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El Vía Crucis Magno desborda las calles de Córdoba y cosecha los frutos de fe y de belleza

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¿ Vía Crucis Magno ? ¿Cuál de los dos? Igual que había quien puntualizaba que en 20202 y 2021 sí que hubo Semana Santa aunque no salieran las procesiones a las calles, también alguno de los amigos de la exactitud diría que el Vía Crucis Magno fue lo que sucedió entre Amador de los Ríos y la Catedral, las oraciones ante el Cristo de San Álvaro en la calle Torrijos. Para eso salieron ayer 35 imágenes de 34 hermandades , doce de ellas de la provincia de Córdoba, según la estela del primer vía crucis de Occidente, que rezó el que ayer volvía a ser San Álvaro en Scala Coeli. Con propiedad era así, pero aquello fue algo para apenas 4.000 personas y para quienes lo vieron por la televisión, y encima los pobres tuvieron que soportar parones, retrasos y pasos que caminaban no como son y con su música, sino con una propuesta por megafonía que sonaba a boda de las de ahora y con la que había que ejercitar la compasión o la misericordia. No, el Magno Vía Crucis Diocesano 'Córdoba, Vía Sacra de Occidente', tenía que ser mucho más. Si San Álvaro había traído la contemplación de la Pasión del Señor en las estaciones del sufrimiento hasta la cruz, si él había rezado ante una Virgen de las Angustias con tanto fervor que hasta la arañaba, y si él lo convirtió en caridad con aquel mendigo que se hizo Cristo, lo que ayer pasó tenía que ser una experiencia de encuentro con las imágenes y con las cofradías que sabían que con sus titulares se llega a la fe y se acrecienta, y que lo mismo que han mantenido la devoción han sabido hacerla llegar a los demás. En décadas o en siglos, que de todo había. Sí, había que buscar no sólo a las imágenes en el molde de la carrera oficial , sino a las cofradías que las llevaban con su forma de ser por los caminos de ida y de vuelta. Por eso el Vía Crucis Magno era también, era sobre todo, era lo único, el sol alto de la tarde en el misterio de la Oración en el Huerto de Cabra , que a las tres de la tarde saciaba la sed de los impacientes, con los escudos de todas las hermandades de su ciudad en los codales de cera y el sol en la sangre del rostro del Señor de las Penas, recién restaurado por Miñarro. Era también la sencillez del Cristo de las Aguas de Palma saliendo de San Miguel, que por unos días no había estado huérfana de hermandades, y también, en la anchura de Fátima, el horizonte de la gente que le reza a la Virgen de la O , sin prisa por llegar a la carrera oficial, pero también con la felicidad de que esa tez morena se paseara por tantas calles de la ciudad. Casi a la misma hora había un aire de Lunes Santo cuando el Señor de la Coronación de Espinas elevaba al cielo el dolor. Era el día casi de verano y al sol de las cuatro de la tarde el Señor del Calvario , con su túnica de cola de siempre, se ponía en la calle y otra vez era capaz de atenuar el clamor, la música y el aire pletórico de la tarde para que todo fuera oración sencilla en la presencia y hubiera que ayudarle a portar la cruz. El Vía Crucis Magno madrugaba también en San Agustín para que quien aguardaba a la Virgen de las Angustias pensara que no tenía ojos para nadie más. Se daba cuenta entonces de que no era una ensoñación el que se le escuchase un suspiro por el labio trémulo , y que hasta era posible que el brazo del Señor se balancease carnal. Para aquello habían salido las imágenes y a esas alturas ya se había justificado mucho más allá de que lo que pudiera suceder en la parte donde estaban las sillas. Era también Jesús de la Columna de Priego y el que lo veía subir por Claudio Marcelo, en el andar poderoso de los varales del trono, no se sabía si fijarse en el dolor de la tortura o en el rostros que trasciende el sufrimiento y lo torna en invitación a la conversión y a seguir el camino. A las cinco de la tarde el Vía Crucis Magno había sembrado la ciudad de una fe que se desbordaba en entusiasmo, y si en la Ajerquía se escuchaban oraciones antiguas, por Poniente llegaba majestuoso el misterio de la Sagrada Cena y se comprendía que no había rincón de Córdoba en que no fuera posible dar un paso y sorprenderse con una cruz, con olor a incienso y con música que atraía. Quienes debían pasar tiempo en la carrera oficial la buscaban y a quienes ni se les había pasado por la cabeza tal cosa seguían disfrutando, muchos de ellos sin hacer caso a los horarios ni a los cuadrantes. Era el día para dejarse sorprender. Los primeros vieron llegar al Cristo de San Álvaro hasta el altar en que lo escoltaban San Acisclo y Santa Victoria, y escucharon las primeras oraciones del obispo de Córdoba, Jesús Fernández , acompañado en el palco por otros dos pastores: el de Bangassou, Juan José Aguirre , y el emérito de la diócesis, Demetrio Fernández. Los que se quedaron en el exterior no escucharon sonar una canción de Medina Azahara para sus imágenes, sino la música propia con que la sueñan todo el año. Cruzaba el Puente Romano el Cristo de la Caridad de Pozoblanco. Se estremecieron con la mirada del Señor de la Columna de Lucena, que taladraba el horizonte en el rito irrenuciable de la santería , por un camino hermoso desde San Francisco, y donde retumbaban el tambor y el torralbo. Otros muchos, como los Domingos de Ramos, siguieron la mirada y las manos poderosas del Señor Rescatado . Los que quisieron disfrutar de las cofradías en el ambiente de sus barrios y en los caminos por el corazón de Córdoba no supieron nada de los retrasos, del parón que hubo antes de que llegara las Angustias, quizá por una ambulancia que había tenido que pasar por sus calles, y de la demora que ya había antes. Habían preferido ver salir el misterio del Prendimiento , habían seguido al Huerto por la calle de la Feria buscando escenarios por Fleming que no son los de siempre y se habían prendado de la ternura del Señor de los Afligidos, en un misterio lleno de fuerza y sin embargo resuelto en dulzura. Desde luego vieron salir a la Esperanza y se llenaron de un entusiasmo verde que desbordó las calles cuando Ella enseñó el rostro dulce y comenzaron a botar los gladiolos en su paso y a sonar las campanitas. Había merecido la pena la larga espera de tantos en las puertas de San Andrés . Muchos otros esperaron a las cofradías en las sillas de los recorridos parciales, tanto en Fleming, por donde debían llegar 18, como en Santa Teresa Jornet y la Ribera, donde eran quince. Iba cayendo la noche y el camino de las cofradías deleitaba, pero también dejaba en algo el sabor de aquello que no terminaba de salir bien, en los cortes y en las cofradías que tenían que esperar a las demás. Era casi inevitable con tantas variantes como había que tener en cuenta. Cuando cae la noche los palios cambian y también las imágenes que van en el interior. Se hacen más dramáticas, más desvalidas y por eso mismos hay que acompañarlas más, quererlas más, no dejarlas. No lo hacían con la Virgen de la Esperanza del Valle entre la cera rizada y el palio alegre, cuando buscaba por Fleming la carrera oficial. No lo hicieron nunca con la O, ni mucho menos con la Paz, inagotable en todos los detalles de blancura, de refinamiento, de belleza inagotable. Era el día de los más jóvenes, que se bebían su propia ciudad con la indisimulada avidez de quienes saben que viven un día único, aunque de aquí a cierto tiempo pueda repetirse. Y todo avanzaba. Por San Basilio llegaba el Señor de la Pasión , todavía con el recuerdo de tantas tardes de Miércoles Santo, y desde la Catedral el Cristo de Zacatecas impresionaba en la majestad de su estampa antigua con la Virgen del Socorro. Había salido la Sentencia de su casa de hermandad y recorría la Compañía y la calle de la Feria. Por Fleming, en aquella casi carrera oficial, avanzaban otros dos tribunales. Poderoso era el del Señor de la Redención , siempre con fuerza, y más íntimo el del Perdón, que recibía en silencio el golpe injusto, el primero de los muchos que tenían que llegar. Muchos encontraron al misterio de la Coronación de Espinas de Fernán Núñez por la Corredera o en los largos caminos desde Fleming y desde cierto momento el Vía Crucis Magno se hizo solemne. Era día de música y de bandas, pero siempre hay gente que busca un poco más allá. Por eso, aunque salía de San Francisco, también con varales, el Señor Caído de Aguilar , los hubo que buscaron la intimidad y la introspección de Nuestro Padre Jesús Nazareno, que siempre marca un tiempo distinto. Y también quienes vinieron a Córdoba, o quienes salieron de sus casas, para rezar al Cristo del Remedio de Ánimas , que es siempre aquello que no puede encontrarse en ningún otro lugar. Estrenaba sudario rojo en su camino de rosarios, de miserere, de canto y de meditación que siempre termina en la certeza de que con la muerte no termina la vida. En la carrera oficial el retraso a veces se había un poco más llevadero y a veces crecía. Se contaba con él, desde luego, pero qué sabían de aquello los que no dejaban de pisar las calles por las que se iban acercando. Acompañaron muchos al Señor del Buen Suceso en el momento en que el Señor se encuentra con su Madre, y otros, por el Oeste de la ciudad, veían llegar al Cristo de la Oración y Caridad en el momento de convertir al buen ladrón. Luego estaban también los caminos de la sorpresa, los lugares que alguien empleaba para salir y le enseñaban una cruz de guía. Sucedió por ejemplo en Jesús y María, cuando aparecía un cortejo y al final una silueta inconfundible de Crucificado. Era el Cristo de la Expiración de La Rambla, otra de las imágenes poderosas del día. De frente y sobre todo de perfil era una imagen dialogante, que buscaba a quien estaba a los pies y que sugería, casi ordenaba, que nadie se marchase demasiado pronto. Detrás, por San Álvaro, precisamente por aquella calle tan del día que era ayer, había una cruz de guía que quien haya pisado mucho las calles de Córdoba tiene que conocer. No llevaba nazarenos negros, pero sí una silueta que no se puede confundir. En la luz de la cera llegaba la Virgen de los Dolores , inconfundible, maternal, inagotable. En esta ocasión, y como había sucedido también en la Regina Mater, hace diez años, llevaba el manto de Alburquerque y la saya del cordero, las prendas del septenario y del Viernes de Dolores, que evocan a viejos Viernes Santos del siglo XIX, si es que su presencia en la calle no es siempre un viaje al pasado. Tarde salía, para su costumbre, el Cristo de las Penas de la iglesia de Santiago, con la estampa antigua del Crucificado y el dolor de la Virgen de los Desamparados y desde San Pedro subía en majestad al Santo Sepulcro de El Carpio. Se había hecho la noche contemplación en torno a la imagen del Castillo Lastrucci y a la urna de Gregorio Fernández , que hacía traer el sabor del momento en que el mundo parece vacío por la muerte del Salvador. La ciudad se desbordaba y había salido también el Señor Resucitado , con los sones inmutables de la agrupación musical Santa María Magdalena de Arahal, de la maestra indiscutible del estilo. No fue a las once cuando entró en Amador de los Ríos, sino mucho después, ya cuando el reloj había cruzado hacia el doce de octubre, pero casi había valido la pena. Fue la única imagen que cruzó la carrera oficial con su propia música, que tiene que ser aquella con la que los cofrades, y los que quizá no lo sean tanto, reconocen la fiesta que tanto quieren. Cantaban las trompetas el final feliz, como pasa también el Domingo de Resurrección . A esas horas, hubo cofradías que adelantaron a otras. Pero todavía quedaba mucho por disfrutar, y lo sabían quienes no habían pisado la carrera oficial y salían a encontrar, a rezar, a disfrutar sin medida. Por eso muchos acompañaron al Señor del Calvario, siempre serio y solemne, camino de San Lorenzo, y otros esperaban el momento de que tres de las imágenes bajo palio: O, Esperanza y Paz , saliesen de la Catedral rumbo a sus casas. Breve sería el camino del Señor de la Pasión hasta San Basilio, vestido con la túnica llamada de las espinas, y algo más largo, también pletórico, el de la Sentencia por Fleming en busca de su nueva casa de hermandad, que les alivia los rigores del atrio de San Nicolás. El Huerto, todavía con los sones de su reciente y fructífera misión y también de la procesión extraordinaria, regreso tras la medianoche a San Francisco. Y eso hicieron muchos de los que aguardaban en las calles y supieron que el Vía Crucis Magno desbordaba su carrera oficial. Vieron a la O por la calle Frailes, o siguieron a la Esperanza y disfrutaron con las mil oraciones musicales de su banda. Se prendaron de la Paz o tal vez recordaron que sus mayores les dirían que tenían que acompañar a la Virgen de los Dolores , como Ella había acompañado tantas veces a los cordobeses a los largo de los siglos. ¿Horas? Muchos notaron los retrasos y los cruces donde hubo problemas, pero casi siempre los dieron por buenos porque la compensación era mucho mayor y también porque sabían que el Vía Crucis Magno que habían salido a disfrutar era mucho más que lo que se había quedado en la carrera oficial. En realidad lo era todo, como pasa en cualquier día de Semana Santa al que tanto se pareció lo de ayer.