Era otro barco para otra guerra
El 31 de agosto del año 2000, el Privilege, un carguero de 120 metros de eslora con bandera de Santo Tomé y Príncipe, fue aprehendido por la policía de varios países en aguas internacionales y retenido en las Islas Canarias durante once meses. El juez Baltasar Garzón, tras la sospecha de que el Privilege albergaba un alijo de cocaína, desvalijó el navío de proa a popa, mantuvo al capitán y a media tripulación bajo arresto, sometió el barco a un examen minucioso con perros, una legión de policías, técnicos navales y estibadores sin llegar a encontrar nada. Buscaba cinco toneladas de cocaína y para ello analizó las mil toneladas de asfalto y las cinco mil de cables de acero que el buque transportaba en bidones. Arnaldo Antonio Aranda, el patrón del Privilege, salió en libertad con una receta de antidepresivos bajo el brazo.
El 3 de abril de 2024, un crucero de la compañía MSC fue paralizado con mil quinientos pasajeros a bordo en el puerto de Barcelona por la presencia de sesenta y nueve bolivianos que viajaban con un visado falso. El crucero había zarpado desde Brasil con destino al Mediterráneo, y las irregularidades en el visado de los pasajeros las descubrieron en mitad de la travesía, que tenía como destino final Italia. Las autoridades españolas negaron el desembarco de esas sesenta y nueve personas, entre las que había catorce menores de edad, y permitieron al resto de los pasajeros visitar durante unas horas Barcelona, mientras se solucionaba la situación. “Hemos estado dos días en el puerto de Barcelona sin saber si el crucero seguía”, confesaban algunos turistas. Nadie se preguntaba en ese momento si alguno de esos bolivianos pensaba bajarse en Italia o en España.
Este martes, 14 de mayo de 2024, llega a media mañana un mail a mi escritorio con una nota de prensa de la Red Solidaria contra la Ocupación de Palestina (RESCOP) y una serie de documentos escaneados con anotaciones escritas a bolígrafo. La nota expone la supuesta llegada de un carguero, esta vez de nombre Borkum, a las aguas de Cartagena camino al puerto de Ashdod, en Israel, con un cargamento de explosivos, misiles y demás material militar. La Red exige, con el comunicado, un embargo al comercio de armas con el régimen de Netanyahu. Ione Belarra decide acusar al gobierno de complicidad con el genocidio y el ala socialista del gobierno, encabezada por Óscar Puente contraataca desmintiendo toda la información publicada, niega que la carga del Borkum fuese destinada a Israel y aporta una documentación que vincula parte del material que transporta el carguero de marras con un pedido de la República Checa. Es más, para dar muestra de la postura del gobierno al respecto, Puente anuncia que hay un carguero que sí contenía material militar a Israel al que se le ha denegado el atraque en puertos españoles.
Acto seguido, el Borkum abandona Cartagena sin llegar a atracar y en estos momentos navega frente a las costas de Argelia, sin haber actualizado su puerto de destino en Marine Traffic, aunque se le espera en Eslovenia. Hay muchas cosas que se han hecho mal aquí. La primera, por parte de la prensa, aunque personalizaré estas líneas en mí. Surge un dilema al revisar unos datos que, como mínimo, no están falseados pero pueden contener información errónea; si esperas demasiado, el barco atraca, reposta y se marcha antes de poder comprobar unas sospechas que parecen mecer el beneficio de la duda. Si aciertas, bien, pero si te equivocas, estás difundiendo una información errónea. La segunda, Podemos. No dudo de las buenas intenciones de Belarra, pero acusar al gobierno de colaboracionismo con un genocidio es excesivo. Precisamente la información debe servir para poner al gobierno en conocimiento de algo de lo que ellos han podido no percatarse. La España en la que se basan Fariña, Mano de Hierro, Los Farad y Marbella existe y demuestra que aunque haya mucha gente mirando pasan cosas horribles. Por último, el gobierno debería haber respondido con más sensatez -porque calificar de bulo y de bulosfera a todo lo que se mueve no es una buena estrategia- y haber aportado toda la documentación de una sola vez y no de forma precipitada y a cuentagotas. Ante una situación como esta, y viendo los antecedentes, creo que tildar de exagerada y de bulo a la ligera una alerta -que no acusación- como esta, debería haberse tenido en consideración de otro modo.
Hay quien decía que por el calibre de las municiones inventariadas, el destino final podría haber sido Ucrania. En última instancia, Óscar Puente rebajó el tono y llegó a sugerir que, quizá, nos habíamos equivocado de barco. Y es muy posible. Pero es un ejercicio de cinismo impresionante el de un Estado capaz de secuestrar un crucero para deportar a unos polizones pero reticente a revisar si unos contenedores incumplen el Tratado sobre el Comercio de Armas. Cabe a veces más esperanza en en un “espero equivocarme” que en todas las demás certezas y tal vez por eso deberíamos tenerle más miedo a lo segundo que a lo primero. Hemos tenido que equivocarnos de barco para que el gobierno se pusiera a hacer su trabajo. Vimos un cargamento de armas y lo tuvimos claro. Era para la guerra. Pero no se nos ocurrió pensar en que era otro barco para otra guerra.