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«Considerar que las nuevas generaciones hablan o se expresan peor no tiene ni pies ni cabeza»

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Escribir sin faltas de ortografía es todo un reto, y conlleva algún que otro disgusto en los escolares en el momento en el que les han entregado las notas finales y han visto cómo los profesores les han restado décimas o puntos la calificación por culpa de algún despiste al escribir. Álex Herrero, corrector, editor, divulgador lingüístico y autor de 'El pequeño libro para escribir sin faltas' c onsidera que escribir sin faltas es complicado porque utilizar un conjunto de reglas y normas sobre escritura —que no son pocas— provoca, como es natural, la aparición de errores, que puede ser mayor o menor según aspectos como el nivel educativo, la capacidad para expresarse… «Si no escribiésemos, no cometeríamos ningún error. Sin embargo, me parece la opción menos práctica de todas y más si tenemos en cuenta que los hispanohablantes formamos parte de una cultura a la que le encanta hablar y escribir». ¿Se enseña a escribir correctamente en los colegios? Si no es así, ¿qué debería cambiar en su opinión para evitar tantos fallos ortográficos? ¿Cuál es la mejor estrategia a seguir? Es cierto que los métodos pedagógicos han cambiado y se centran en aspectos cruciales como la comprensión oral y escrita. Sin embargo, hay parte del profesorado que desconoce tanto cómo funciona el español como las normas académicas. Ya no me resulta extraño hablar con los docentes y que, sin darme cuenta, reconozcan haber esparcido algún que otro bulo lingüístico. ¿Escribiríamos mejor si el índice de lectura fuera mayor o no tiene nada que ver? Se suele considerar que leer mucho te hace cometer menos faltas de ortografía —o que viajar te abre la mente—. Esto no es así. Una persona solo sacará ese beneficio si presta atención a lo que lee, a la escritura de las oraciones y de las palabras. Por lo tanto, leer mucho no tiene por qué ser sinónimo de escribir correctamente. ¿Qué significa escribir y hablar bien? En pocas palabras, hacer que la comunicación entre quien emite un mensaje y lo recibe sea eficaz; es decir, que cumpla con su propósito. Hablar o escribir bien no deja de ser hacerlo según dicta la norma, ese pacto expreso que hemos hecho los hablantes para entendernos. Si nuestras palabras no reflejan correctamente lo que sentimos, lo que deseamos o lo que no queremos, entonces, ¿para qué las lanzamos al aire o al papel? Hay quienes aseguran que para qué sirve realmente escribir y hablar correctamente 'si todo el mundo me entiende cuando hablo'. ¿Qué les diría? Que es muy probable que la persona entienda su mensaje parcialmente o tras muchos esfuerzos. Es cierto que la variedad «formal» o «culta» es la que todos aspiramos a dominar a las mil maravillas: cuando hablamos con nuestros compañeros o responsables, en el trabajo, o cuando tratamos con la Administración o personas desconocidas. Sin embargo, cualquier hablante debería aspirar a dominar todas las variedades en las que se expresa en su día a día y, sobre todo, a ayudar a quien escuche o lea su texto a hacerlo de forma sencilla. Los adolescentes tienen su propio lenguaje en redes sociales, ¿cómo afecta esto a la buena salud del lenguaje? Nuestro idioma goza de una buena salud, eso es lo que me gustaría dejar claro. Considerar que las generaciones venideras hablan o se expresan cada vez peor no tiene ni pies ni cabeza (¡nos pasa constantemente!). Tristemente, lo que ocurre es que nos hacemos mayores y nuestro vocabulario temático —aquel que utilizamos para tratar los temas que nos interesan— no es como el suyo. Pensemos que la adolescencia es el momento natural de desconexión con el mundo que los padres han impuesto a sus hijos. Por eso, los adolescentes empiezan a usar palabras que a los adultos nos suenan extrañísimas, sus mensajes se llenan de referencias casi de otros planetas… Pero utilizarlas les ayuda a crear su identidad y forja el sentimiento de pertenencia a una tribu, a la suya, a aquella que está creando su generación. Con el paso de los años, muchas de ellas desaparecerán, pero el español aprovechará, sin duda, aquellas que consideran que deben permanecer en nuestras conversaciones y nuestros textos. Runner, celebrities, detox... ¿estamos enriqueciendo o empobreciendo nuestro idioma? Todas las lenguas se enriquecen de palabras de otras lenguas, pues traen nuevas realidades, términos más precisos… Sin embargo, debemos procurar incorporar aquellas que no aportan nada, pues contamos con otras mucho más reconocibles y conocidas. Nadie debería cambiar un diamante auténtico por bisutería barata, aunque parezca que esta última brilla más. ¿Qué errores garrafales son más comunes y le irritan más? Quizás aquellos que se producen por la homonimia de las palabras como ocurre con «ay», «ahí» o «hay», además de con «a ver» y «haber» o entre «porque» y «por que» o «porqué» y «por qué». ¿Qué consejos daría a los niños y adolescentes para aprovechar este verano y mejorar su escritura de forma lúdica? Que entiendan que la lengua es —y será— transversal a todo en su vida: para que sus padres les dejen salir hasta más tarde, para que la regañina sea más ligera, para conseguir un trabajo, para conseguir un piso, para ligar… Y, especialmente, que lean lo que les apetezca. Ambas cosas les permitirán, por un lado, ver la utilidad de usar correctamente su idioma y, por otro, acercarse a la lectura.