Pedro Simón: «Creo que no tenemos un problema con el trato a la gente mayor, lo tenemos con la gente joven»
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Aunque él no lo haya pretendido, Pedro Simón (Madrid, 1971) ha escrito otra obra que se asemeja a un libro de autoayuda. 'Los siguientes' (Espasa, 2024) es la tercera novela de una trilogía, después de 'Los ingratos' y 'Los incomprendidos' , que hace a los lectores pararse a reflexionar con una mirada retrospectiva de lo bueno y lo malo que cada uno ha hecho o hace en su vida. En su libro, que será presentado este domingo, a las 12.00 horas en la Feria del Libro de Toledo , el escritor y periodista narra la historia que hay detrás de las decisiones de tres hermanos cuando se tienen que hacer cargo del cuidado de su padre, un octogenario viudo. El paso del tiempo, la muerte, la paternidad, el amor y otros temas universales de la humanidad sirven al autor para desentrañar los secretos que esconde esa familia, pero que puede ser la tuya o cualquier otra. -En los últimos años se habla mucho de los libros de autoayuda. ¿Puede cumplir su novela, en parte, esa función? -Esa no es mi intención, pero lo que sí creo es que los libros nos ayudan, son como un respiradero. Nos ponen en los zapatos del otro para entenderlo. A mí, los libros que más me interesan son esos que te dicen que no estás solo, que no eres tan raro. Tanto cuando escribo como cuando leo, me interesa que los libros digan eso, que me hagan creer en lo extraordinario que hay dentro de lo aparentemente ordinario. Todos tenemos una historia que contar; todos podríamos ser protagonistas de una novela y todos tenemos una parte de nuestras vidas que nos quita el sueño, y casi siempre está relacionado con alguna herida o con alguna cicatriz. Este libro habla de eso, del paso del tiempo y del acercamiento inexorable de la vejez y, por tanto, de la muerte. Y lo hace contando la historia de tres hijos que se preguntan qué hacemos con papá ahora, en un momento en el que padre empieza a ser como un niño. -En los agradecimientos finales, dice que no habría podido escribir esta novela si no hubiese sido por mucha gente que compartió con usted sus heridas más íntimas. Pero, y usted, ¿qué ha compartido consigo mismo para plasmarlo en palabras? -Bueno, el proceso de escritura siempre es un ejercicio un poco descarnado de sinceridad. Lo malo es que no haces otra cosa; no vives, sólo escribes. Da igual que estés delante del ordenador o no, tú estás con la novela en la cabeza todo el día. Es un ejercicio obsesivo que tiene que ver con solemnizar el yo porque siempre escribes desde tu mochila. En mi caso, este libro tiene que ver conmigo, ya que tengo cincuenta y pico años, como los personajes de la novela, y tengo un padre octogenario, que aún tiene a su mujer, que es mi madre, y de momento todo está bien. Pero ya la fragilidad es de escarcha, cualquier cosa te lleva a la siguiente pantalla de la Play, lo cual da cierto vértigo. Todo ello supone un proceso de evisceración de tu propia persona. Aunque de los tres libros de mi trilogía es el que menos se parece a mí, pero también hay mucho mío en 'Los siguientes'. Yo soy uno de ellos, como mucha de la gente de mi edad, y siento ese frío porque el paso del tiempo lo llevo regular. -La novela tiene muchas aristas, pero hay una frase usada por la hija (Carmen) y por el padre (Antonio) que define a la perfección la llegada a la vejez, que es el leitmotiv de 'Los siguientes: «Sabes que está llegando el final cuando tu hija te limpia el culo». Según usted, ¿es ese el principal rito de paso para saber que nuestros padres envejecen o que nos hacemos viejos, según se mire? -Esa es simplemente una imagen de la novela. Te das cuenta de que te estás haciendo mayor cuando todo el mundo te dice que repites las cosas y las has contado mil veces, cuando percibes que se está acabando el tiempo de descuento. De hecho, Antonio, en un momento, dice que él siempre se quiso morir antes de que sus hijos lo desearan. Es entonces cuando te das cuenta de que eres como un estorbo, una especie de jarrón que no tiene un sitio muy claro donde ser colocado. -Antonio dice al final de la novela que, cuando te vas haciendo mayor, piensas que cuando seas viejo te irás a una residencia, «pero a una residencia nunca vas, a esa cueva de viejos te llevan», tal y como él la llama. La pandemia del coronavirus nos hizo ver esos lugares con otros ojos. Mirando las cosas con perspectiva, ¿qué podemos hacer como sociedad para mejorar lo que hicimos mal y hacer propósito de enmienda por cómo tratamos entonces, y aún lo hacemos hoy, a nuestros mayores, a los que usted llama la generación PNM (Por No Molestar)? -El libro no es un manual de instrucciones. Cada uno hace con sus padres lo que buenamente puede. Hay muchas formas de actuar y todas están bien, tanto si decides tenerlo en casa como llevarlo a una residencia, o incluso pasar de ellos si en algún momento te hicieron mucho daño. En cualquier caso, la sociedad viene abrochada por el trato a nuestros mayores, aunque haya cosas mejorables, pero yo no veo ninguna carga reprobatoria en este sentido. Veo peor lo que sucede con la juventud y cómo tratamos a nuestros jóvenes, a los que condenamos a trabajos precarios, les insultamos diciendo que son 'ninis', que ni estudian ni trabajan, da igual lo formados que estén para pagarles unos salarios de mierda, que no puedan pagar una vivienda porque los precios están por las nubes, … Sin embargo, a los mayores, que son diez millones de votantes, les revalorizan las pensiones, los viajes, las medicinas, las entradas a los museos, al teatro y al cine les salen prácticamente gratuitas. Todo ello, a pesar de que la pandemia fue atroz para ellos y que la gestión de las residencias fue muy deficiente. Pero, en definitiva, yo creo que no hay un problema con el trato a la gente mayor, lo hay con el trato a la gente joven. -Lo que sí refleja en su novela es que el gran peso del cuidado de los padres y de la familia sigue recayendo en las mujeres, ya sean madres o hijas, que además son las que generalmente cargan con la «culpa femenina» (como le dice a Carmen su amiga Sonia). ¿Nos queda mucho por cambiar en este sentido? -Nos creemos muy modernos como país, pero nueve de cada diez cuidadores siguen siendo mujeres. Por eso, cuando se dice que se habla demasiado de la igualdad, conviene tener en cuenta este tipo de datos para darse cuenta de lo mucho que queda por hacer. Y la culpa es un sentimiento que sigue presente porque hemos crecido con la moral cristiana. La sentimos por cómo hemos educado a nuestros hijos y la hemos trasladado también al cuidado de los padres de algún modo. Algo que le afecta siempre más a la mujer, algo que se refleja en Carmen, la hija que se siente culpable por si su padre no se toma las medicinas, estando incluso en casa de su hermano, o cuando lo llevan a la residencia. -Aunque a Antonio y a su hijo Gabriel les separa una sima muy profunda por un hecho trágico en sus vidas, hay un momento, de los pocos que hablan entre sí, en el que están de acuerdo en una cosa: «Lo mucho que mienten los periodistas» o en otro momento se dice que «para eso sirve la prensa, para que tu padre se siente encima de un periódico en un banco». Usted, que es del gremio, ¿tan mala fama tenemos últimamente los profesionales de este sector? ¿Por qué? -Hubo un problema con la última crisis económica, que terminó de fastidiar el tinglado, ya que el poder económico embridó al poder político y éste, a su vez, al 'cuarto poder'. Aunque también parte del negocio se empezó a joder cuando cambiamos lectores por clientes, que van con una pistola en la sobaquera, como aquel que dice, y son capaces de 'fusilar', echar o cambiar de sitio a un periodista porque no les gusta lo que escribe o porque ellos pagan y amenazan con dar de baja su suscripción. Sin embargo, la gente no le dice a un cirujano cómo tiene que operar o a un panadero qué harina tiene que utilizar para hacer el pan, pero a los periodistas sí que todo el mundo les dice cómo deben hacer su trabajo. El sector se deja llevar por el miedo, que va asociado a los bajos salarios de muchos trabajadores del gremio ahora, pues un periodista mal pagado tiene temor a perder su empleo, lo que va en detrimento de la profesión. Por eso soy pesimista, ya que, de la mano del descrédito del político, va casi siempre un periodista. Y al final no estamos en lo importante, que es contar historias y tender puentes, sino en derribarlos y en etiquetar, por lo que nuestro trabajo cada vez le interesa a menos gente. Muchos acuden a nosotros sólo para refrendar sus propios prejuicios, con una prensa y unos medios de comunicación tan polarizados como nunca jamás han estado. -Llama la atención en la novela que los dos que tienen más cosas que contar son los que menos capacidad de habla tienen o que callan a propósito, y cuando hablan lo hacen al final. Resulta paradójico, pero aunque Antonio dejara de creer en dios (en minúscula, como él decía) hace su propio juicio final antes de morirse. ¿Por qué? -No lo sé, habría que preguntárselo a Antonio. Supongo que al final todos tenemos la necesidad de hacer una especie de inventario antes de morirnos de lo bueno y de lo malo. Lo que sí sería bueno es tomar conciencia de mostrar los afectos a tiempo, pero también de la heroicidad que hay en callarse algunas cosas porque muchos, dentro del ámbito familiar, se callan cosas que, si las contara, la tribu sufriría y quedaría hecha añicos. Una grandeza y una generosidad enorme de un héroe anónimo y secundario que descubrimos en la novela, pero de los que hay repartidos muchos por el mundo. -Nadie sabe cuándo va a morir y llena ese momento de eufemismos, pero las últimas frases que escribe Antonio suenan a testamento vital y a moraleja filosófica para sus hijos. Aunque sus lectores esperamos que la suya sea tardía, ¿hace suyas esas reflexiones de cara al futuro? -Sí, al final lo único que te queda es la pasión de los hijos y los que los tenemos sabemos que es así. Quizá, ser padre o madre es lo más trascendente que va a hacer un ser humano en el sentido literal, ya que tú te mueres, pero ellos trascienden. Y detrás está la historia y la ejemplaridad de un conductor de autobús y de una ama de casa anónima, pero que puede ser la misma de una cajera de supermercado, de un auxiliar de enfermería o de un panadero que amasa pan, cuya trascendencia puede llegar a ser mayor que la del que gana un grand slam de tenis o un mundial de fútbol. -Ya por último, ¿qué significado tiene para usted la canción 'Amor de hombre', de Mocedades, que tanto aparece en la novela? -No sabría decirte, pero es una canción que me emociona al escucharla. Al final, los libros tienen una banda sonora que, muchas veces, no está inventariada ni aparece reflejada en el papel, pero sí que da pie a que suene según vamos pasando las páginas. De hecho, habrá algún momento en el que los libros se abran y sonarán en un párrafo porque el autor relaciona una idea con una música concreta al lado. En el caso de 'Amor de hombre', es una canción que me gusta el ritmo que tiene, con una música decimonónica, clásica, vetusta, pero con unos requiebros que hablan del alma y de las cosas importantes para mí, como es el amor no correspondido, que creo que está reflejado en mi novela.