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Nick Cave: un escalofrío recorre Europa

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El músico presenta en España su aclamado nuevo disco 'Wild God', con un directo en el que se acerca al público como nunca antes lo había hecho

Corazón rapado: los años intensos de nuestros skins

Nick Cave está atravesando Europa en octubre y noviembre, de Zagreb a París, de Barcelona a Dublín, escoltado por sus Bad Seeds, con los que no giraba desde 2017. El objetivo es presentar su último disco doliente, Wild God (2024), tercer capítulo de una narración a la que se ha aferrado para salir adelante con su vida, a partir de la tragedia.

Su hijo Arthur, uno de sus gemelos, hijos también de la diseñadora Susie Cave, murió en un accidente en los acantilados de Brighton, con tan solo 15 años. Hace nueve años de aquello y, para muchos, podrían no ser suficientes, una vida entera podría no serlo, para asomar la cabeza y ver amanecer con una mirada que no sea de rencor. Wild God es el testimonio de cómo el artista ha encontrado una manera de seguir viviendo: creyendo en un Dios salvaje.

La expectación de este concierto en Madrid era grande. Del disco se ha hablado mucho y siempre bien. Ha venido acompañado de entrevistas en las que Cave ha decidido no ser brusco con sus entrevistadores y mantener interesantes conversaciones, como esta con la escritora Mariana Enríquez. Ha habido, incluso, vallas gigantes anunciando el disco en el metro, una constatación de que el artista ha llegado a un público amplio y capaz de llenar estadios de más de 10.000 personas, impensable hace 30 años, cuando se publicó Let Love In. 

De ese álbum, anoche interpretó la tabernosa Red Right Hand, recibida con entusiasmo no quizá porque miles de personas hubieran comprado aquel disco en su momento, sino por el rescate que de ella una serie de televisión. Aquel era el Cave de la sangre y el alcohol. Un Cave que ya solo existe en la memoria pero que a veces se dejaba ver en la noche en la que Madrid se juntó para adorar y tocar a este dios.

Aquel Cave, que asomó también en la grandiosa y extática canción From Her to Eternity, es el que se dejó a los Bad Seeds de Blixa Bargeld por el camino. Los egos de Blixa y Nick no pudieron soportarse y el primero recogió toda esa aspereza delirante que le proporcionaba a Nick Cave y la volcó en su grupo Einstürzende Neubauten. Alucinante paradoja del destino –pues no hay indicios de que sucediera a propósito–, Einstürzende Neubauten tocaba el día anterior en Barcelona a la vez que Nick Cave. Al salir al escenario, Blixa agradeció la asistencia: “Sé que es una decisión difícil”. Nick Cave no dijo nada, por supuesto.

Aunque el Palau Sant Jordi se había llenado a dos tercios de su capacidad, el WiZink Center estaba casi completo, pero no sold out, con entradas disponibles en algunos puntos de las gradas. El precio no era asequible: la entrada de pista rozaba los cien euros. El rock’n’roll se ha puesto por las nubes y una experiencia como esta, aunque de más de horas de duración, es ya un lujo.

Más de veinte canciones llevaron al público por un viaje donde se ha explorado, sobre todo, el citado Wild God, con apenas dos pinceladas de los dos álbumes anteriores, posteriores a la muerte de Arthur Cave: Ghosteen (del que interpretó la estremecedora Bright Horses, con unos magníficos coros agudos (casi en registro Sigur Rós), inasibles, del esencial y valleinclanesco Bad Seed Warren Ellis, quien toca el violín como si fuera una guitarra) y Skeleton Tree (al que recurrió para I Need You). Son canciones elegidas de manera coherente para traerlas junto a la narrativa del dios salvaje, temas como Frogs, Wild God y Song of the Lake, que son tres del último disco y las tres con las que abrió el concierto. Un coro formado por tres mujeres y yun hombre, confiere la sonoridad gospel que tan bien le sienta a estas canciones.

Tras la sacudida que supone From Her To Eternity, Cave se sentó al piano para regresar a Wild God con otras tres canciones: Long Dark Night, Cinnamon Horses y Conversion pero, entre la segunda y la tercera, creció la semilla de maldad con Tupelo, el tema tribal que abría su segundo disco en solitario (su carrera se inició con la salvajada que fue Birthday Party) titulado The Firstborn Is Dead. Un clásico de los directos en los que Nick Cave –y su público– entra en trance hipnótico y nos recuerda, entre truenos, que Elvis nació durante un temporal de proporciones bíblicas, bajo el que los pájaros no podían volar ni los peces, nadar. En un momento de la canción, Cave se tira al público, se funde entre los brazos de las primeras filas. Así lo hará repetidamente durante el concierto, gracias a una pasarela que ocupa el espacio del foso que tradicionalmente separa el escenario del público. Intencionadamente, Nick Cave busca en esta gira acercarse aún más a la gente: “¡Sois bellos!”, gritará a la audiencia en repetidas ocasiones.

Entre Tupelo y Conversion, Nick Cave hace alusión a los teléfonos móviles. No es la primera vez. Días atrás, en Cracovia, un vídeo muy visto en redes sociales le muestra haciendo un trato con el público: él posará durante 30 segundos en los que la gente podrá hacer todas las fotos y vídeos que deseen; después, bajarán los teléfonos. En Madrid, pasó algo similar. “Baja el teléfono –le dijo a alguien– yo voy a cantar esta canción para ti y será el momento más especial de toda tu vida, una experiencia que no vas a olvidar, pero tendrás que bajar el teléfono”. Y a Nick Cave, se le obedece.  

La interpretación de la mencionada I Need You fue uno de los momentos más fascinantes del concierto. Con el cantante solo al piano y la cámara frente a él, retransmitiendo su rostro a la pantalla grande del fondo del escenario. Otro momento apoteósico llegó con otra canción del Cave de los 80, The Mercy Seat (de su disco Tender Prey), aquel Nick en rojo y negro que comanda un ejército no se sabe si hacia el infierno o hacia adonde, pero al que es imposible no seguirle. “Fucking Madrid!”, gritó en más de una ocasión.

El concierto va llegando al final y quedan los bises, en los que Nick Cave recordará de manera emotiva a la Bad Seed más añorada, la fallecida Anita Lane, a quien le ha dedicado una canción del disco titulada O Wow O Wow (How Wonderful She Is). Cave habló de ella y dijo que había muerto el año pasado, o quizá el anterior. En verdad, hace ya tres años y medio de su muerte. Pero la ausencia es así: no importa el tiempo, solo es vacío. La poca respuesta del público a la dedicatoria, sus imágenes proyectadas o su propia voz sonando en una grabación, indica que muy poca gente conoce a una de las fundadoras de los Bad Seeds.

En general, se percibe que su público es en mayor parte nuevo o llegado por vía televisiva. El Nick que amó Anita prosigue en el bis con otra de sus maravillosas canciones malvadas, que solo se puede cantar con un ron en la mano, Papa Won't Leave You, Henry (del Henry’s Dream). Y, para complacer a la audiencia y bajar el tono antes de la despedida, uno de sus temas más hermosos: The Weeping Song. “Es una canción para llorar, pero no lloraremos solos”, dijo Nick, con acierto. El músico pidió colaboración al público para hacer “esa cosa española”, palmeando rápidamente. Al principio no quedó bien pero luego la cosa, como en un local de ensayo, fue progresando. Cave usaba algunos brazos del público para que le agarraran el micro mientras él aplaudía, con la naturalidad de la amistad.

El grupo se va pero él solo interpretará el mensaje final: el baladón Into My Arms, en el que se dan algunos apuntes sobre el Dios en el que un religioso Cave no cree: “No creo en un Dios intervencionista, pero yo sé, cariño, que tú sí. Pero si yo creyera, me arrodillaría y le pediría que no intervenga cuando se trate de ti, que no toque ni un pelo de tu cabeza, que te deje como estás”. Si hay un Dios, debería ser un Dios que entregue a Nick Cave a los brazos de los fans, al menos una vez más, no se puede pedir más.