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Ser feliz

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Como a veces nos recuerda mi buen amigo el profesor Enrique Rojas , la felicidad consiste en tener buena salud y mala memoria. Es algo que comparto plenamente e intento vivir con ese principio, y ello por dos razones: la primera, porque tener o no tener buena salud modula nuestra balanza anímica, y por tanto el disfrutar o penar; y la segunda razón radica en que la memoria puede traernos unos vientos positivos y animosos o, por el contrario, hostiles e ingratos. Y a veces podemos elegir: si queremos amargarnos la vida lo lograremos y viceversa, aunque con más dificultad. El ser humano tiene dentro de sí la honda apetencia de ser feliz. Pero cuando indagamos en qué consiste la felicidad nos encontramos muchas veces con personas que sufren lo que a los demás nos parecen auténticas desgracias de todo tipo y que, sin embargo, son felices. Ello nos lleva inexorablemente a la conclusión de que la felicidad no es «tener, poseer, acumular, disfrutar o no sufrir» ya que, aunque eso en principio sea algo positivo, es preciso controlar el uso que se haga en nuestras vidas esas circunstancias. Somos felices cuando nuestro ánimo está centrado en la paz interior y en los buenos deseos y propósitos, con independencia de que lleguemos o no a conseguirlos. Cuando a veces nos preguntan que cómo estamos y respondemos que «¡felices!» creo que con esa respuesta lo que queremos decir es que estamos razonablemente satisfechos con nuestra vida personal, familiar y amical. Pero la vida no siempre nos trae risas y confort, sino que puede traernos problemas y dificultades y de hecho nos los trae. Haciendo un esfuerzo de síntesis, pienso que uno es feliz cuando quiere a los demás y los demás le quieren. En definitiva, la felicidad proviene del amor, del cariño. La felicidad es un estado cambiante y difícil de mantener de modo permanente en la cima de nuestros sentimientos. Tener una familia unida, una situación económica y social adecuada y salud es una sólida base para la felicidad, aunque no deja de tener, como todo en la vida, un riesgo de que pueda perderse. Pero el no tener los componentes que todos consideramos que conforman la felicidad no trae consigo la infelicidad, sino lo que yo llamaría «una felicidad distinta», es decir, que la felicidad no se basa en lo material, sino en la honda satisfacción interior por lo que aportamos y por lo que nos aportan los demás. Haz un ejercicio sencillo pero muy revelador: pregúntate si eres feliz o no, y a continuación, por qué. De ahí podrás concluir qué hay que cambiar en tu vida para inclinar tu balanza vital hacia lo que verdaderamente te haga feliz, y sabiendo siempre que lo más probable es que los componentes de nuestra felicidad sean variados y distintos entre sí; es decir, no valorando únicamente lo que tenemos, sino lo que sentimos por dentro con lo que hacemos. La felicidad tiene un carácter expansivo, de modo que ser o estar feliz irradia un halo de positividad a nuestro alrededor y fundamentalmente en aquellos que por parentesco, amistad o trabajo tenemos más próximos. Por el contrario, la infelicidad es corrosiva, porque nos amarga y lo contagiamos a los que nos rodean. De nosotros depende dar un sentido positivo a lo que en principio resulta negativo. Es difícil ser felices si estamos encastillados en nuestro propio laberinto y, sin embargo, es fácil serlo cuando nos abrimos a las personas que nos rodean. Creo que es muy positivo el atacar los estados de infelicidad lo antes posible, de modo que no se incrusten en nuestro ánimo. Una persona infeliz lo es no solo ella misma, sino que la infelicidad es radiante y expansiva también. La felicidad alcanza su cota más alta cuando se hace partícipe de ella, en la medida de lo posible, a todas aquellas personas con las que tenemos una relación habitual y cercana. Por poner una imagen muy usual: cuando una persona mira al horizonte y examina su estado de ánimo y exclama «¡soy feliz!» lo que está manifestando es que tiene una paz y una alegría en su interior que le producen ese sentimiento de bienestar y satisfacción personal. Lo normal es que uno esté feliz cuando las cosas van bien. Curiosamente, la felicidad no es incompatible con situaciones o circunstancias vitales poco gratas, por no decir ingratas. Lo que ocurre es que en tales circunstancias hay que hacer un esfuerzo interior por superar lo negativo de la situación y buscar, para refugiarse en ello, todo lo bueno que nos rodea. Por todo ello, el ser o no ser feliz tiene una importante dosis de voluntarismo. El interiorizar el deseo de felicidad y racionalizarlo depende mucho de nosotros mismos. El preguntarse a veces por qué estoy triste o por qué soy infeliz puede ser muy positivo para sacar conclusiones y tratar luego de orientarse hacia algo positivo. Efectivamente, hay sucesos, situaciones o circunstancias que pueden dar un tinte negativo o penoso a nuestras vidas, pero si logramos dar un empujón a nuestro ánimo y pensar positivamente sin centrarnos en lo negativo es muy probable que salgamos de la llanura y lleguemos a la cima vital. Resulta evidente que hay sucesos en nuestras vidas que inevitablemente afectan a nuestro estado de ánimo y por tanto a nuestra felicidad, pero, admitiendo que es así, también es cierto que con fuerza de voluntad y un revolcón anímico podemos salir de la oscuridad hacia la luz. Si dijera que la felicidad depende de nosotros mismos, se me advertiría de los muchos y variados sucesos que pueden empañar nuestra vida y que, con independencia de nosotros, pueden hacernos más o menos felices. Y digo independencia a propósito, porque creo firmemente en que podemos superar todo aquello que nos pueda afectar a nuestra felicidad de modo negativo. El «quiero ser feliz» o el «voy a ser feliz» pueden convertirse en realidades si nos empeñamos en ello y aunque sean adversas las circunstancias que nos rodean. Es cierto que cada uno de nosotros tiene motivaciones religiosas, familiares o simplemente humanas para ser más o menos felices, pero, aunque parezca una boutade, seremos felices si queremos ser felices. Para ello hay que ver lo positivo en las cosas, hay que buscar una fundamentación animosa de lo que nos ocurre y desde luego conjugar la frase de que «nunca pasa nada, y si pasa, ¿qué importa?, y si importa, ¿qué pasa?». Si quiero ser feliz normalmente lo seré, y a veces lo seré contra viento y marea o contra las circunstancias a las que me pueda enfrentar. No hay nada más sabio que los dichos populares, y entre ellos hay uno de profunda sabiduría que dice : «Tres cosas hay en la vida, salud, dinero y amor, y el que tenga esas tres cosas, que le dé gracias a Dios». Yo añadiría que al que le falte alguna de esas tres cosas, también puede ser feliz; más difícil y con más esfuerzo, pero puede serlo. Para ser felices tenemos que luchar por ello. O, dicho de otra forma, somos dueños de nuestra propia felicidad, de modo que podemos tener todo y no ser felices o tener muy poco y gozar de una plena felicidad. En definitiva, se puede ser feliz en la risa y en el llanto.