La derecha que añora el procés
¿Sigue vivo el ‘procés’ independentista? ¿Ha sido “finiquitado” por las urnas, como aseguró el domingo el líder del PP catalán, Alejandro Fernández? ¿O “no ha muerto” como corrigió su jefe, Alberto Núñez Feijóo?
Algunos datos básicos para centrar el análisis. Los partidos nacionalistas catalanes –hoy independentistas pero antes no– tuvieron este domingo su peor resultado histórico de los últimos 40 años. Hay que retroceder a 1980, las primeras elecciones autonómicas, para encontrar un dato peor para estos partidos. Y lo de ‘peor’ es muy relativo: en 1980 Jordi Pujol sí gobernó, con el apoyo de ERC y UCD.
En el referéndum del 1 de octubre, el ‘sí’ a la independencia logró 2.044.038 votos –los partidarios del ‘no’ apenas votaron–. Y unos meses después, en las autonómicas convocadas por el 155, subió un poco más: 2.079.342 votos, el techo del independentismo. El domingo pasado fueron poco más de 1,3 millones: mínimo histórico desde que arrancó el procés.
Otro dato más; el más claro. No hay otro candidato viable a presidir la Generalitat que no sea Salvador Illa. Ninguno más. Con este Parlament, con estos resultados, es imposible que Carles Puigdemont pueda ser investido como president: por mucho que el líder de Junts no tire la toalla; por mucho que lo repita Feijóo.
¿Sigue vivo el procés? Es obvio que no; se mire como se mire. Y es evidente la razón por la que Feijóo niega la realidad. Aceptar esa evidencia implicaría algo más: reconocer el éxito del Gobierno de Pedro Sánchez. Admitir que esos indultos y esa amnistía contra la que el PP se manifiesta en Madrid –mientras calla en Catalunya– han sido claves para reducir el respaldo social del independentismo.
Es un cambio tan profundo, tan trascendente, que muchas de las últimas consecuencias aún están por concretar.
Es el fin político para Carles Puigdemont. Su canto del cisne. Si el líder de Junts no ha reconocido su derrota, asumiendo una retirada que él mismo prometió, es solo porque falta menos de un mes para las europeas y porque aún mantiene la esperanza de que haya una repetición electoral.
Ha quedado también muy tocado Oriol Junqueras, que tal vez logre mantenerse al frente de ERC –veremos, porque el partido ha entrado en ebullición–. Pero incluso si gana la batalla interna que le espera, es muy difícil que pueda recuperar ese importante porcentaje de votos que ha perdido ERC en las últimas tres elecciones: municipales, generales y catalanas.
Puigdemont y Junqueras no han sido los únicos derrotados este domingo, junto con buena parte de la generación que dirigió el procés. Hay otro líder tocado, a pesar de la recuperación de su partido en Catalunya, y es Alberto Núñez Feijóo. El PP no esperaba un resultado así: una validación tan clara de la estrategia del Gobierno para solucionar el conflicto catalán. Es difícil mantener que Sánchez es “la mayor fábrica de independentistas”, o que la unidad de España está hoy más amenazada de lo que lo estuvo con Mariano Rajoy.
El independentismo se alimentó del PP, y viceversa. Por eso para Feijóo habría sido mejor una victoria de Puigdemont, que habría impulsado a la derecha en las europeas. Ha ocurrido lo contrario, y eso le deja a Feijóo una vía de agua muy peligrosa, que le podría hundir.
En menos de un mes se vuelve a votar. Y el partido de Feijóo sale en todas las encuestas como el favorito. Si tal cosa ocurre y gana las europeas el PP –lo más probable, ya fue el más votado el pasado verano– dudo que vaya a tener grandes consecuencias para el Gobierno de coalición. El PSOE también perdió las europeas de 2009, un año después de ganar en 2008, y no fue eso lo que hundió a Zapatero.
Otra cosa es si Feijóo fracasa, si no logra en las europeas esa victoria holgada que esperan los suyos y que no está garantizada. En ese escenario, ¿podrá mantenerse al frente del PP?
Más consecuencias postcatalanas. La más importante: ¿logrará Salvador Illa presidir la Generalitat? ¿Con qué votos?
Apunta estas dos opciones de investidura, que son las que ya se están explorando hoy y que –en ambos casos– requieren del respaldo de los Comuns, que parece seguro. La primera: un ‘sí’ de ERC. La segunda: la abstención de los republicanos –están ya en esa posición– más el ‘sí’ del PP.
Nadie dijo que la política catalana fuera fácil; hay ocho partidos en el Parlament. Pero más difíciles fueron las negociaciones que hicieron a Jaume Collboni alcalde de Barcelona en 2023, o a Ada Colau alcaldesa en 2019 –con el respaldo de Manuel Valls–.
Las negociaciones y primeros contactos ya están en marcha, de forma muy discreta. Pero nada de todo esto se concretará hasta que pasen las elecciones europeas del 9 de junio. Será al día siguiente –el lunes 10– cuando se constituya la mesa del Parlament catalán, y cuando veremos las primeras cartas sobre la mesa de cómo va la negociación.
Para ERC nada sería más peligroso que una repetición electoral, que estaría aún más polarizada entre Illa y Puigdemont. En ese escenario no hay duda de que ERC sufriría aún más. Pero nunca hay que descartar la enorme capacidad de muchos partidos para la autodestrucción.
ERC sin duda preferiría la opción dos: que Illa gobierne pero sin que ellos tengan que salir de la abstención; que sea el PP quien diga ‘sí’ a la investidura de Illa. Y aunque tal cosa parezca hoy imposible, no es muy distinto a lo que ya ocurrió con Xavier Trias en Barcelona, un político menos independentista y más ‘business friendly’ que Puigdemont.
No descarto tampoco la repetición electoral. Que requiere dos factores. El primero: el suicidio de ERC. El segundo: una alianza de intereses entre Feijóo y Puigdemont, que algunos ya están valorando dentro de Junts. Es un acuerdo sencillo: tú te cargas a Illa, yo me cargo a Sánchez. Que el PP le dé a Puigdemont una segunda oportunidad, a cambio de que Junts retire su apoyo al PSOE en el Congreso.
Una última reflexión, antes de despedirme por hoy. Es un error confundir independentismo y procés. El primero es un movimiento político pacífico y plenamente legítimo, con siglos de tradición en Catalunya y que sigue teniendo un respaldo social enorme, aunque hayan perdido la mayoría parlamentaria; un movimiento que seguirá existiendo en el futuro, con seguridad. El segundo fue el intento fallido de una independencia unilateral que no contaba siquiera con la mitad de los votos de los propios catalanes y que tampoco murió el pasado domingo: lo hizo mucho antes. El 27 de octubre de 2017, cuando la mayoría del Parlament declaró una independencia que ni ellos mismos se atrevieron a cumplir.
Esa contradicción, y no otra, fue lo que mató al procés. Si el independentismo pudo después sobrevivir a esa enorme herida de credibilidad –prometer a su gente algo que no podían cumplir– fue por el ensañamiento de los tribunales españoles, por la negligente respuesta de esa misma derecha que antes lo alimentó, con la sentencia del Estatut o los porrazos del 1-O. Por eso los indultos y la amnistía han terminado de enterrar un procés que nació muerto. Siete años atrás.
Gracias por leerme. Espero que tengas un buen fin de semana.
Un abrazo,
Ignacio Escolar