Morante se va: «Nos quedamos huérfanos»
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Pueden haber sido unas de las doce horas más intensas en la vida de Las Ventas. La noche anterior, los aficionados tardaron en conciliar el sueño, como niños a la espera de abrir al día siguiente los regalos de los Reyes Magos. Y esos regalos llegaron, ¡vaya si llegaron! Aunque también carbón muy negro para cerrar la jornada. Vayamos por partes: el Wellington estaba hasta arriba sobre las 11 de la mañana . Una hora faltaba para que diera comienzo la corrida, pero nadie quería perderse un día que se sabía histórico, desde su confección. Sobre las 11:15 de la mañana, bajó Curro Vázquez, con ese aire de torería antigua . Muchos chavales con camisetas de Morante aguardaban para ver al Genio. A las 11:18 bajó. Todo el mundo le detenía para hacerse fotos o darle la mano . No pudo arrancar la furgoneta hasta varios minutos después. Y, como si fuera un paso de semana santa, tras él salieron sus fieles, que casi solapaban la puerta giratoria del hotel. En el momento álgido bajaron unos extranjeros, que miraban el por qué de la muchedumbre. «¡Morante!», acertó a decir la señora. A las 11:23 bajaba Olga. Algunas fotos, con compañeros de la escuela esperando para desearle suerte. Estaba nerviosa, pero muy sonriente, sabedora de que era una suerte vivir momento . Inmediatamente después salió Frascuelo, al que esperaba un crío con una gran bandera de España. Aún quedaban aficionados fuera, que aplaudían y deseaban suerte a los toreros. A Ponce siempre le ha gustado apurar. A las 11:28 salió del ascensor. Una foto, otra foto, un saludo. Y más tarde aún salió Rincón, con algunos aún esperando al César de Madrid . Entonces, como críos, los aficionados se sentaron a recibir sus regalos. Y los siete reyes magos que protagonizaban la mañana, les dieron los presentes . Triunfal fue el festival, que Chenel, con su cigarrito, estaría viendo desde el cielo. Y en los tendidos, no faltaba un torero: Juan Ortega, Pablo Aguado, Aarón Palacio, Bruno Aloi, Javier Cortés, Uceda Leal, Fabio Jiménez, Víctor Hernández, El Tato, José Antonio Campuzano… Eran las 15 en punto cuando se echó el séptimo novillo . Tres horas de festejo, que no se había hecho largo. Casa Toro, César, La Tienta… todos los restaurantes de los alrededores (hasta Sainz de Baranda) estaban llenos, ¡desde agosto! Ese es el efecto Morante. Las calles salían hablando del trincherazo de Curro, un doblón de Ponce… A la hora de volver a la plaza, el ambiente seguía inmejorable, las banderas ondeaban… Unos pelmas, aunque pocos, daban la tabarra a la puerta de la Monumental en una manifestación 'animalista'. Nadie les miraba, la gente volvía como loca a sus asientos. «¿Has visto a Rincón dando distancia, citando de lejos?» . Habíamos vuelto a hace treinta años, y todo eran caras de felicidad. Muchos de los toreros que por la mañana habían visto el festival desde el tendido, repetían por la tarde. Incluso los que habían toreado: entraba Frascuelo como una estrella de rock en el tendido 4 , ante las felicitaciones desde todo el mundo. Quienes esperaban en el Wellington, pudieron ver los primeros el vestido de Morante: un Chenel y oro se enfundó el maestro , que salió con poco más de media hora a la plaza. Y, en pos de él, volvían a salir los aficionados, que predecían una tarde histórica. En Las Ventas, el tango inundaba el patio de arrastre, en el que Isabel Díaz Ayuso entró un cuarto de hora antes de comenzar la corrida, parada por todos. A ella fue el brindis de Morante en su primero, por todo lo que defiende, «porque es usted una valiente» . Y el segundo fue a Abascal. La gente estaba algo conmocionada por la voltereta que se había llevado instantes antes al sevillano , un animal peligroso por el izquierdo, que le hizo quedarse tirado como un muñeco en el ruedo unos segundos, sin poder moverse. Pero volvió al ruedo, y pegó unos derechazos que volvieron loca a la plaza . Menos un espectador en el 5, que le gritó: «ponte en tu sitio». Claro, los 23.999 restantes se pusieron a la contra de ese hombre, que, no contento, continuaba dando guerra. Dos orejas para Morante , más o menos protestadas -¿importaba algo?- paseó el Genio, visiblemente conmocionado, entre gritos de «Jo-sean-tonio-Morante-de-la-Puebla». Ya eran muchas emociones: los maestros por la mañana, las dos oreja del de La Puebla, la despedida de Robleño… cuando llegó la bomba: Morante fue a los medios, y, llorando, se cortó la coleta . Se intercalaban los gritos de «¡No!, ¡No!», con los de «¡Torero, torero!». ¿Qué acababa de pasar? Se comentaba, se decía, se oía el rumor… Pero no se podía dar crédito. ¿Se estaba cortando la coleta Morante? « ¡Se acabaron los toros! » , decían los espectadores, como ya dijera Guerrita a la muerte de Joselito. En 1920 no se acabaron. Ni en 2025 lo harán. Pero sí es cierto que, sin Joselito, cambió el panorama. Lo mismo ocurrirá sin un torero tan insustituible como Morante . La Fiesta perdurará, les pese a los de la manifestación de la tarde, a Urtasun, o a quien sea. Pero una parte de la Fiesta se ha ido con el Genio para siempre. Pero ahí no acabaron las emociones. Robleño anunció a principios de temporada que se retiraba, y se cortó la coleta tras pasear una última oreja. Sus hijos bajaron al ruedo, y le quitaron la castañeta. Ahí se va un torero bravo, con un cuarto de siglo a sus espaldas con las corridas más duras . Si se comentaba que su primera puerta grande había sido apoteósica, ésta no fue menos: cuando saltaba el sexto al ruedo, la puerta grande estaba llena de gente, conocedora de la noticia. Pero de gente conocedora de la noticia, porque en la plaza no se movió nadie. « Había ambiente de pésame, pero nadie se lo quería perder », comentaba una señora ya en el Hotel Wellington. Hasta ahí llevaron a Morante, atrás, una multitudinaria puerta grande, donde todos querían tocar al ídolo. No lo llevaron a hombros lo intentaron la paliza el de La Puebla. Pero cientos de aficionados, la mayoría de menos de 25 años, se golpean en la puerta del taurino hotel, esperando que saliera el dios a bendecir a los fieles. Y salió, un rato después, con un batín y una copa de vino blanco. Saludó brevemente, y ante los gritos de: «quédate» , abría los brazos, negando con la cabeza. Tras eso, volvió a meterse. La chavalería, no dispuesta a ver así, por última vez así al ídolo, gritaba : «Si Morante no sale, no me voy de aquí», mezclado con «¡torero, torero!», y vivas a José Antonio, España, y alguno a Chenel, primer protagonista del día. « Nos quedamos huérfanos », comentaba un chico. Algunos esperaban sonrientes, Volvió a salir, y besó la bandera de España. Unos mandaban callar, por si hablaba. Otros coreaban su nombre. Pero muchos sentían esa sensación de orfandad. No faltaban lágrimas, de pena, emoción... Con sensatez hablaba un joven: «Voy a seguir abonado a Madrid, voy a seguir yendo a los toros, pero los kilómetros que me he hecho por él, no los voy volver a hacer». También aguradaban, entre el centenar de personas que querían ver al cigarrero, jóvenes de la escuela taurina, que querían felicitar a su maestro. Robleño ha dicho adiós a los rudos, pero ahora le queda una ilusionante labor al madrileño: la de director de la Escuela Yiyo, entrenando a los nuevos valores de la tauromaquia. Unos se van, otros llegan, como Sergio Rodríguez, confirmante esta tarde tras ganar la Copa Chenel… pero el toreo eterno, el de Antoñete, Curro Vázquez, Rincón, Ponce... y Morante perdurará para siempre .