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'El arte de mandar bien' del teniente general Francisco Gan Pampols: «El error no es un problema, la inacción sí»

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Tras el paso de la dana por Valencia y la incertidumbre reinante en la región, el teniente general Francisco José Gan Pampols fue designado para el cargo de vicepresidente segundo y conseller para la Recuperación Económica y Social de la Comunidad Valenciana. Un cargo de enormes responsabilidades que lo ha puesto bajo el foco de la atención mediática y, de paso, devuelto la mirada sobre uno de sus libros, 'El arte de mandar bien'. Una reflexión que hoy resulta muy oportuna en una época de polarización política y competencia de relatos a nivel global. Pampols señala en esta obra que mandar es más que ordenar, es otra cosa, pesa y exige. Supone saber que lo que dices que se haga se hace y que las consecuencias son tu responsabilidad. «Mandar es ordenar juiciosamente y exigir el cumplimiento de lo mandado siempre y cuando esté bien mandado, otra cosa que se aprende enseguida, por el procedimiento de prueba-error», señala. En definitiva, borrando de la pizarra los factores que confunden en el resultado, la pregunta es si se ha ejercido un buen liderazgo. Porque como Pampols destaca, «en los días de vino y rosas para mandar casi cualquiera es útil» . En suma, no es solo todo un arte liderar bien, sino también escoger bien al que manda. A ese que tendrá que tomar las decisiones oportunas, demostrando en tiempo de crisis que puede estar a la altura de las circunstancias. Y eso supone para Pampols compromiso, oficio y competencia. Lo ejemplifica con una frase del mariscal de campo Helmuth von Moltke, apodado 'El Viejo', según el cual «ningún plan, por bueno que sea, resiste su primer contacto con el enemigo o con la realidad». Que viene a decir que el que está preparado para las contingencias es capaz de improvisar mejor y enfrentarse a lo desconocido. Gan Pampols confiesa en su libro que lo que pretende es transmitir su experiencia a lo largo de más de 40 años, en los que fue alternando obediencia y mando. Desde que a los 17 años entrara como aspirante a oficial del Ejército de Tierra. «Es hora de reivindicar el término Mando –sí, con mayúscula– y la acción de mandar que nada tienen de autoritario ni compulsivo y que sigue siendo imprescindible en nuestro modelo de sociedad. En la que los mejor preparados para desarrollar una actividad dictan normas lógicas, coherentes y proporcionadas para que otros de diferente capacidad las ejecuten». Añade que si, además, el Mando tiene atributos para ejercer una persuasión constructiva , «entonces estamos en la situación ideal en la que todos hacen y quieren hacer aquello para lo que están mejor preparados». Aprendiendo por el camino que el poder no solo sirve para ordenar y obtener obediencia. Y ahí no se queda la cosa, porque Pampols también reconoce que se equivocó en numerosas ocasiones. En ese caso, recomienda reconocerlo y pedir perdón. «Ese gesto, en contra de lo que pudiera parecer, no me restó un ápice de autoridad , al contrario, la reforzó porque el que sabía que no tenía por qué darle explicaciones las agradeció enormemente, se sintió considerado y respetado y comprendió que su jefe también era humano... Y de este modo, al ser así, fue cuando empecé a mandar bien», cuenta. Enumera que el buen mandar requiere disciplina, conocimiento, flexibilidad, pensamiento crítico, determinación y anticipación. Y para esto último, Pampols señala una idea que aprendió en el ejército: «Prever para poder proveer» . Permite cambiar el futuro desde el presente y generar un escenario diferente al que se hubiera producido si no se hubiera intervenido. La anticipación se entrena, como casi todo. «Requiere información y saber rodearse de los colaboradores adecuados», dice. Aplicando una comunicación transparente y sabiendo gestionar el talento de sus subordinados. De los que espera una obediencia inteligente. «Sin por ello llegar a ser autómatas, sabemos que lo que procede es reaccionar con prontitud y orden y esto no tiene nada que ver con la carencia de criterio». Y para el que manda supone saber tomar decisiones difíciles cuando el momento llega, porque «la decisión es indelegable» y son un privilegio del rango. «Si no se hace, no hay otra oportunidad, es la bala de plata y este es el momento de dispararla », afirma. Especialmente por las consecuencias que provoca la ejecución de lo decidido. Por eso señala que esa responsabilidad recae sobre una élite que debe trabajar por el bien común, que concite acuerdos, esfuerzos y rinda cuentas periódicamente ante la ciudadanía de lo actuado. «En definitiva, que la represente eficaz y dignamente en su diversidad de intereses y pluralidad de opiniones; una élite de líderes en todos los órdenes,..., que sea consciente de que su principal misión es servir y que tengan muy a gala jamás aferrarse al puesto que ocupan », sentencia. Para ello, Pampols indica que lo que se necesita no son telepredicadores con una verborrea manipuladora, cansina y sin sentido. E insta a que, lejos de agudizar las diferencias y enconar las posturas, esas élites tienen que dignificar la discusión y los organismos que representan. Acotando los intereses o las tentaciones partidistas. «Liderar es servir, no servirse» , apunta. El teniente general aconseja que las amenazas existenciales deben afrontarse desde su aparición con un gabinete de crisis. Guiado por un asesoramiento esencialmente técnico, que facilite la adopción de las decisiones más ajustadas a la realidad de la amenaza. Sin intentar capitalizar la información o tintarla al gusto del gobierno de turno. Para Pampols no se trata de construir el relato, exculpar a posibles responsables ni de ensalzar actuaciones. En ese sentido, trae a cuenta una de las conclusiones de la comisión que investigó el accidente nuclear de la central de Fukushima: Los fenómenos posibles ocurren. Los fenómenos que se consideran imposibles también ocurren. Las cosas que no se desea ver no se pueden ver. Solo se puede ver lo que se desea poder ver. De ahí que matice también que desoír los consejos y recomendaciones de organismos asesores o de coordinación de medidas genera una responsabilidad en los que mandan. «De la que tendrían que dar cuentas ante su ciudadanía y, en su caso ante su sistema judicial». Ya que, según Pampols, la tolerancia al error acaba conduciendo a la dejación de responsabilidad. «El error no es un problema, la inacción sí», afirma. Y por eso argumenta que vales lo que la calidad y oportunidad de tus decisiones. Las organizaciones serán lo que las naciones que las diseñan e integran quieran que sean. Y si están presididas y dirigidas por los mejores, «su efectividad se verá potenciada y su existencia plenamente justificada». Por eso insiste en que no queda espacio para el mundo de ayer y en esa línea de cambio y progreso « tienen que ser los mejores, los más sólidos y responsables, los que nos guíen» . Si la teoría se consolida con la práctica la pregunta al final del día sigue siendo has estado a la altura de las circunstancias ejerciendo un buen mando.