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Tras la riada por la DANA en Valencia, los derrumbes: «Si los vecinos abren la puerta de casa se caen por el barranco»

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La ferocidad de la riada ha dejado al descubierto la intimidad de muchos hogares a la orilla de la rambla del Poyo a su paso por el centro de Chiva. Quedan escaleras que ya no llevan a ninguna parte y buzones llenos de cartas. Sus destinatarios, al menos, pueden contarlo. «Si abres la puerta y metes un pie dentro, te caes al barranco» , comenta Juan Antonio señalando una de las casas del final de su calle. Lo que queda de ese inmueble y del contiguo se va a tener que derruir. «Esperemos que la cosa se quede ahí», explica a ABC este panadero, lamentándose por sus vecinos. En otros barrios también se han producido demoliciones. Él tampoco ha podido acceder a su piso, precintado desde aquel fatídico 29 de octubre marcado por la DANA . Es uno de los 130 desalojados en la localidad valenciana. Los hoteles del municipio se movilizaron de inmediato para dar respuesta a la emergencia y ofrecieron sus instalaciones de forma gratuita. Cruz Roja también instaló un albergue en el instituto. Como ha ocurrido con tantas otras necesidades, la habitacional se ha gestionado por medio de la solidaridad del pueblo y sin existir una coordinación con las administraciones superiores. Desde la Generalitat aseguran que están trabajando para establecer un protocolo que permita echar mano de los establecimientos que se han puesto a disposición por parte del sector turístico. No obstante, la mayoría de afectados no ha hecho uso de los recursos activados por distintas casuísticas, aunque la que más se repite es la de haber encontrado refugio en el entorno más cercano. Ha ocurrido también, por ejemplo, con veinte desalojados de seis casas de Paiporta. Estar en un hotel o un albergue, aunque es un alivio en primera instancia, «multiplica el sentimiento de vulnerabilidad». «La red de apoyo y los lazos familiares pueden ofrecer más intimidad, algo que es fundamental para recomponerse », señala Conchi Navarro, psicóloga de Cruz Roja. A pesar de ello, cada día que pasa la zozobra por la maraña burocrática que se le puede venir encima aumenta. «Nos echaron porque no era seguro. Por suerte tengo un piso en Valencia. Voy y vengo todos los días para poder reactivar lo antes posible mi negocio. Tenemos que reparar las máquinas que dañó el agua», cuenta el dueño del horno El Puente mientras limpia el obrador con familiares y trabajadores. Entre estos últimos, está Norma. Ambos viven en inmuebles distintos de una vía estrecha de Chiva, justo enfrente de la panadería. A la espera de lo que decidan los técnicos, Norma reside en casa de unos amigos que la han acogido . «Allí estoy mejor. Mi finca tiene grietas y no saben si van a ir a más. Nos fuimos con lo puesto y no hemos podido subir a coger nada por seguridad. El día de la riada me sacaron con una cuerda para poder cruzar la calle y llegar a casa de mi vecina», relata a ABC. Irene, la aludida, lo corrobora mientras espera a que una grúa retire su coche del garaje. De momento, no han pedido las ayudas. «Vamos a ver qué nos dicen los técnicos y el seguro. Toca esperar unos días», sostiene Juan Antonio. Norma no quiere pensar tampoco en buscar un alquiler, en medio de una crisis brutal de oferta habitacional y con unos precios muy elevados. La parte trasera del edificio al que llama hogar presenta un enorme agujero visible desde el único puente del pueblo que queda en pie. El elevado caudal arrastró hasta pinos y los metió dentro de las viviendas. El azar ha querido que, un poco más adelante, en una esquina de la rambla. la vivienda de los padres de Fátima haya salido airosa de la inspección técnica, lo que les ha permitido volver a ocuparla. Ella y Juanma, su marido, no han tenido tanta suerte, aunque se consideran unos privilegiados. Han salvado la vida, cuentan emocionados, y ya saben que van a poder volver a su casa, ubicada en una urbanización a pocos minutos andando del centro de Chiva. Una zona elevada y no inundable del término municipal que se convirtió en «un lago». El mismo arquitecto que diseñó el inmueble hace dos años, con la particularidad de estar construida con contenedores marítimos, les ha confirmado que la estructura no ha sufrido daños . Eso sí, del interior no se ha salvado nada. «Siempre hemos dicho que si teníamos que salir un día corriendo, cogeríamos las fotos y la cartera», cuenta Fátima. Con el agua por la cintura Juanma, consiguió además salvar a sus dos perros y la guitarra de su mujer. Una amiga les devolvió lavada y planchada la poca ropa que consiguieron recoger del lodo. Otro amigo les ha cedido la casa de su madre, fallecida hace poco. Allí se han trasladado ya tras pasar unos días en el piso de la hermana de Fátima. «Esta noche es la que más he dormido desde que pasó todo. Cuatro horas», apunta. «El martes, una semana después, me pude sentar en un sofá», bromea Juanma. «Hemos llorado mucho, pero tenemos trabajo y eso es muy importante para poder volver a empezar. Nos costará un mes o cinco años reconstruir nuestra casa, pero lo vamos a hacer . Tener una red nos ha salvado a todos», coinciden, mientras el hijo de una amiga les ayuda desmontar la encimera y los armarios de la cocina. Ya han llamado a un agricultor del pueblo para que pase con el remolque a recogerlo todo. Empresarios locales Los pequeños establecimientos hoteleros ubicados en la zona cero de la DANA, y que no han sufrido daños, han puesto a disposición de los Ayuntamientos sus habitaciones para poder acoger a las familias desalojadas o cuya vivienda no está en condiciones de salubridad. Albergues de Cruz Roja Pese al despliegue inicial, Cruz Roja sólo mantiene dos centros abiertos, al reducirse el número de camas ocupadas. En el de Chiva quedan dos familias y en el de Torrent -mucho más grande- quedan 140 personas de las 700 que llegaron a ser atendidas allí. Hoteles y apartamentos Desde la Generalitat aseguran que tienen una larga lista de hoteles y apartamenos que se han puesto a su disposición. En algunos de ellos se han instalado los centenares de policías o bomberos. Solo cuatro familias de Catarroja -doce adultos y un bebé- de un edificio con daños estructurales habían solicitado este recurso para el que todavía no se ha establecido un protocolo.