Lo que dice la evidencia científica sobre el porno en menores: “Las restricciones no funcionan”
El anuncio del ministro para la Transformación Digital, José Luis Escrivá, de la implantación de un proceso de verificación de la edad para impedir el acceso a pornografía online por parte de los menores ha dado lugar a una encendida polémica sobre los aspectos tecnológicos y de privacidad, pero también sobre el nivel de evidencia científica en el que se basan. ¿Es cierto que existe una relación directa entre el consumo de porno y actitudes sexistas? ¿Es la causa de un aumento de la violencia sexual, como argumenta el ministro?
En lo referente a la primera cuestión, numerosos estudios muestran vínculos consistentes entre el uso de pornografía y una mayor cosificación sexual y creencias más estereotipadas sobre los roles de género. “El 90% de los jóvenes cree que el porno es fiel a la sexualidad real y para 1 de cada 3 es su única fuente de información afectivo-sexual”, insistió Escrivá, una circunstancia que todos los especialistas coinciden en que hay que evitar, en especial en lo que se refiere a los contenidos más violentos. Sin embargo, el ministro vinculó la pornografía con el aumento de las agresiones sexuales cometidas por menores, cuando la evidencia científica no es suficiente.
“La evidencia de una relación causal entre la exposición a la pornografía y la agresión sexual es escasa y, en ciertos momentos, puede haber sido exagerada por políticos, grupos de presión y algunos científicos sociales”, concluye una de las revisiones sistemáticas más completas sobre los efectos del porno en la población general. Una revisión de 2016 centrada en el consumo de pornografía en adolescentes durante 20 años concluyó también que el porno “está relacionado con actitudes y conductas sexuales, pero la causalidad no está clara”.
El principal escollo para alcanzar conclusiones es la escasez de estudios sobre el efecto de la pornografía, en parte por un “estigma general en las ciencias sociales hacia la ciencia sexual”. Los efectos relacionales del uso de la pornografía no se comprenden completamente y es probable que haya moderadores importantes que no se hayan considerado del todo, resumen los metanálisis sobre el tema.
¿Pánico moral o alarma justificada?
Para algunos especialistas, como el psicólogo Ramón Nogueras, el debate está trufado de prejuicios e ideas erróneas. “Todo este pánico moral en torno al porno no está fundamentado en la evidencia”, asegura. Nogueras cita otros argumentos que rebajan la alarma social sobre este tema. En primer lugar, enumera, hay estudios que sugieren que la relación entre la disponibilidad de pornografía y la violencia sexual es inversa: se asocia con una menor agresión sexual a nivel de población. Por otro lado, y contrariamente a la creencia, no es cierto que el porno sea cada vez más violento, sino que la mayoría de usuarios prefieren un porno suave y más mainstream. Y, finalmente, hay pruebas aplastantes de que la edad media de inicio de relaciones sexuales en jóvenes siguen siendo los 14 años, aunque el ministro citara los 8-11 años (el malentendido se perpetúa por un informe de la UIB que documenta los 8 años como el caso más extremo en la parte baja del registro).
Todo este pánico moral en torno al porno no está fundamentado en la evidencia
Otros especialistas, como Alejandro Villena, psicólogo, sexólogo y coordinador técnico de la campaña “Hablemos de… Sexualidad” del Colegio Oficial de Psicología de Madrid, se sitúan en el otro extremo. En su opinión, que no se haya demostrado causalidad entre porno y violencia sexual no significa que no tenga un efecto. “Muchos estudios de revisión sistemática no encuentran conclusiones sólidas por los problemas metodológicos, no porque no haya esta relación”, defiende. Villena cree que el consumo de pornografía es una práctica nociva y de riesgo que tiene impacto en diferentes niveles: agresividad, estereotipos de género, machismo, conductas sexuales de riesgo, uso irresponsable del preservativo, posible desarrollo de adicción, así como un aumento de la soledad y alteración de las expectativas y creencias sobre el sexo. “Merece la pena cambiar la conciencia colectiva de que el porno es un juego o una forma más de obtener placer”, asegura a elDiario.es.
Creo que hay suficiente evidencia científica para que nos tomemos en serio este problema
En la misma línea se manifiesta el psicólogo José Luis García, autor del libro ‘¿Hablamos de porno?’. “Creo que hay suficiente evidencia científica para que nos tomemos en serio este problema”, afirma. Aunque reconoce que no hay ningún estudio que establezca una relación de causa-efecto y que intervienen muchos más factores en la violencia sexual, está convencido de que el porno produce adicción, alteraciones cerebrales y problemas de pareja. “Un informe del Senado francés decía que el 90% de los vídeos pornográficos contienen violencia sexual”, cita. El psicólogo subraya que en una buena parte de estos vídeos aparecen conductas violentas como ofrecer dinero a una chica por la calle, escupir, tirar de los pelos, felaciones con arcadas e incluso tortura sexual. “La prueba de que hay contenidos inadecuados en línea es que en 2020 Visa y Mastercard le dijeron a Pornhub que si no quitaba los vídeos robados no permitirían el pago en la plataforma y al día siguiente desaparecieron 10 millones de vídeos”, recuerda.
La sexóloga Laura Morán, en cambio, cree que una parte del discurso antiporno tiene un halo de puritanismo. “Violencia sexual siempre hubo y antes no se accedía al porno”, señala. A su juicio, cuestionar que a una persona le pueda erotizar que le tiren del pelo es confundir fantasía con realidad . “Están demonizando la creatividad erótica del ser humano”, recalca. “Si hay consentimiento, y deseo, me pregunto cuál es el problema”.
Las restricciones no funcionarán
Para Morán, el principal problema que produce el consumo de porno en menores y adolescentes es la falta de información, porque genera expectativas que no son reales. “Los chicos aprenden que es así como se trata a una chica sin que nadie les diga que eso no funciona así”, explica. “A un niño pequeño cuando empieza a ver Supermán le explicas que él no va a volar. En multitud de ámbitos explicamos a los menores que lo que están viendo es ficción, es curioso que lo hagamos con todo menos con el sexo”. Por eso considera que el plan del Gobierno carece de la pata más importante, que es una buena campaña de educación sexual, y no solo a un público juvenil, sino desde la infancia.
Restringirles el uso les va a llevar a querer buscarlo de forma más desesperada, y se van a exponer a otros medios que son peores
El gran problema del abordaje anunciado por Escrivá es, para la sexóloga, que los menores no van a dejar de buscar porno por estas limitaciones y lo harán a través de medios incluso más peligrosos. “En psicología decimos que la restricción conlleva el atracón: restringirles el uso les va a llevar a querer buscarlo de forma más desesperada, y se van a exponer a otros medios que son peores”, argumenta . “La herramienta eficaz aquí es la educación sexual, no es la restricción, porque la restricción se la van a saltar”, añade Nogueras. “Las restricciones son ridículas, siempre que se intenta restringir el acceso a la pornografía los adolescentes encuentran las formas de hacerlo”.
Incluso los psicólogos que celebran que el Gobierno haya decidido entrar en este asunto reconocen que las restricciones no son efectivas si no van a acompañadas de educación sexual a los menores. “Todo lo que sea dificultar el acceso a las web porno me parece bien”, afirma García. “Pero las prohibiciones no funcionan, la historia está llena de casos en los que se produce lo contrario”. “Esta medida puede retrasar el acceso y, por tanto, los impactos más graves que se producen a edades tempranas”, reconoce Villena. “Pero la educación afectiva sexual sigue siendo una asignatura pendiente en nuestro país”.
Esta medida puede retrasar el acceso al porno, pero la educación afectiva sexual sigue siendo una asignatura pendiente en nuestro país
Para el experto, durante años se ha enfocado la educación sexual desde el miedo, en referencia a la prevención de enfermedades o ponerse el preservativo, pero se ha hecho poco hincapié en lo que tiene que ver con la afectividad. “Falta enseñarles la capacidad para poner límites, entender las emociones del otro, el deseo sexual de la otra persona, los elementos que son fundamentales a la hora de vivir una relación sexual recíproca y placentera”. “Generación tras generación, seguimos aprendiendo sexo en la calle, con los amigos, con fuentes que no son las más adecuadas”, concluye García. “Y esa es la verdadera raíz del problema”.