'Los gigantes de la montaña': el testamento de Pirandello
0
Los conflictos entre ficción y verdad están en el centro de la literatura de este último siglo. Unamuno, Pirandello, Pessoa y Borges indagaron en ese territorio que no es solamente literario sino también metafísico. En el caso de Pirandello , ‘ Los gigantes de la montaña ’ constituye no tanto el epílogo de toda su obra, como su testamento. Su escritura la llevó a cabo durante sus últimos años, pero la muerte el 10 de diciembre de 1936 hizo que la dejara inconclusa. El texto da una vuelta de tuerca a todo el universo pirandelliano: ya no es el teatro el que nos acerca a la verdad, sino la poesía. Fábula, espiritualidad, fantasía todo es lo mismo en esta obra póstuma, en este alegato en favor de una postura más verdadera de estar en la realidad frente a los Polifemos o gigantes contemporáneos, frente a su idea de un mundo sin alma, mecánicamente materialista. El deseo de saltar los límites de Pirandello lo lleva a cabo aquí César Barló haciendo saltar los espacios de representación: la obra transcurre entre la rotonda del vestíbulo del Fernán Gómez, poblada de espejos, y la Sala Jardiel Poncela, un memorial de vestidos blancos colgados de perchas. O lo que es lo mismo: las afueras de una casa llamada La Scalogna y el interior de ella, un territorio mítico,al que llega la condesa Ilse y los restos de su compañía que buscan un lugar para representar ‘La fábula del hijo cambiado’ (un texto del propio Pirandello), que aquí se atribuye a un poeta que se ha suicidado por amor hacia la propia condesa. El encuentro con el mago Cotrone va a disparar todo un universo que crea sus propias reglas de juego, su propia filosofía moral donde esta ‘ebullición de quimeras’ proclaman la necesidad de creer, no de razonar, la necesidad de la pasión del espíritu, de la fe en las cosas frente a la sinrazón de las obediencias a un mundo tecnificado. Buen nivel interpretativo y un espacio sonoro muy logrado subrayan la ambición de este montaje. César Barló arriesga y no teme sus riesgos, crea todo un retablo de la fantasía y aspira a hacer un teatro alejado de comodidades para el espectador. Es marca de la casa. Hubiéramos agradecido sin embargo un poco más de contención, un poco más de poda, para que la potencia de la poesía, subrayada en montajes como el mítico de Georges Lavaudant y aquella traducción del gran poeta Narcís Comadira , tuviera un encuentro profundo con el público.