Un poema y algo más
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Aquella mañana no caía la nieve sobre la Umbria, como durante nuestro anterior viaje, más de cincuenta años atrás, cuando íbamos de paso hacia otra región, la de las Marcas, para nuestro encuentro con la casa-museo de Giacomo Leopardi. Ahora era la niebla, la que desde los valles llegaba a la cima de la ciudad donde se alza la monumental basílica que nos recuerda la vida y la obra de Francisco de Asís (1181-1226). Con la niebla parecíamos ascender nosotros, una quincena de poetas que habíamos llegado unos días antes a Roma para adelantarnos a celebrar los primeros actos del octavo centenario de la muerte del santo poeta de Asís. ¿Del poeta? Sí, porque la temprana convocatoria, auspiciada por el Comité Nacional para el Centenario y el Dicasterio de Cultura, se había programado en función del que había sido el autor del primer poema italiano, el 'Cántico de las criaturas'. Se intuía ya entonces en este texto el templado humanismo de los 'stilnovisti', pero sólo aquel poema del 'poverello' de Asís, había abierto el camino de la lírica italiana con una claridad engañosa, junto a la de otros autores como Cielo d'Alcamo, Giacomino Pugliese, Guittone d'Arezzo o Chiario D'Avanzati. Claridad porque este magno poema se muestra, a simple vista, como una salmodia, como una enumeración de sentencias y de imágenes que mantienen a la Divinidad y a la naturaleza en un diálogo tan fértil como fraterno. Engañoso porque es un poema que dice mucho más de lo que aparenta, pues que el que lo escribió fue un místico radical que dejó señales de un universalismo –no panteísmo– fecundo. Así que ascendíamos hacia las alturas de Asís y con nosotros parecía venir la blanca niebla que se iba deshaciendo entre las torres, blanca como las blancas piedras con las que se han levantado secularmente los templos y los palacios de la Umbria. La enorme explanada frente al templo estaba desierta, pero en el centro de ella se perfilaba la sombra de la figura de un fraile. Al acercarnos, comprobábamos que la figura no era nada sombría: era la de un joven amable que nos haría de guía por los tesoros de las pinturas, en muros y arcadas, de Cimabue, de Simone Martini, de Giotto, la crónica viva en imágenes del poeta. En pocos lugares el visitante puede asistir a la contemplación de una tan intensa y fulgurante muestra del arte primitivo italiano de los siglos XIII y XIV. Apoteosis de los nuevos colores y de las formas con las que ni siquiera pudieron los temblores del pasado terremoto que sufrió el templo. Pero escribíamos del poema de Francisco y de su importancia literaria, cuando seguramente antes debíamos haber recordado el humanismo radical que caracterizó a la vida y a las obras de su autor. A ese humanismo, traspasado de fraternidad, habíamos aludido el día anterior, en Roma, intentando teorizar sobre el poema. La interpretación del poema y su autor en estos tiempos implicaba una serie de pruebas que los autores del coloquio intentaron ir desvelando durante el acto inaugural del encuentro. Luego, sí, por la tarde en San Francesco a Ripa –en pleno Trastévere el templo de los franciscanos de Roma– volvería a nosotros no sólo el poema de Francisco, sino el abordarlo a través de la prueba de leer nuestros propios poemas. Por la mañana había sido el humanismo radical el que parecía atraernos más que la mera significación literaria del poema. Y es que el 'Cántico de las criaturas' –también reconocido como 'Cántico del Hermano Sol'– parecía decirnos más. Opinar tantas personas con pocas palabras sobre el texto suponía mucho más que hacer de él una lírica y emotiva alabanza. Por eso, la naturaleza aparecía en el poema como algo útil para la salud, pues estábamos ante un poema «para respirar y no solo imitar». También para ordenar en nosotros lo desordenado. Hugo Mújica, un místico de nuestros días, señaló que Francisco veía en la naturaleza la identificación con la Divinidad, pero lejos de cualquier panteísmo. Para otros, leerlo suponía un 'stravolgimento', una perturbación que deshacía el orden y la enumeración musicales de las palabras. El poeta Davide Rondoni recordó a Seamus Heaney para decirnos que la naturaleza madre nos nutre no sólo física sino espiritualmente. También entre los asistentes, muy cercano, se hallaba otro poeta místico de excepción –con su poesía completa, 'A noite abre meus olhos'– el portugués José Tolentino Mendonça, una persona que está abriendo caminos de cultura y esperanza en nuestro tiempo. Hoy tantas palabras torrenciales tienden a estar vacías, desprovistas de contenido, por ello extrañaba a los ponentes que un poema tan sencillo contuviera tal grado de profundidad al irisarse en múltiples significados. No eran versos que sólo nombran lo natural, ni una alabanza a la manera de Dante o Petrarca, ni del 'materialismo' de la naturaleza en Leopardi, ni del torrente de las alabanzas enjoyadas estéticamente de D'Annunzio en quizás el mejor libro de este autor, 'Le città del silenzio'. El poema era reflejo del estado contemplativo de su autor en el monte Avernia, dos años antes de morir, respondiendo a otra búsqueda en su vida: ¿la de la soledad y la del silencio? Para algunos, Francisco nos remitía a nuestro propio origen, como el recuerdo de un pasaje de las Fioretti: el del feroz lobo de Gubbio. En mi caso supe de él a través del poema de Rubén Darío, 'Los motivos del lobo', ejemplificación de la eterna y terrible dualidad, la del bien y el mal. Pensé también en el franciscanismo presente en los versos de otros poetas nuestros, como Unamuno o Valle Inclán, o ya en tierras de América con la melodiosa paráfrasis de Amado Nervo, 'La hermana agua'. Y pensando en este continente cómo no reparar en los ecos fundadores del franciscanismo español, tan temprano, ¡desde Yucatán hasta California! Un franciscanismo rico en fundaciones, pero también en nombres de escritores nuestros no siempre suficientemente reconocidos: Francisco de Osuna, Bernardino de Laredo, Antonio de Guevara, Diego de Estella o Juan de los Ángeles. ¿Y cómo no recordar el viaje de Francisco de Asís a Santiago de Compostela en 1214? En la jornada teórica el nombre de Francisco de Asís y de sus obras se irisaba en símbolos concretos: la luna, la noche, el fuego, la tierra, el lago, las tórtolas (en uno de los más tiernos momentos de las Fioretti) o la piedra (esa sobre la que el místico poeta recostaba su cabeza y que vimos en Santa María de los Ángeles). También allá abajo, aún con niebla, estaba San Damiano, recordándonos otro símbolo de hermandad luminosa: el de Clara de Asís. Se recordó también en el coloquio un hecho incontestable: que todas las grandes civilizaciones han tenido poesía mística, algo que se valoró frente a lo que este tiempo nuestro puede tener de negativo, ante 'la filosofía del todo vale'. Una presencia, la del misticismo poético, ligada a otras formas del arte –a tanta pintura excepcional o a la gran música sacra–, a una cultura en suma en la que Europa se ha fundamentado secularmente y de la que Italia ha sido un fecundísimo paradigma. ¿Esa cultura que nos ha orientado y enorgullecido tradicionalmente y que hoy tiende a borrarla otra niebla negadora?