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«Si hay que criticar, critiquemos el comportamiento, no a la persona»

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Acaba de empezar el cole y seguro que en muchas aulas ya se han encargado los escolares de reconocer a alguno de sus compañeros más allá de por su nombre propio. La llorona, el malo, el listo, la tacaña, la cursi... Parece inevitable que entre ellos se conozcan por este tipo de etiquetas, pero, ¿ qué supone para los niños estar encasillados de esta manera? Lucía Serrano , autora de 'Fuera etiquetas' explica que las personas no somos ni una, ni dos, ni tres palabras. « Somos muchas palabras a la vez . Por eso, que a un niño le pongan una etiqueta supone un malestar grande, que en numerosas ocasiones no saben explicar. Cuando la palabra que se les dedica es claramente ofensiva, sí lo identifican y, según su grado de madurez pueden hasta defenderse de alguna manera. Pero a menudo las etiquetas son más sutiles, y ahí es muy difícil que pongan límite a lo que les está haciendo daño». ¿Se trata de una actitud innata o los niños copian a los mayores a la hora de poner etiquetas? ¿Son los adultos responsables de esta forma de actuar? Los primeros responsables son los adultos. Cuando los niños son pequeños, el mundo que les rodea es su normalidad. Lo observan, lo nombran, lo describen, y dan a entender aquello con lo que no están de acuerdo, claro que sí. Pero creo que la etiqueta se aprende en casa. Con las personas que son sus mayores referentes: su familia. Más adelante las pueden copiar de sus iguales, en la escuela, o de otras personas adultas. Pero lo de normalizarlas viene de casa. ¿Cómo evitar calificar a una persona con una sola de sus características? Para las personas adultas es una labor de reaprendizaje importante. Porque si de pequeñas nos han puesto etiquetas y hemos vivido rodeadas de ellas es difícil identificarlas. Hay que frenar. Observar. Si no lo hacemos nos perdemos mucha información de lo que está pasando, y sólo vemos esa etiqueta que borra a la persona, y nos da una explicación que nos deja tranquilos, pero que es totalmente sesgada. Y algo muy sencillo, pero que hay que repetir mucho para que se convierta en costumbre: Si hay que criticar, criticamos el comportamiento. No a la persona. Y si la etiqueta es buena, ¿también hay que evitarla? No hay etiquetas buenas. Cuando resumimos a una persona en unas pocas características, estamos dejando de verla por completo. El efecto de las etiquetas que parecen positivas, como «responsable», «tranquila», «encantadora», es un poco más perverso. Lo positivo suele ser lo que se ajusta a la norma. Y si un niño, crece con el mandato de ser esa etiqueta positiva y alguna vez falla (que pasará, nadie lo hace todo bien siempre), le ocasionará mucho sufrimiento. Es más difícil detectar este tipo de etiquetas. Pero conviene ir analizando el lenguaje también en este aspecto. ¿Actúan convenientemente padres y docentes para que los niños aprendan a no etiquetar? ¿Cómo conseguirlo? Cada vez hay mas conciencia sobre este tema. Y vamos con más cuidado. Hay expresiones que se usaban hasta hace bien poco que hoy en día son inaceptables. Aún así, es fácil caer en etiquetar a niñas y niños porque lo hemos vivido con normalidad en nosotras mismas cuando éramos pequeñas. Ser conscientes de que podemos equivocarnos está bien. Y sobre todo: Si nos damos cuenta de que nos hemos equivocado, podemos verbalizarlo con ellos. Hablar y reflexionar juntos les ayudará mucho para no normalizar las etiquetas y para no repetir patrones. ¿De qué manera condiciona a los niños en su desarrollo a la adultez ser etiquetados? En nuestra infancia somos esponjas. Todo lo absorbemos, se nos queda grabado. Y sobre todo, si algo nos lo dicen nuestras personas de referencia, se convierte en una verdad absoluta. Las etiquetas se convierten en creencias sobre uno mismo. Y puedes llegar al convencimiento de que «eres así». Reescribir como te ves puede llevar mucho tiempo de terapia. Y sufrimiento, cuando te incapacita para vivir la vida como querrías hacerlo. ¿Cómo leer 'Fuera etiquetas' con los niños? ¿A partir de qué edad es conveniente hablar de este asunto con ellos? Hablo como madre y como autora, no como especialista. Pero en mi experiencia, a partir de los cuatro años ya pueden ir entendiendo, si no todo el libro, si muchas partes. Este libro se puede leer a trozos, seguido, del derecho o del revés. Es una herramienta para verbalizar algo que a veces nos cuesta explicar. Se ha de contar con toda la atención puesta en el peque. Respondiendo sus preguntas, viendo sus reacciones, y deteniéndose a charlar en cualquier momento. Los libros son sólo herramientas, al final quienes creamos ese momento de confianza para que surjan las conversaciones somos quienes los contamos. Y ahí empieza lo interesante.