Francisco, el Papa del pueblo
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Suele decirse que para realizar un análisis riguroso acerca de cualquier personalidad, es preciso que el tamiz del tiempo vaya separando el grano de la paja y la distancia crítica nos permita valorar en su justa medida el legado de una persona. Con el recién fallecido papa Francisco sucederá de igual modo, sólo desde la lejanía temporal y afectiva se podrá realizar el balance ponderado de un pontificado complejo , que ha suscitado adhesiones -a veces desconcertantes- y rechazos, tanto en el seno como fuera de la Iglesia católica. Sin embargo, el impacto de la noticia de su muerte, no por menos esperable tras las pasadas semanas de internamiento hospitalario, un tanto sorprendente después de haber felicitado la Pascua desde la logia de San Pedro el domingo de Resurrección, invita a recordar algunos rasgos esenciales de la labor del papa Bergoglio. La primera clave, sin la que no se entiende nada, es la de su propia historia personal, reflejada en sus recientemente publicadas memorias, Esperanza , marcada por su doble condición de argentino y jesuita. La experiencia de la pobreza, de lucha por la justicia, de compromiso con los más desfavorecidos, tan arraigada en la Iglesia en Hispanoamérica, ha formado parte esencial de la vida y ministerio de Francisco, desde la llamada ' Teología del Pueblo' , una corriente teológica nacida en Argentina tras el Concilio Vaticano II y la conferencia de Medellín, que, aunque surge en el contexto de la Teología de la Liberación, se aleja de las claves marxistas de interpretación de ésta, si bien insiste en la opción preferencial por los excluidos. De ahí la continua preocupación del papa por lo popular , que, en ocasiones, debido al marco argentino y peronista en el que desarrolló su vida, ha podido rozar el populismo en sus manifestaciones. Esta centralidad de la categoría pueblo es la que ha hecho que el papa haya valorado positivamente e impulsado la religiosidad popular, tan denostada en algunos ambientes progresistas tras el Concilio. Otro gran eje de la actuación de Francisco ha sido la reforma de la Iglesia , una reforma que, nacida del Vaticano II, han impulsado todos los pontífices posteriores, tanto Pablo VI como Juan Pablo II o Benedicto XVI, cada uno con sus acentos particulares. Francisco no ha sido ni más ni menos reformista que sus antecesores , lo que le diferencia es el matiz propio, expresión de su personalidad concreta. Una vez oí en Roma que el papa quería retomar la reforma que Pablo VI, por el difícil contexto eclesial que vivió, no pudo realizar. Creo que Francisco ha asumido, con una impronta muy personal, el impulso renovador que, más allá de críticas o valoraciones -tanto positivas como negativas- basadas en prejuicios ideológicos o políticos, se ha dado en el catolicismo después de la asamblea conciliar. Por una parte ha recordado elementos esenciales de la doctrina católica, como la defensa de la vida frente al aborto o la eutanasia , o ha afrontado críticamente algunas corrientes de pensamiento contemporáneas, tales como la ideología de género , imperantes entre ciertas élites intelectuales y políticas, a la vez que ha abierto nuevos caminos, entre ellos la profundización en la Doctrina Social de la Iglesia asumiendo el reto de los problemas medioambientales, con una encíclica, Laudato si ', que forma ya parte de los documentos esenciales del magisterio de la Iglesia en ese ámbito. La apertura a todos, sin juicios condenatorios y primando la categoría de la misericordia, le ha hecho tener gestos de acogida hacia personas que han podido sentirse fuera de la Iglesia, una Iglesia llamada a ser hospital de campaña para curar las heridas del hombre y la mujer de nuestros días. Al mismo tiempo ha recordado elementos centrales de la espiritualidad cristiana, como la devoción a María, tan entrañada en él, o al Sagrado Corazón de Jesús, que ha presentado en Dilexit nos , donde señala la centralidad del amor de Cristo. Ese amor que lleva al cristiano a luchar por la justicia, de ahí la preocupación del papa, expresado de modo desgarrador en su viaje a Lampedusa , por los inmigrantes, y sus esfuerzos por la paz, en el contexto de lo que ha considerado una «Tercera Guerra Mundial». Ha buscado recuperar la centralidad de Cristo en la Iglesia para desde el encuentro personal con Él -la clave para ser cristiano en el pensamiento de Benedicto XVI- salir a las periferias existenciales, en las que se descubre al mismo Cristo en los que sufren. Francisco ha sido más tradicional de lo que algunos, por un lado, quisieran reconocer, y lo suficientemente abierto a los signos de los tiempos de lo que otros hubieran deseado. Intentar enmarcarlo en los estrechos márgenes de izquierda o derecha , propios de un lenguaje político pero no eclesial, es incapacitarse para comprenderle. Sin duda, han sido muchas las luces y no pocas las sombras de su pontificado. El tiempo nos dirá cuáles.