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La 'aceleradora' valenciana de tortugas bobas que surte de machos el Mediterráneo

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Tras recibir la llamada del 112, el biólogo Jesús Tomás acudió raudo a «pescar tortuguitas» de color gris entre las casas de Almazora (Castellón). Decenas de tortugas bobas recién nacidas inundaban la carretera y los chalets de la costa, atraídas por la luz tras emerger de un nido en la playa. Con sus 4 centímetros de caparazón y 20 gramos de peso (menos de lo que pesa una fresa), sus perspectivas de supervivencia no eran buenas. La estadística dice que solo una de cada mil llega a ser adulta . Pero eso cambió el día que las recogieron: 22 de ellas entraron en el programa de cría de neonatos de LIFE Intemares , que coordina la Fundación Biodiversidad del Ministerio para la Transición Ecológica. Cuando el pasado viernes, tras un año de cuidados , las devolvieron a su playa de origen, su caparazón medía 25 centímetros y pesaban 2 kilos: es el tamaño que en libertad hubieran tardado cuatro años en alcanzar. No será tan fácil zampárselas. Adaptadas a lugares como el golfo de México, Cabo Verde o el Mediterráneo oriental, hasta hace dos décadas el litoral español era demasiado frío para la tortuga boba ('Caretta caretta'). No anidaban aquí. Pero el calentamiento global ha cambiado la situación. La temperatura de la arena durante la incubación determina el sexo de cada ejemplar y hoy sus lugares tradicionales de cría producen demasiadas hembras de esta especie catalogada como «vulnerable» a nivel internacional. «En las últimas décadas, se están generando un 90% hembras. Esta desviación a medio y largo plazo no es sostenible», cuenta José Luis Crespo, veterinario del área de conservación de la Fundación Oceanogràfic, que participa en el proyecto. Pero en España no ocurre así. El Levante, al ser más fresco en comparación, se ha convertido en un 'productor' de machos para la especie. «Estamos produciendo un 70% de machos. Es la única zona del mundo en la que está ocurriendo eso», cuenta. Es «evolución en acción» , define Tomás. En especial porque esta especie normalmente vuelve a su playa de nacimiento a desovar y ahora está rompiendo con este comportamiento, explica el profesor de la Universidad de Valencia y coordinador del protocolo de nidificación de tortuga marina que se activa al llamar al 112. Solo el año pasado contó 29 nidos repartidos por el litoral español, mientras que este 2024 han sido 13. Cada uno puede albergar de 60 a 130 huevos, de los que suelen eclosionar el 75%. El protocolo dicta que la mayoría se mantengan en la playa. «Se deja que salgan al mar para respetar los procesos naturales», dice Tomás. Pero hay un 20-25% de los huevos, más 6 o 7 ejemplares nacidos en la playa que acaban en las instalaciones del Oceanogràfic. Es en los ocho tanques del 'Arca del Mar' donde se desarrolla parte del programa de cría en cautividad. El año pasado llegaron 80 neonatos procedentes de Comunidad Valenciana, Cataluña, Baleares y Murcia, que han logrado en un año (o menos) el tamaño que normalmente alcanzarían en cuatro. «A un humano, si le doy más comida y le pongo más calentito no se hace más alto, pero los reptiles sí que tienen esa plasticidad», cuenta Crespo. La receta del éxito es mantener el agua limpia, a 24-25 grados, darles asistencia veterinaria y una buena alimentación diaria que empieza en el 4% de su peso y acaba en el 10%. Los primeros menús son una papilla flotante de pescado y cefalópodos, y después evoluciona a trozos de sus futuras presas. «Si tienen todas esas necesidades cubiertas, los animales crecen exponencialmente », explica el veterinario. Antes de volver al mar, las tortugas son entrenadas en un lago exterior de 600.000 litros para que « musculen », se las hace convivir con aves e invertebrados para que «socialicen» y se les ofrece presas vivas, como medusas, para que aprendan a alimentarse solas. Solo después estarán listas. «El mar es muy duro», avisa Crespo. Todavía no tienen datos sobre cuánto mejora la tasa de supervivencia todo este entrenamiento, pero están en ello. Las tortugas Cisneros y Quiteria soltadas en Almazora llevan un geolocalizador, y no son las únicas. En los últimos años se han marcado 50 ejemplares con un año. La idea es desentrañar no sólo si sobreviven, sino qué hacen durante los «años perdidos», las primeras etapas de vida en las que no está claro a dónde van o qué hacen. Este marcaje «nos dice cosas que antes no sabíamos», reconoce Eduardo Belda, de la Politécnica de Valencia. Él hace el seguimiento por GPS no solo a los neonatos, sino también a hembras reproductoras. Así ha descubierto viajes increíbles. El año pasado, por ejemplo, una tortuga fue Mallorca, después a El Saler (Valencia) y después a Mojácar (Almería) a poner huevos. «Nunca la literatura nos había dicho que una tortuga se fuera a hacer nidos a 500 kilómetros de distancia», asegura. Y aunque los científicos han llegado a detectar viajes hasta Turquía, lo que no hacen las tortugas nacidas aquí es salir al Atlántico , a pesar de que a veces sus padres sí tienen esta procedencia. «En España estamos en pleno proceso de colonización», sentencia Tomás.