Primer golpe. Rosco

El último Whatsapp lo conservo del pasado día 21. La noche anterior le envié la pintura del Cachorro que hizo Antoine Casamitjana para la portada del Llamador. Ya de madrugada respondió: «Bonita foto. Yo ya estoy un poco cansado...» Para que Rosco estuviera cansado era que los males estaban haciendo estragos. Tres días después, llegó la terrible noticia de su fallecimiento. Nunca creímos que José María Ruíz Romero, el sobrino de Romero Murube, pudiera emular tan rápido al Cristo de sus amores. Rosco era un huracán, un toro, su pasado de jugador de rugby iba en los genes, en su ímpetu y en su inmenso amor al Cachorro. Un amor sin límites que también alimentaba la vehemencia de su manera de hacer las cosas. Pero era un hombre claro, sin rodeos. No quería que su Cristo fuera a Roma. Le daba miedo de que a la imagen única e irrepetible se le saltara una sola astilla en el trayecto. Pero cuando el cabildo votó que sí, dejó su «yo» y sacó el sentido institucional de quien ha estado al mando de una cofradía. Cuando quiso presentarse a un segundo mandato y perdió, entendió que el papel de un ex está solo en arrimar el hombro y nada más. Rosco se ha ido muy pronto, cuando tan necesitados estamos de voces críticas sabias. En estos días de quinario en el Patrocinio se hace carne la prosa de Núñez de Herrera. «Allá por los altos cielos, cuánto hablaran de Triana, Rosco y el Ajusticiado.»