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ROSS: La dirección honrada del maestro Ráth

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Inusual programa en el que parecía que el único nexo de unión era la duración complementaria de ambas obras concurrentes, una de media hora de duración, el 'Concierto andaluz para cuatro guitarras' de Joaquín Rodrigo , frente a otra de aproximadamente una hora, la 'Sinfonía nº2' en Mi menor Op.27 de Serguéi Rachmaninov que, con el descanso, 'cuadraba' la duración habitual del concierto. También podía encontrarse un nexo de unión, además del hecho de que ambas se estrenaron en el siglo XX, en que la primera pudiera ser un 'aperitivo' y la otra el plato fuerte, una por su ligereza y otra por su densidad (al margen de las hermosas melodías que contiene). Se ha dicho con frecuencia que Rodrigo intentó buscar durante toda su vida un segundo 'Concierto de Aranjuez' (1939), y la verdad es que este no puede eludir el intento en muchos aspectos, excepto quizá que el primero estaba construido con más enjundia, se incardinaba en el neoclasicismo de primera mitad del XX, en el periodo de entreguerras especialmente, mirando de reojo al barroco o al clasicismo. El 'Concierto andaluz para cuatro guitarras' (1967) mantiene esa misma estética e iguales principios, pero ya en la segunda mitad del mismo siglo, y además se advierte poca atención a una melodía más variada, a una armonía con algo más de pretensiones que una estética dieciochesca, en la que concurrían cuatro guitarras como podían haber sido cuarenta o una sola. En todo caso, los aficionados más antiguos recordamos la oportunidad que tuvimos en el 92 de ver al Cuarteto Los Romero (Celedonio, Pepe, Celín y Celino Romero) en este mismo Teatro y con igual orquesta (entonces todavía OSS), sin demérito del cuarteto que la interpretó aquí. Y atención a Ráth : en más de una ocasión hemos recordado la 'conversión' de este hombre con su fajín de color y su constante bailoteo en el escabel, al actual director, que firmó dos trabajos notables, con más mérito si cabe en el rigor y profesionalidad del 'Concierto andaluz', que seguramente no interpretará más en su vida. La sinfonía de Rachmaninov , por otro lado, tenía la previsible dificultad de la consistencia que presenta, sobre todo en el primer movimiento, en el que hay que deslindar las diferentes secciones (desde un punto de vista tímbrico) y precisar las texturas, formadas por salomónicas melodías que se enroscan sobre sí mismas a base de imitaciones, inversiones del tema principal, juegos con su encabezado… Verdaderamente difícil encajar cada cosa en su sitio, porque ha de ser todo a la vez. Una gran orquesta (8 contrabajos) casi diríamos que requiere una variedad de protagonistas instrumentales muy destacada . Y ya desde un primer momento fueron situados estratégicamente para marcar las diferentes secciones, empezando por el corno de la sin par Sarah Bishop , o el clarinete, que introduce un breve coral de las maderas (creemos que fue Duarte Maia ), o la consecución de timbales, metales y chelos para enunciar un acorde terrible. El extenso tiempo inicial termina bien encauzado, reuniéndose un tiempo muy marcado y brillante, sobre todo en los metales, muy activos durante toda la obra. En el segundo movimiento la cuerda aguda todavía no brillaba como suele, hasta que enunciaron el siguiente tema que llevó a un coral de los metales. Y para el tema de amor del tercer movimiento hubo otro momento, este aún más extenso, del clarinete, y luego fueron jugando con el inicio del tema desde el violín de Alexa Farré (brevísimo, pero intenso ) hasta el oboe de Sarah Roper y otros instrumentos. Luego, hemos de destacar el primer momento en que se consiguió un equilibrio orquestal gracias al predominio de las cuerdas, o eso creímos. En el último movimiento se sumó toda la orquesta y se seguía oyendo el tutti perfectamente escalonado, focalizando los puntos melódicos, con una reaparición final del tema amoroso y un contratema que bordaron las trompas en segundo plano. Finalmente se impusieron las cuerdas, escoltadas por los metales. Algo más de 57 minutos de sinfonía, intensos, trabajados, en el que además de la orquesta sobresalió enormemente la labor del director , su honradez al trabajar el programa entero, que el público (bastante más presente que otras veces) aplaudió con ganas y él correspondió levantando a todos y cada uno de los miembros de la orquesta que, fuera de un acto meramente protocolario, se lo merecieron.