Editorial Galaxia, una revolución sin víctimas
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En este año de tantas conmemoraciones (absurdas algunas, innecesarias otras), al menos una es merecedora del elogio y la gratitud de todos los gallegos, ya sean de aquí o de allá, boguen a babor o a estribor, voten lo que voten, aspiren a lo que aspiren y luchen por lo que luchen. Nos referimos al septuagésimo quinto aniversario de la fundación de la editorial Galaxia , hecho (iba a escribir proeza) que se produjo, simbólicamente y a efectos noticiosos en Santiago de Compostela el Día de Galicia de 1950. Tempus fugit, diría Virgilio. Corrieron ya 75 años . Que nadie se indigne ni tache de hiperbólica esta afirmación: estamos evocando un acontecimiento histórico, de enorme trascendencia para Galicia, de consecuencias todavía hoy palpables. Y no sólo para la Galicia libresca, ni para sus élites culturales, ni para su privilegiado censo intelectual, sino para toda Galicia, incluso para la completamente ajena (cuando no contraria) a cualquier asunto conectado al complejo universo de las Letras. En 1950, Galicia era, en términos culturales, un erial, un yermo donde no crecía hierba impresa que no acatase la consigna monolingüe del Viva España y la disciplina y nuestro idioma cervantino (octavilla de la Imprenta Sindical de A Coruña). Galicia era estadísticamente un país bilingüe (y diglósico), pero desde criterios sociolingüísticos era un país de un monolingüismo testarudo e implacable. En términos editoriales, apenas existía posibilidad de aceptación para un libro escrito en gallego. Dicho de otro modo, el gallego era un idioma exclusivamente oral , suspecto, cuando no expresamente proscrito, para la letra impresa. Habrá que esperar a que se produzca el fenómeno Galaxia para que el idioma propio de Galicia adquiera plenamente la condición de instrumento literario. Es en 1950, cuando un grupo de héroes civiles, todos ellos integrantes de lo que alguien llamó exilio interior, decide poner en marcha una empresa editorial centrada en la acogida y publicación de libros escritos en gallego, es decir, en un idioma hasta entonces literariamente inhabilitado. Arreciaban chuzos de punta sobre un país que todavía exhalaba un insoportable olor a cadaverina . Eran «tempos de pouca luz», que habría de decir Arcadio López Casanova. Sobre el país, se cerraba en nubarrones la «longa noite de pedra» (perdón por el tópico). Resulta muy esclarecedora la lectura de algunos epistolarios (los de Piñeiro y Del Riego, básicamente) para entender en toda su dimensión la heroicidad (sí, heroicidad, incruenta pero heroicidad) de aquellos iniciadores. Los que recordaban tiempos mejores, echaban la vista atrás y allá lejos quedaban Nós, Lar y alguna meritoria tentativa esporádica . Miraban hacia delante y veían las fauces abiertas de una Ley de Prensa e Imprenta promulgada en 1937 y todavía vigente, por increíble que pudiera parecer: había salido del cacumen jurídico de Serrano Súñer en la Salamanca bélica y había sido su primer celador nada menos que el general Millán Astray. Ahora, a las alturas de 1950, el guardián de las esencias era Juan Aparicio, un jonsista granadino que, cuando excomulgue a los cuadernos Grial (una gesta inicial de Galaxia) calificará a Ramón Piñeiro de «pedantón con faltas de ortografía en la pluma y en el alma» . De modo que, salvo para el chascarrillo o en esporádicas colaboraciones periodísticas, el gallego era un idioma literariamente exánime, editorialmente huérfano y agonizante, a pesar de valiosas, pero aisladas, iniciativas, como la colección Bibliófilos Gallegos. Fue en medio de tal aflicción cuando se produce el milagro galaxiano. El punto de partida queda simbólicamente anotado, en escritura pública, el 25 de julio de 1950. En el acto constituyente, celebrado en Compostela, confluyen tres generaciones que engarzan el galleguismo anterior a la guerra civil (Otero Pedrayo, Risco, Ramón Cabanillas o Gómez Román, último secretario general del Partido Galeguista), con el galleguismo emboscado y resistente (Piñeiro, Carballo Calero, Del Riego, Álvarez Blázquez, entre otros) y con la generación de los jóvenes dispuestos irrevocablemente a hacer del gallego su idioma de expresión social y de creación literaria e intelectual (Novoneyra, Ferrín, Franco Grande, Carlos Casares, López Casanova, valgan como ejemplo). Además, el proyecto galaxiano rescatará del desánimo y del ostracismo a figuras hoy reconocidas como mayúsculas en el firmamento literario de Galicia, pero hasta entonces solo esporádicamente incursas en las letras gallegas , tal los casos de Fole (en el exilio interior de Quiroga y O Incio) y Cunqueiro (confinado y deprimido en su casa familiar de Mondoñedo). Sin menoscabo de los méritos de todos aquellos que arrimaron el hombro para que el 'proyecto Galaxia' saliese adelante, creemos que en la consecución del objetivo fueron decisivos el altruista y radical compromiso de Fernández del Riego, verdadero muñidor del proyecto; el sentido posibilista y pragmático de Xaime Isla, la claridad intelectual y capacidad persuasiva de Ramón Piñeiro y la filantrópica implicación de Antonio Fernández López y Álvaro Gil Varela. Como la ruindad suele ir de la mano del alucinamiento, durante algunos años Galaxia padeció la incomprensión y hasta el hostigamiento de un sector de la intelligentsia gallega, ese minifundio habitualmente ocupado por gentes dispuestas a reclamar de los demás lo que ellas no son capaces de dar. No debemos extrañarnos. Galicia es un país que siempre rechaza el posibilismo para apostar por lo inverosímil y prefiere lo inviable a lo factible y el futuro quimérico al presente hacedero. Hubo un tiempo y unas gentes que demandaron de Galaxia el desempeño de un papel que no lo correspondía. Su función no era la de una organización partidista, aunque su compromiso con Galicia fue y sigue siendo indudable y permanente. Ramón Piñeiro se refirió a esta desorientación en un lúcido -como suyo- artículo publicado en Vieiros, la revista del Padroado da Cultura Galega en México: «Galaxia é unha actividade cultural que, como tal, está por enriba dos grupos e tendencias concretos. Galaxia sirve á cultura galega, que é patrimonio de todos ». Setenta y cinco años después, las palabras de Piñeiro no han perdido ni vigencia ni razón de ser. Conviene recordarlas de vez en cuando. Galaxia es acervo de Galicia. Un caudal cultural asentado en tres cuartos de siglo al servicio de este país.