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'Le Congrès ne marche pas': Viena era una fiesta

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El Centro Dramático Nacional vuelve a programar una obra que plantea un dilema ideológico: ¿estamos, como quería Gramsci, en ese intervalo en que la vieja política no nos sirve y la nueva está por llegar? De la mano de La Calórica nos situamos en los felices días de la Viena de 1814, con el fantasma de Napoleón recluido en la isla de Elba, pero con los procesos revolucionarios llamando a las puertas de los países de Europa. Metternich, el primer ministro austríaco, convoca a los países vencedores en la guerra para intentar detener ese reguero de pólvora del anhelo democrático antes de que estalle en todo el continente. Es lo que motiva la Conferencia Internacional de Viena , en la que Rusia, Austria, Prusia, Gran Bretaña y, de alguna manera, una comparsa llamada España intentan repartirse el mundo y hacer pervivir las viejas ideas absolutistas como forma de gobierno global . Pero la Cumbre se convierte en una fiesta interminable, en una apoteosis de la amnesia histórica. Al ritmo de esa nueva forma de baile llamada vals, el alcohol corre, los banquetes se disparan, las ambiciones campan a sus anchas, y los egos, más revueltos que nunca, no dan tregua. ' Le Congrès ne marche pa s' es por ello un vodevil, una farsa y un esperpento. Su humor, aparentemente amable, no deja de señalar una putrefacción y una ceguera, la que ya asediaba las puertas de los palacios. La obra se sostiene en una voz en off que abusa del relato histórico, que simplifica por ello el conflicto de todos estos personajes, unos personajes que llevan encima la tragedia de estar detenidos en un pasado al que nunca debieron volver la vista, como la mujer de Lot, y que se convertirán en víctimas de un reto histórico que se los irá llevando por delante a lo largo de un siglo y cambiará el mundo. La Calórica plantea todo esto con una sonrisa en los labios pero sin poner el dedo sobre la llaga desde un planteamiento teatral más fuerte. Al final el quiebro temporal en el que aparece Margaret Thatcher y su liberalismo no acaba de estar argumentalmente definido, aunque intente cerrar el círculo de la dialéctica en la que se debate la sociedad de hoy. Una obra, por tanto, que no se convierte en algo grande, en un texto poderoso, pero que intenta agradar al público y concienciarlo y que tal vez su lenguaje dramático hace bueno aquello que señaló Frank Zappa : hacer de la política el departamento 'Espectáculos' de la industria.