tiempo tardas en volver a casa de tus padres si te quedas sin curro? ¿Escuchas a tu vecino tirar de la cadena? ¿Guardas las sartenes en el horno? Ya sabes, todas esas cuestiones que, dichas medio en broma, te muestran donde estás plantada.
Creo que en la adolescencia es cuando todos nos damos cuenta de que hay clases en nuestra sociedad, de que hay gente que está mejor y peor que tú. También es ahí cuando se fragua la experiencia femenina, empiezas a entender en qué parte del mundo te ha tocado vivir. Un mundo en el que te tienes que sentar con las piernitas muy juntas para que un señor en el autobús no se quede intentando mirarte el coño.
Para mí el tema de clase es muy importante. Además, quería mostrar esa idea falsa de clase media. ¿Cuánto tiempo tardas en volver a casa de tus padres si te quedas sin curro?¿Escuchas a tu vecino tirar de la cadena? ¿Guardas las sartenes en el horno?
Metidas ya de lleno en la clase social, ¿qué ha supuesto para usted quedar como finalista del Premio Planeta 2024 y hacerse con 200.000 euros?
No he terminado de aterrizarlo, pero soy consciente de que me ha cambiado la vida. El periodismo y la literatura son profesiones superprecarias, muy romantizadas, donde además parece que la vocación te paga el sueldo. Y no es así. Las pasamos muy putas. Yo me ponía la alarma a las 4:30 de la mañana para poder escribir y después iniciar mi jornada laboral. Así he escrito estos dos libros.
Este premio me ha permitido coger una excedencia y poder empezar a escribir cuando ya es de día. Además, querría reivindicar que este tipo de premios literarios que tienen compensación económica deberían mirar a generaciones más jóvenes, no a autores que ya tienen una posición. Que se valoren las nuevas voces literarias y se premie a la gente joven porque es un cambio de vida brutal.
El dinero hoy es la habitación propia de Virginia Woolf.
Sin duda.
En la foto de los coches amontonados que se ha viralizado en redes sale mi casa. Todos los que tenemos lazos con Valencia y vivimos fuera lo estamos viviendo con una enorme impotencia, rabia e indignación
Y, para terminar, Valencia. Usted se crio allí y buena parte de la novela transcurre en Valencia, ¿cómo está viviendo la tragedia?
Es horrible. No puse en qué sitio se ambientaba el libro porque tengo la necesidad narrativa de que Blanca pueda ir caminando al centro de la ciudad, pero en mi cabeza era el parque donde me crie yo de pequeña. El parque Alcosa, en Alfafar. Luego nos mudamos a otra zona, pero me parecía poético.
Hoy, llevo varios días sin apenas dormir. En la foto de los coches amontonados que se ha viralizado en redes sale mi casa. Todos los que tenemos lazos con Valencia y vivimos fuera lo estamos viviendo con una enorme impotencia. Con rabia, con indignación. Sobre todo por la gestión pésima que se está haciendo de la tragedia. Empezando por ese mensaje a las 20:20 de la noche.