El primer rugido de León XIV
0
Con el «Annuntio vobis gaudium magnum», el pasado 8 de mayo la plaza de San Pedro fue protagonista de un bullicio inusual. Tras la muerte del Papa Francisco y después de dieciocho días de sede vacante, todas las miradas del mundo se dirigían aquella tarde a la pequeña chimenea del Vaticano. En las calles de Roma comenzaron, entonces, las carreras imposibles, el repicar de campanas, los aparcamientos improvisados y no pocos cánticos de júbilo: la Iglesia católica tenía al fin un nuevo pastor. La sombra de Francisco es alargada y, lo cierto, es que ninguna de las quinielas que durante aquellas semanas se publicaron en la prensa incluyeron a un joven cardenal estadounidense de apellido Prevost . En los corrillos de la Sala Stampa una certeza compartida: después de un Pontífice argentino y jesuita, primero en casi todo, quedaban de alguna forma descartados los candidatos americanos y todos los prelados pertenecientes a una orden religiosa. El tal Robert, de Chicago y agustino, quedaba así en la cola de los papables. Claro que el cónclave no entiende de estadísticas ni probabilidades. Aquel 8 de mayo la sorpresa fue mayúscula para todos, salvo para él. Apenas un día antes la tardía fumata negra encendió las alarmas y la rápida humareda de la mañana siguiente confirmó todas las sospechas: dentro de la Capilla Sixtina se estaba dando un insólito consenso. Y en la cuarta votación, habemus papam. Asomado al balcón, precisamente hace cien días, lo primero que millones de personas descubrimos en León XIV fue una sonrisa afable y determinada, un rostro tímido pero decidido, que a lo largo de estos meses se ha ido concretando en intervenciones programáticas y gestos reveladores. A aquel apellido desconocido se sumó entonces otra sorpresa: trazando un puente –que en eso consiste ser Pontífice– de más de un siglo, el cardenal Prevost escogía el nombre de León. Los primeros análisis no tardaron en llegar. San León Magno fue uno de los grandes pontífices de la antigüedad –«uno de los papados más importantes en la historia de la Iglesia», en palabras de Benedicto XVI– y quizás el joven purpurado quisiera para sí su intercesión. Otros escribieron largo y tendido sobre el Hermano León, amigo fiel y confesor de San Francisco de Asís, en una suerte de guiño al difunto Papa Francisco por parte de su Prefecto en el Dicasterio para los Obispos. En un primer vistazo, el nombre de León, sobre la sonriente silueta del nuevo Papa, sugería una conciliación entre la sensibilidad social y la tradición, entre la sencillez del anterior pontificado y la capacidad de recuperar los valioso de la pompa vaticana. Especulaciones, en cualquier caso. En este equilibrio de sensibilidades, el propio León XIV reconoció el motivo de su elección: «Pensé tomar el nombre de León XIV. Hay varias razones, pero la principal es porque el Papa León XIII, con la histórica encíclica 'Rerum novarum', afrontó la cuestión social en el contexto de la primera gran revolución industrial; hoy la Iglesia ofrece a todos su patrimonio de doctrina social para responder a otra revolución industrial y a los desarrollos de la inteligencia artificial, que comportan nuevos desafíos en la defensa de la dignidad humana, de la justicia y el trabajo». Un nombre para nuestro tiempo. Durante estos cien primeros días, sin embargo, su empeño ha sido otro: la paz. La búsqueda insaciable de la paz fue su primera declaración de intenciones, que todavía hoy mantiene. Desde el balcón de la basílica vaticana, en un discurso insólitamente escrito, hasta tres veces pronunció el primer saludo del Resucitado: «La paz esté con vosotros». Recogiendo de alguna forma el testigo de Francisco –siempre pendiente de la «martirizada Ucrania» y de los cristianos perseguidos en Oriente–, León XIV ha reclamado a los gobernantes la necesidad de una paz «desarmada y desarmante» . No en vano unos meses le han bastado al Pontífice para recibir al presidente Zelenski, llamar a Vladímir Putin o amonestar por teléfono al líder israelí, Benjamin Netanyahu, tras el ataque mortal a la parroquia de la Sagrada Familia en Gaza. Durante estos cien días, mandatarios de todo el globo, desde Milei hasta Meloni, han pasado por los salones del Palacio Apostólico y a todos ellos el Papa ha recibido con este mandato de paz. No parece casualidad que el león, en la iconografía cristiana, sea símbolo de nobleza y vigilancia. Pero también lo es de valentía. Este manso rugido de León XIV se ha manifestado durante los primeros cien días de pontificado en cambios y reformas concretas. Aunque pronto confirmó a la curia vaticana, el Pontífice norteamericano no tardó en cesar a monseñor Vicenzo Paglia como canciller del Instituto Teológico Juan Pablo II, para designar en su lugar al cardenal Baldassare Reina, estrecho colaborador del Papa Francisco. En esta misma línea, ha incorporado al cardenal Piazzabala al Dicasterio para el Diálogo Interreligioso, ha celebrado un Consistorio público y ha recogido una de las reclamaciones más repetidas en las Congregaciones Generales previas al cónclave: la necesidad de mayor colegialidad entre los cardenales. La frenética actividad de León XIV, que cada miércoles recorre los largos pasillos de San Pedro en papamóvil, se intensificó hace apenas unas semanas en Tor Vergata. Más de un millón de jóvenes vieron de cerca al Pontífice porque él así lo quiso, recorriendo infatigablemente cada esquina de aquella explanada colosal. Con paso firme, León XIV encabezó la comitiva portando la cruz, para después permanecer arrodillado durante casi una hora. Alternando inglés, castellano e italiano con gracia y soltura, alentó a los jóvenes de todo el mundo: «No silenciéis el clamor de vuestro corazón. Buscad la verdad que no pasa y el amor que da esperanza». En medio de la noche, la receta del Papa para los jóvenes: aferrarse a lo eterno. Y en la preciosa hermenéutica de la continuidad, estas semanas de verano León XIV ha recuperado la costumbre papal de descansar unos días en Castelgandolfo. Aunque su antecesor renunció al palacio veraniego de los pontífices, León ha aprovechado para retirase y descansar. Todos los pronósticos apuntan a que el joven Papa está ultimando su reforma de la curia y, en esta misma línea, no parece extraño que durante los próximos meses se haga pública su primera encíclica. Cien días le han bastado a León XIV para tomar el pulso a una Iglesia esperanzada. Su manso rugido nos permite decir, al fin, que la paz está con nosotros.