Y de nuevo Orwell
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Eric Arthur Blair, eternamente conocido como George Orwell, vino a España a luchar contra el fascismo y escapó por los pelos de las garras del comunismo. El paso por Barcelona fue un punto de inflexión en su pensamiento. La experiencia de nuestra Guerra Civil marcaría a fuego, más allá del ' Homenaje a Cataluña', toda su obra posterior. De hecho, fue la guerra incivil dentro de la Guerra Civil la que transformó a nuestro autor. A las órdenes del Kremlin, los comunistas españoles también persiguieron a anarquistas y socialistas no estalinistas. Entre estos últimos se encontraba Orwell, enrolado en las filas del POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista). Así, Barcelona se volvió peligrosa para él: «En la ciudad reina una atmósfera de pesadilla. Vivimos como en un manicomio». La policía republicana iba a por él, pero consiguió, gracias a Dios y al cónsul británico, huir con su esposa Eileen. La memoria selectiva del actual gobierno español no recordará pasajes como este que también forman parte de nuestra historia. Es esta una de las muchas razones para leer la magnífica biografía escrita por Yuri Felshtinsky: ' George Orwell. Vida, obra, tiempo ' (Deusto, 2024). Sin duda estamos ante uno de los mejores libros publicados recientemente en nuestro país y, desde la de Bernard Crick, la mejor obra sobre Orwell. De hecho, es una semblanza más poliédrica, ya que el biógrafo ruso ha tenido la oportunidad de acceder a nuevos archivos y documentos. Son, en este sentido, especialmente interesantes las páginas sobre la difícil recepción de las obras orwellianas en el mundo comunista o sobre esa primera edición en lengua extranjera de Rebelión en la granja (editado en ucraniano por exiliados de la URSS que vivían en la Alemania occidental). Felshtinsky escribe, muy bien, sobre las luces y las sombras del autor de la Mil novecientos ochenta y cuatro y también sobre el ambiente intelectual de una época tan hipócrita como la nuestra. Y es que Orwell es de nuevo necesario. Siempre es y será necesario, porque con sus libros no solo denunciaba las atrocidades estalinistas que los comunistas occidentales se negaban a ver, también advertía a las sociedades democráticas de los peligros del excesivo intervencionismo gubernamental y de cualquier tipo de poder sin límites. «No habíamos comprendido que la desaparición de la libertad económica afectaría a la libertad intelectual», escribió. Leyó Camino de servidumbre, del liberal Friedrich Hayek, y estaba fundamentalmente de acuerdo. A Orwell le preocupaban más las consecuencias concretas de la política sobre la vida cotidiana de las personas que las grandes abstracciones teóricas. En este sentido, siempre me ha parecido un hermano intelectual de Albert Camus. Orwell se definía como socialista, pero era profundamente antiautoritario y reconocía la importancia de la cultura y los valores de un país. Tenía en cuenta la economía, pero, como señala Felshtinsky, también «la conciencia, los ánimos, las actitudes arraigadas y adquiridas de las personas como un fenómeno independiente». Le importaba la ética y la educación . Era, en todo caso, un socialista sui generis. Él mismo llegó a definirse como un socialista tory, un socialista conservador. El católico devoto G.K. Chesterton y sus parábolas fueron una influencia decisiva para obras como la Rebelión en la granja. Aunque Orwell nunca fue creyente, sabía que «la amputación del alma no es una mera operación quirúrgica como la extirpación del apéndice. Esas heridas tienden a infectarse». Hoy seguiría siendo muy sui generis, pero, visto el devenir histórico tras su muerte, no sabemos si aún se consideraría socialista. Se autopercibía en la izquierda, pero defendía la verdad, siendo sus obras un reconocimiento de la atroz realidad del socialismo, una ideología que, al implantarse, destruye inevitablemente las libertades individuales. El terror y la mentira siempre van de la mano del totalitarismo . Sin ir más lejos, fue en Cataluña donde Orwell descubrió la peligrosa fuerza de la propaganda y la desinformación soviéticas. Pocos años después, observaríamos en la «neolengua» de Mil novecientos ochenta y cuatro el uso político de las palabras como instrumento de empobrecimiento y dominio intelectual de una sociedad. Se autopercibía en la izquierda, pero también defendió el patriotismo. Supo distinguir entre el nacionalismo -obsesión por el poder y desconocimiento voluntarios de la realidad- y el patriotismo –«la lealtad a un lugar y un modo de vida particulares-. Y en las horas previas y oscuras a la Segunda Guerra Mundial supo valorar la importancia del patriotismo inglés frente a un pacifismo trasnochado y, eventualmente, aliado del nazismo . Como concluye Felshtinsky, «George Orwell no ha entrado en la historia de la cultura por sus infértiles ideas socialistas, sino por su brillante crítica de los vicios y lacras de la sociedad». De la sociedad de ayer, de la de hoy y de la de mañana. Juan Milián es concejal del PP en el Ayuntamiento de Barcelona