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Benito Navarrete: «Enrique Valdivieso fue un referente inexcusable para la pintura española»

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No era ningún secreto en las aulas de la Hispalense de nuestra añorada fábrica de Tabacos que todos los alumnos querían cursar historia del arte moderno con Enrique Valdivieso. Sus clases y las conferencias organizadas desde el aula de estudiantes generaban aulas abarrotadas, con personas sentadas en escaleras y tarimas. Enrique tenía un carisma especial y una pasión rebosante que contagiaba a todos, y creo que a ello había contribuido su sueño de ser actor: no en vano despuntó en el TEU de Valladolid. Además de esto cumplía escrupulosamente el temario y sus apuntes se guardaban como un preciado tesoro. Los usé en mi primer viaje a Italia en solitario en el verano de 1990, al terminar segundo curso de historia del arte. Ese magnetismo que ofrecía fue lo que hizo inclinarme sin dudarlo al estudio de la pintura barroca sevillana. La llegada de Valdivieso a Sevilla en 1976 procedente de la Universidad de Valladolid , tras pasar por la de la Laguna , había provocado una auténtica revolución en la historiografía de la pintura sevillana. Un antes y un después. A los pocos años se agolparon los títulos que permitían rescatar del olvido y propiciar restauraciones gracias a la impagable ayuda del mecenas cultural José María Benjumea Fernández-Angulo que fue director del Museo de Bellas Artes de Sevilla (1970-1977). Además del impulso del citado académico de Buenas letras, V aldivieso estaba dotado de un empuje y tesón colosal: los de un joven inquieto e inconformista que ofrecía una nueva mirada y que supo crear equipo con alumnos de tanta valía y proyección futura como Juan Miguel Serrera o Alfredo Morales. A ellos se unirían años después, José Fernández López, y ya en otra generación, Magdalena Illán, actual directora del departamento de historia del arte de la Universidad de Sevilla, quién junto al profesor Enrique Muñoz pueden considerarse sus últimos discípulos con nombre propio. Con Serrera impulsó en 1982 la exposición La época de Murillo: antecedentes y consecuentes de su pintura, preámbulo de su Pintura Sevillana del primer tercio del siglo XVII publicada en 1985 por el Instituto Diego Velázquez del CSIC y continuadora de la senda marcada por Diego Angulo y Alfonso E. Pérez Sánchez. Monumental y sorprendente para muchos fue su Historia de la Pintura Sevillana de 1986 que por primera vez desde August L Mayer (Die Sevillaner Malerschule, 1911), trazaba una evolución general con aportaciones a personalidades poco estudiadas o desconocidas. Años después aumentada y corregida, de ella salió su Pintura Barroca Sevillana de 2003. En el periodo intermedio entre ambas fue labor fundamental el estudio de Valdés Leal y su catálogo razonado, publicado en 1988 con su editor de cabecera José Sánchez Dubé y ediciones Guadalquivir, otro apoyo clave en su carrera. Bajo mi punto de vista es su mejor obra pues denota ambición y se advierte un estudio sosegado, meditado y no apresurado, liberado de visiones prejuiciosas. El prestigio que Valdivieso iba acumulando por méritos propios en la ciudad lo hizo merecedor del encargo de Javier Benjumea Puigcerver de la exposición La Pintura Sevillana de los Siglos de Oro que inauguró la Fundación Focus en el Hospital de los Venerables Sacerdotes de Sevilla en 1991, recién renovado y restaurado por Fernando Chueca, y que fue uno de los prolegómenos de la añorada Sevilla del 92. Para entonces, quien esto escribe ya había pasado por sus clases y gracias a él pude conocer a mi maestro Alfonso E. Pérez Sánchez a propósito de un curso sobre Valdés Leal por él organizado en 1991. Comisario de exposiciones como las antológicas de Valdés Leal en el Museo de Sevilla y en el Prado, y la antológica de Francisco de Zurbarán en 1998, o la antológica de Juan de Roelas en colaboración con Ignacio Cano (2008), sin duda el legado que deja a la pintura sevillana es inconmensurable. Pero no solo a ella dedicó sus desvelos, sino también a la pintura holandesa en España que fue su tesis doctoral dirigida por el histórico Juan José Martín González, y a otros temas como Vanidades y desengaños en la Pintura Española del Siglo de Oro (2002), o Bodegones, Floreros y trampantojos (2022). Sus desvelos por el patrimonio hispalense perdido o en peligro le llevaron a impulsar restauraciones como la del retablo de la Iglesia de Santa Ana de Sevilla, fruto de su estudio sobre Pedro de Campaña (2008) de quien hace escasamente días presentaba una nueva edición. Seríamos injustos si no citáramos su trabajo mano a mano con su amigo y colega en Valladolid Jesús Urrea con quien publicó la Pintura Barroca Vallisoletana (2017) y su libro Rescatar el Pasado. Retablos vallisoletanos perdidos, alterados o desplazados (2022) que completaba y mejoraba su línea de trabajo sobre la Recuperación visual del Patrimonio Perdido. Conjuntos desaparecidos junto a su discípulo Gonzálo Martínez del Valle (2012). Cierra su carrera su preocupación por Murillo, desde su libro Murillo. Sombras de la tierra, luces del cielo (1990) hasta su catálogo de pinturas de 2010, heredero del trabajo monumental de Diego Angulo. De sus últimas aportaciones destaca sin duda La Escuela de Murillo publicada en 2018, que ofrece un material de indudable utilidad para reordenar en el futuro el complejo y difuso mundo del murillismo. Con Valdivieso el estudio de la historia de la pintura sevillana pierde a su máximo representante y abre un vacío que es cada vez más difícil de llenar por la falta de interés en las jóvenes generaciones por esa fascinante y apasionada faceta del arte de mirar. Descanse en paz.