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Abraham Cupeiro, «el hombre ese de los instrumentos raros»

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La música fue seguramente el primer arte, junto a la danza, que cultivamos los seres humanos. No necesita un lienzo, ni papel, ni pincel, ni lápiz, ni cincel, ni martillo para hacerse realidad. Con tocar palmas, emitir sonidos y dar algún brinco es suficiente. Aun así, hay un momento en nuestra historia en la que sentimos la necesidad de crear instrumentos musicales para ampliar el repertorio. Fueron los tatarabuelos lejanos de nuestros violines, nuestros órganos, pianos, guitarras, tambores, flautas, trompetas. Todos ellos, artilugios que hoy están olvidados por completo. ¿Todos? ¡No! Un irreductible músico gallego, Abraham Cupeiro, resiste al paso del tiempo. Estudió música antigua en la Escuela Superior de Música de Catalunya (ESMUC), especializándose en el corno y la trompeta natural, pero explorando también instrumentos propios del Medievo, el Renacimiento y el Barroco. Después, fue ampliando horizontes y ha acabado estudiando y reproduciendo con sus manos otros artilugios usados para hacer música, recuperando así objetos milenarios que devuelve a la vida. No se trata de buscar el sonido original y auténtico, sino de que pasados tantos siglos nos vuelvan a emocionar: «No hay nada más auténtico que un ser humano sintiendo algo». Se diría que, aun habiendo trabajado con otros artistas de primerísimo nivel —la violinista Patricia Kopatchinskaja, por ejemplo, lo ha invitado a hacer conciertos de música contemporánea juntos—, para Cupeiro la música es algo así como un juego que se toma muy en serio. «Yo me dedico, dentro de mis posibilidades, a generar fantasía», dice, para añadir: «La música y el arte, para mí, no tienen sentido si no hay fantasía. Puedo utilizar instrumentos milenarios, pero los pongo al servicio de mi discurso musical. Es una pata que me faltaba cuando estudiaba música antigua». Su trabajo lo ha llevado a colaborar en la banda sonora de 'Gladiator II' y en la serie televisiva de Steven Spielberg 'Life on our planet' (La vida en nuestro planeta). Atesora una colección de cerca de trescientos instrumentos musicales, la mayoría hechos por él mismo, y muchos son réplicas fruto del estudio de vestigios arqueológicos, como el cornu romano con el que ha grabado su disco 'Mythos' al lado de la Royal Philharmonic Orchestra: es una trompa gigante, de cuatro metros y treinta y cinco centímetros de longitud, recreada a partir de unos restos que aparecieron en Pompeya. Podrá verse en febrero en Madrid, en Teatros del Canal. Otro de sus instrumentos más vistosos es el karnyx. Con esta trompeta celta que evoca la cabeza de un jabalí se plantó enmedio del campo del Celta para animar al equipo en la previa de su último partido contra el Barça. El contexto no podía ser mejor, pues el monumental artilugio se usaba para incitar a las tropas a la batalla e intimidar a los enemigos. Ese día, con los catalanes amedrentados y los viguenses enardecidos por el karnyx, los azulgranas no lograron pasar de un triste empate. Viajar con tal cantidad de cachivaches da lugar, claro está, a un sinfín de anécdotas. Ha llegado a llevar cuarenta y dos en una maleta que, cuenta entre risas, compró en un supermercado por ochenta euros. La conocen bien en Finlandia. Como está obligado a facturarla en los vuelos, a veces se pierde por un rato, o durante días. En un concierto con una orquesta finesa, la valija apareció media hora antes de la función. «Durante los ensayos me dediqué a cantar y silbar como podía», recuerda. Cuando llegó, «la abrí con toda la orquesta delante: entre camisetas y calcetines, iban apareciendo los instrumentos». «Creo que algunos se preguntaban 'Dios mío, a quién hemos contratado'», ríe. Otra vez, volviendo de Tasmania directamente... «tuve que construirme unos cuantos instrumentos en poco tiempo para salir del paso». En Lyon lo pararon en el aeropuerto. Llevaba un corneto, que es un instrumento renacentista, con forma de cuerno. «Se pensaron que era un arma arrojadiza, así que les propuse tocar algo». Misterios de la vida, no se le ocurrió nada mejor que el pasodoble de 'El gato montés'. «El gendarme se puso a gritar: 'Olé, olé'. Que en realidad decía 'Allez, allez', pero a mí me pareció 'Olé, olé'». En los aeropuertos gallegos, en cambio, ya lo tienen más clichado: «Alguna vez me ha pasado al contrario, que me hayan reconocido y venga un guardia civil y le diga a su compañero: 'Este es Abraham Cupeiro, el hombre ese de los instrumentos raros, déjalo pasar'».