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Visigodos, romanos, Reyes Católicos o Borbones: ¿quién diantres forjó España?

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Nombrarla es invocar siglos de glorias y sufrimientos, de gestas y escozores: España. Pero… ¿cuál? Su origen se pierde en lo más remoto de los calendarios. Los fenicios ya llamaron 'I-span-ya' a la península; los romanos, 'Hispania'. Y eso, solo desde el punto de vista de la toponimia; lo del origen político y administrativo es otro cantar. Algunos expertos sostienen que fue alumbrada de la mano del rey visigodo Leovigildo ; otros tantos, que no fue hasta la llegada de los Borbones, tras la Guerra de Sucesión, cuando se vertebró tal y como la conocemos hoy. Opiniones hay por miles, y Manuel Ángel Cuenca, oficial del Ejército del Aire, las ha reunido, analizado y exprimido todas en el nuevo ensayo histórico que presenta junto a los miembros del grupo 'Gestas de España': 'En busca de España' (Roca). Y hoy, le preguntamos por ellas. –¿Cuándo diantres nació España?, ¿existe solo un momento en la historia? España no nació un solo día, ni en un único lugar, ni bajo un solo estandarte. España es una creación viva, fruto de innumerables amaneceres. Cada civilización que holló su suelo dejó una huella que se fundió con las demás, como estratos de una misma conciencia. Roma le dio ley y lengua; los visigodos, unidad; el cristianismo , alma; y la Reconquista, sentido. Nació muchas veces y aún sigue naciendo, porque España no es un suceso: es una vocación. –¿Por qué afirma que la idea de España hunde sus raíces en las leyendas griegas y en el corpus narrativo de la Biblia? Porque antes de existir como territorio, España ya era un mito. Los griegos la llamaron Hesperia, la tierra donde muere el sol, símbolo del fin del mundo conocido. En la Biblia se la menciona como el confín occidental, el lugar al que incluso el apóstol Pablo soñó llevar la palabra divina. España, pues, nació como promesa: el último horizonte del hombre antiguo, la frontera entre lo visible y lo eterno. –¿Cómo influyó Roma en la fundación de la futura España?, ¿permanece aún su legado? Roma fue el crisol donde se templó el espíritu hispano. Dio a Hispania su lengua, su derecho, sus calzadas y su fe, pero, sobre todo, le enseñó la noción de pertenecer a un orden superior. De sus piedras surgieron las ciudades; de su ley, la justicia; de su genio, la idea de civilización. Y aún hoy, en nuestras plazas, en nuestros códigos y en nuestra forma de entender la gloria y el deber, late el pulso romano. –¿Qué hay de verdad en la idea de que fue Leovigildo el primer monarca de una España, en parte, consolidada? Leovigildo fue el primer rey que soñó con una Hispania unida bajo un cetro y una fe. Gobernó no solo como visigodo, sino como hispano, consciente de que su poder debía trascender las tribus y abrazar una patria común. En él se adivina el preludio de la Monarquía hispánica : un poder que buscaba unir lo disperso y dar continuidad a la herencia de Roma. Su hijo Recaredo, al abrazar el catolicismo, completó la semilla política y espiritual de esa unidad. –¿Cuál fue la importancia de la batalla de Las Navas de Tolosa en la forja de la identidad española? Las Navas de Tolosa fue el rugido de un pueblo que comprendió su destino. Aquel 16 de julio de 1212, los reinos cristianos se reconocieron como hermanos, hijos de una misma tierra. La victoria no solo abrió la recta final de la Reconquista: selló la certeza de que España era posible. Allí, entre montes y lanzas, nació la conciencia de una misión compartida. –¿Han ayudado las batallas a forjar la idea de España? Sin duda. Las batallas no solo deciden territorios, también despiertan pueblos. Covadonga , Lepanto o Bailén no fueron solo combates: fueron exámenes del alma. En cada una de ellas, España se vio obligada a recordarse a sí misma, a defender su ser frente a la disolución o la tiranía. Las batallas, con su mezcla de tragedia y heroísmo, fueron los martillazos que dieron forma a su carácter. –La Leyenda Negra afirma que el Imperio español se alzó sobre la ambición. Asumo que no está de acuerdo… No. España no conquistó por codicia, sino por vocación universal y deseo de llevar hasta el fin de la tierra la fe católica que la ha hecho ser lo que es. Creó universidades donde otros levantaban factorías, fundó ciudades donde otros saqueaban, y llevó su fe y su lengua allí donde el mapa se perdía en lo desconocido. Hubo errores, y muy serios, sí; pero también una inmensa obra civilizadora. España no buscó oro: buscó llevar por el mundo aquello que la hizo ser lo que es. Por eso su Imperio no fue de dominio, sino de alma. –¿Nació España, al menos a nivel administrativo, con los Borbones? Con los Borbones llegó la modernidad, la administración y el centralismo, pero no la esencia. España ya existía mucho antes de Felipe V: lo probaron las Cortes de León, los Reyes Católicos y el Imperio que unió cuatro continentes bajo una misma corona. Los Borbones reformaron el cuerpo, pero el espíritu era ya antiguo, profundo, inquebrantable. Su labor fue reorganizar una herencia milenaria, no crearla. –¿Cuáles son las grandes gestas de España a lo largo de su historia?, ¿qué deberíamos recordar? Recordemos a los que abrieron océanos y cruzaron mundos —Elcano, Legazpi, Urdaneta—, a los que defendieron Europa en Lepanto, a los que resistieron en Numancia y Zaragoza, a los que soñaron catedrales y levantaron universidades en selvas y desiertos. Recordemos a quienes dieron palabra al silencio, ciencia al misterio y fe al vacío. Porque las gestas de España no son solo batallas: son la afirmación constante de que lo imposible puede hacerse realidad.