12 de Octubre: su oro, gracias
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¡Devolvednos el oro! Este es el grito anual cada vez que se acerca la Fiesta Nacional de España, instaurada el día en que el mundo dejó de ser un globo donde faltaba uno de los más importantes continentes, aislado en la propia ignorancia de su ser. Porque las culturas, tribus, imperios, naciones… que vivían allí, ni sabían que habían descubierto un nuevo continente cuando llegaron por Bering, ni eran conscientes de que hubiera otros a ambos lados de sus océanos. Para nada. Mitos surgieron de hombres barbados del oriente, tal vez vikingos, fenicios, romanos… ¡quién sabe quién sería Quetzalcóatl ! Da igual. El caso es que un marinero pesado hasta conseguir lo que quería, una ruta hacia el Occidente en busca de las especias, llegará y descubrirá (sí, insisto, descubrirá para la mayoría del mundo consciente… menos para él mismo), lo que sería Tierra Firme, y hoy conocemos como América. Una América que sería explorada y jalonada de norte a sur, de este a oeste, mientras que aquellos que llegaron al sonido de la noticia (portugueses, ingleses, franceses, holandeses…), se mantendrían en las costas donde pudieran desembarcar y establecerse, y así hacer negocio. Nada más. ¿Qué necesidad había de más? La había. Eso lo tenía claro la Corona castellana en un empeño primigenio de su reina, Isabel, y que luego haría suya la de Aragón, con su rey Fernando, al parar incluso la conquista (¡parar una conquista!), para ver qué había de cierto en las atrocidades que se imputaban a esos exploradores en busca nuevos mundos, riquezas, fama y gloria. Y oro. ¡Claro que a por oro! Y había mucho de verdad en el grito de Montesinos en La Española. No se podía consentir. Surgieron las Leyes de Burgos en 1512, o «Reales ordenanzas dadas para el buen Regimiento y Tratamiento de los indios»; se promulgaron las Leyes Nuevas de 1542 , en Barcelona, ahondado en cómo debía de ser el trato a los naturales de esas tierras; se produjo la Controversia de Valladolid en 1551, muy posiblemente el nacimiento de los Derechos Humanos, cuyo desarrollo en la Escuela de Salamanca cambiaría el mundo… Se fomentó el mestizaje («Cásense españoles con indias e indios con españolas»), incluso con una fórmula inclusiva de género, que creemos tan novedosa y moderna: «[hágase] el matrimonio entre los indios e indias, con españoles o españolas, y que todos tengan entera libertad de casarse con quien quisieren». ¡Esto fue ley en 1514 nada menos! Ya, me dirán, pero es que todas esas leyes citadas no se cumplieron. Menos mal que en 2025 eso ha cambiado y ahora vemos el cumplimento de todas, incluso las que son mandatos constitucionales. ¡Que duros en épocas en que no había más medios que mandar justicias, veedores y oidores a comprobar in situ los abusos, con meses de viaje de por medio! Y qué laxos cuando tenemos hoy en día todo tipo de tribunales y sistemas para comprobar de inmediato (o así debiera de ser) las posibles infracciones. Una época de hombres irrepetibles y de mujeres bravas, pues también las hubo ( Isabel de Barreto , la primera almirante de la Historia; María Estrada, soldado de Hernán Cortés y cofundadora de Puebla; Inés Suárez, cofundadora de Santiago de Chile; Beatriz Bermúdez, soldado en la toma de Tenochtitlán; Aldonza de Villalobos, gobernadora de la Isla Margarita; Mencía Calderón, adelantada del Río de la Plata; Francisca Enríquez, virreina del Perú y descubridora de la quinina; Catalina de Erauso, la llamada monja alférez; Isabel de Guevara, luchadora por lo que hoy llamaríamos feminismo, en América, en 1556… y tantas más), que no se quedaron a vivir en la costa. Que exploraron, descubrieron y fundaron ciudades a lo largo y ancho de un territorio vasto e ignoto. Donde llegaría la imprenta en 1539, a veinte años de la primigenia llegada a Tenochtitlán. En Boston (Massachusets), no llegará hasta 1638… Imprentas que imprimían, no solamente textos religiosos, sino libros de caballerías, que tanto disfrutaban aquellos aventureros, y que acabaron siendo inspiración para la toponimia de tantos lugares como California o el Amazonas. También se imprimieron las gramáticas, como el náhuatl (oficial en Nueva España por mandato de Felipe II), el quechua, el aymará, el maya, el guaraní… etc.). Donde levantaron hospitales, aún en funcionamiento tras 500 años, como el de Jesús de México. O universidades, aún manteniendo su antigüedad, como la de San Marcos de Perú de tiempos de Carlos V. ¡Decenas de ellas! Infraestructuras, y un desarrollo nunca visto en esos lugares, sería el destino del oro y de la plata que se extraía localmente, con la desgracia para la España peninsular de que el llamado Quinto Real, ese teórico 20 por ciento que llegaba (¡con suerte!), acababa en guerras, inflación y pago de deudas. De ese modo acabarían ciudades como Lima o México más ricas e influyentes que las de la vieja Europa. Porque América, la América hispana, fue rica. Mucho. Tanto que creyeron que les iría mejor emancipados de ese lastre del Viejo Mundo. Creo que no fue así. De hecho, desde su mal entendida independencia, la extracción de esos preciados minerales por compañías extranjeras, como las canadienses, ha supuesto una cantidad en poco más de un lustro, al equivalente a más de 300 años de pertenencia a la corona de España. Además, antes de la llegada de esos taimados explotadores, ¿quiénes llevaban a cabo esa extracción? Básicamente nadie. Los pueblos precolombinos no estaban por la labor de llevar a cabo un proceso industrial minero, e incluso no entendían esa pasión por «el excremento de los dioses» por parte de los recién llegados de tan lejos. Sobre todo porque su uso ritual (muchas veces unido al sacrificio humano), u orfebre, para nada interesaba. En el México independiente tras el grito de Dolores, con la inestimable y desinteresada ayuda de compañías estadounidenses e inglesas, se pasó de las 200 toneladas durante los siglos de dominio español, a 1.400 por parte de estas empresas ajenas y extranjeras. Y reitero lo de extranjeras. Pues cuando eran parte de España, difícil es que alguien se robe a sí mismo. Pues todo aquello ¡era también España! Y se invertía en ella. En esa otra España ultramarina. Por eso, si oyen que les preguntan por el oro, recuérdenles que ya lo tienen. En sus propios territorios y naciones. Lo que hicieran con él, como aquellos talentos bíblicos, ya no es cosa de la España de ahora. Ahí lo tienen y desde hace siglos. De nada.