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El arzobispo de Toledo en Guadalupe: «La Iglesia es el único sitio donde nos aceptan como somos»

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El arzobispo de Toledo, Francisco Cerro, celebró este 6 de septiembre a la Virgen de Guadalupe en el Real Monasterio extremeño. Una solemnidad presidida así por el primado de España, oriundo de Cáceres, en la que señaló que «sin María no hay Jesús, por eso ella es río de gracia; estoy enamorado de la Virgen de Guadalupe desde siempre , la llevo en mi escudo y en mi corazón«, confesaba. «Cuántos de vosotros, como yo, habéis rezado, llorado, habéis estado días aquí para acudir a ella, a la morenita de las Villuercas y madre de la ternura», comentaba en su homilía, para destacar que el Real Monasterio «es la casa de la madre, el único sitio donde nos aceptan como somos , aquí podemos estar en casa, aquí venimos con el corazón herido y en Ella encontramos la ternura de la madre«. Monseñor Cerro Chaves también puso el foco en la situación de Gaza, «dramática», además de afirmar que «cuando uno descubre este mundo que ha perdido el norte y el sur, y todo, que ha perdido la esperanza» es momento de «vivir el Evangelio» y seguir la llamada del Papa Francisco que ahora continúa León XIV: «Tenemos que ser peregrinos y testigos de esperanza «, en alusión al jubileo. El arzobispo también asistió a la ceremonia que cada 6 de septiembre se celebra en el Real Monasterio, cuando tras la celebración de la eucaristía, por la tarde, la comunidad de frailes franciscanos y los sacerdotes presentes proceden a bajar la imagen de la Virgen de Guadalupe de su camarín en el retablo al altar de la iglesia. Esta cita reúne en la Basílica cada año a miles de personas, tratándose de un acto público a la par que íntimo. A la finalización de la novena, la Comunidad Franciscana con el padre guardián al frente y los sacerdotes concelebrantes suben en procesión hasta el camarín . Las campanas y los carrillones anuncian este momento. El hermano sacristán se asegura de que todas las puertas están cerradas, bajo llave, para que nadie ajeno a la comitiva espiritual pueda acceder a tan misterioso y emocionante acto. En esa intimidad se procede a desvestir la imagen para iniciar su traslado hasta 'La cama de la mora', un habitáculo efímero que se monta en el altar de la Basílica y en el que minutos después aparecerá la Virgen de Guadalupe de nuevo ataviada con su manto, saya y corona. La emoción y los vítores inundan el ambiente cuando la Virgen de Guadalupe aparece tras los cortinajes que tan solo permanecen alzados unos minutos. De nuevo, la imagen cubierta tras los damascos y terciopelos, desaparece a la vista de todos en recuerdo del tiempo que permaneció oculta en Las Villuercas.