Cuando los hombres adoren a los burros
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Cada año, cuenta la fábula de Esopo , en la ciudad elegían un asno para cargar una imagen divina hasta el templo. Por donde pasaba el burro, la multitud se postraba, poseída por la Fe y el estremecimiento. Pensando que lo adoraban a él, y dándose aires de importancia, el borrico se resistía a dar un paso más. El dueño, harto de sus ínfulas, le arreaba un latigazo en el lomo y le imprecaba: «Oh, cabeza hueca, todavía no ha llegado la hora en que los hombres adoren a los asnos». La idolatría no tiene mayores límites que los que impone la civilización, y a veces ni eso. Un engreído puede llegar a confundir el cargo que representa consigo mismo.... Ver Más