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Cristóbal Colón, «envidiado extranjero»

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HASTA muy entrado el siglo XIX no se discutió la genovesidad de Colón. Solo a partir de entonces comenzaron a oírse voces disidentes, que trataron de adjudicar otro origen al almirante por un patriotismo mal entendido. Estas teorías, a mi juicio, carecen de toda validez histórica. Veamos. Todos sus contemporáneos coinciden, con machacona insistencia, en que era genovés. Su hijo Hernando, al hablar de su legado en su testamento, mandó que, al adquirir nuevos libros en Italia, se anunciase a los mercaderes genoveses que los volúmenes comprados irían a engrosar la biblioteca de «don Fernando Colón, hijo de don Cristóbal Colón, genovés, primero almirante que descubrió las Indias». Esta unanimidad recibe pleno respaldo en las fuentes manuscritas. En el Archivo Municipal de Génova se guardan documentos que sitúan en esa ciudad a un Cristóforo Colombo que declaró ser mayor de diecinueve años en 1470 y tener veintisiete años en 1479. De su adolescencia en Génova dan fe otras seis escrituras, en las que aparece ejerciendo en Savona el oficio de lanero o tejedor con su padre, Domenico Colombo (1470-1473). No se trata de otro personaje homónimo: así lo demuestra el hecho de que en 1500 los españoles, murmurando en Santo Domingo contra el gobierno de los hermanos Colón, les echasen en cara que eran de «baja clase» e hijos de un «tejedor de seda». Al fundar su mayorazgo (1498), el propio almirante fue muy explícito sobre su origen: «Siendo yo nacido en Génova». Además, nada menos que tres veces el propio Colón proclamó su condición foránea en cartas dirigidas a los Reyes Católicos. Entre 1498 y 1500, acremente criticado por todos en la isla Española, se lamentó de su soledad: «Yo he sido culpado en el poblar, en el tratar de la gente y en otras cosas muchas, como pobre extranjero envidiado». Por las mismas fechas volvió a recalcar la ojeriza que, por no ser español, le tenían sus enemigos: «Todo por me hacer mala obra, por envidia, como a pobre extranjero». En 1504, poniendo de relieve su lealtad inquebrantable a la Corona, el almirante la justificó de esta suerte: «¿Quién creerá que un pobre extranjero se hubiese de alzar en tal lugar contra Vuestras Altezas, sin causa y sin brazo de otro príncipe, y estando solo entre sus vasallos y naturales y teniendo a todos mis fijos en su real Corte?». Los pleitos colombinos volvieron a destacar su extranjería, ya que el argumento principal de sus abogados fue que los reyes podían dar y quitar las mercedes otorgadas a sus súbditos, si bien no era este el caso de Colón, con quien por ser extranjero, habían firmado un contrato; luego este no podía derogarse. Los escritos de Colón indican que no dominaba bien el castellano. Un dialectalismo delata su origen. Al copiar una receta para hacer crecer el perejil, necesario para preparar una tisana que aliviara sus problemas renales, don Cristóbal no acertó a dar con el término culto de la planta y escribió 'porsimolum', la palabra con que se denomina el perejil en el dialecto genovés, una lengua no escrita y que, por ello, solo podía conocer quien la hubiese escuchado en su entorno familiar. Dos hermanos de don Cristóbal se reunieron muy pronto con él en España: Diego lo acompañó en el segundo viaje (1493) y a principios de 1494 llegó el más arrojado, Bartolomé, que en 1498 había de fundar una nueva ciudad a la que, en recuerdo de su padre el tejedor, puso el nombre de Santo Domingo. A los dos les profesó don Cristóbal un inmenso cariño. «Diez hermanos no te serían demasiados; nunca yo fallé mayor amigo a diestro y siniestro que mis hermanos»: así aconsejó en 1504 a su hijo Diego. De Génova le llegaron a Colón más parientes, atraídos por la fama de sus hechos. Entre los documentos que depositó el almirante en la cartuja de las Cuevas de Sevilla figura una carta de 'li Colombi', dirigida a su persona y escrita en 1496. Muy probablemente se trata de la carta que le entregaron a su llegada los hermanos Juan Antonio y Andrea Colombo, dos sobrinos de don Cristóbal que acudieron a prosperar a su vera. Pero obsérvese una sutil diferencia: mientras Diego y Hernando, los hijos del almirante, siguiendo la norma establecida por su padre, castellanizaron su apellido, los recién llegados firmaron siempre Colombo, por ser extranjeros y no haberse naturalizado. En Génova buscó apoyo el almirante en los momentos de máximo apuro. En 1502, desposeído del virreinato y viendo peligrar su economía, Colón se dirigió no a la banca a la que pertenecía su cuñado florentino Francisco de Bardi, sino a la genovesa de San Jorge. Oderigo, el embajador de Génova ante la corte española, veló por sus asuntos al menos desde esa fecha. «Yo vuelvo a las Indias (…) Yo dejo a don Diego, mi fijo, que, de la renta toda que se hubiere, que os acuda allí con el diezmo de toda ella cada un año para siempre (…) Nicoló de Oderigo sabe de mis hechos más que yo proprio, y a él he enviado el traslado de mis privilegios y cartas»: así escribió el almirante en 1502 tanto al embajador como a la Banca de San Jorge. Después, la llegada al pontificado de Julio II (1503), un genovés como él, le dio esperanzas de obtener favor en la corte papal. Es lástima que no se conserve la carta que el almirante envió a su hijo Diego en diciembre de ese año, para que este la remitiese a Roma. Al regreso de su cuarto viaje, en el otoño-invierno de 1504, perdidas todas sus esperanzas, Colón recurrió a Juan Luis Fiesco, otro genovés, a quien también había entregado copias de sus privilegios: «Yo espero (…) recibir esta semana que viene respuesta del oficio de San Georgi… Creí yo que fuese bien visto mi propósito: hasta ahora ninguna nueva todavía». En su testamento de 1506, redactado pocos días antes de su fallecimiento, Colón enumeró una a una todas las deudas que había dejado en Lisboa , citando los nombres de quienes debían cobrarlas: los herederos de Jerónimo del Puerto, «padre de Benito del Puerto, chanciller de Génova»; Antonio Vazo, «mercader genovés»; un judío «que morava a la puerta de la judería en Lisboa»; los herederos de Luis Centurión Escoto y los de Paulo Negro, «genovés»; y Batista Espínola «yerno del sobredicho Luis Centurión». Cinco de los nombrados en esta lista son genoveses. ¿No es significativo que, al cabo de tantos años, solo se acordase de sus paisanos? En resumen, todas las pruebas, concluyentes, demuestran que Colón fue genovés.