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'Sidonie en Japón': el reto de decir adiós entre flores de cerezo

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Sería pecado no contemplar el delicado encuentro entre el duelo y la belleza sin los ojos de Élise Girard , renombrada figura del cine francés que hoy nos transporta al país del sol naciente , donde las fronteras con el más allá no existen. Aunque pocas son las veces que nos sumergimos en terrenos rebosantes de silencio y penuria protagonizados por templos rojos y flores de cerezo, con 'Sidonie en Japón' tenemos la oportunidad de admirarlos en primer plano al relatarnos la transformación de una mujer rota por la pérdida. Todo duelo comporta sufrimiento y, para poder comprenderlo, Isabelle Huppert lo respira por nosotros con absoluta frivolidad bajo la piel de Sidonie, una viuda que teje su propia superación entre sollozos mientras nos susurra al oído que, en ocasiones, para renacer primero hay que perderse. En este caso, en un exótico Japón que se concebía en primera instancia como un puente profesional para promocionar su novela junto a su editor, pero que acabó convirtiéndose en «la ciudad de los fantasmas», donde conseguirá despedirse del recuerdo de su amado en forma de espectro. Tal es la agonía ingerida por Sidonie que parece incluso más desvitalizada que el fantasma atemporal de Antonie, lleno siempre de color y de luz, cuya misión es empujala metafórica y literalmente a los brazos de otro hombre. En este caso, de un Kenzo Mizoguchi interpretado por Tsuyoshi Ihara dispuesto a ayudarla a descubrir un lugar remoto alejado de los sinsabores cotidianos que ella no conoce excepto de oídas, pero también un hueco para alguien más en su corazón. Un drama romántico, sobrenatural y conmovedor que, en palabras de la directora, «hacen del luto y del gusto por la vida una confrontación entre dos mundos de la que existe una vía de escape, donde Sidonie aprende a decir adiós entre flores de cerezo ». Entre planos de riachuelos cristalinos –en los que el agua corre como el tiempo– y silencios elocuentes, el paisaje agarra bien fuerte la mano de la protagonista acompañándole en su luto. Girard no se limita a mostrar la 'sublime' e imponente belleza del país, sino que lo convierte en el espejo de las emociones de la viuda: « Sidonie sufre una transformación al compás paisaje : Aterriza en un Japón clásico y tradicional repleto de templos ancestrales hasta llegar a un Japón más moderno de luces distópicas que evoluciona conforme se va desnudando ante los ojos de Kenzo. A cada paso, distintos planos de ramas de sakura abrazan la transición de cada escena. Un símbolo de puro renacimiento entre el bullicio moderno y la tradición milenaria», afirma. Desde sus primeras películas como ' Belleville-Tokyo ' en 2010, la francesa ha experimentado una notable evolución. Inicialmente, sus historias eran profundamente autobiográficas, reflejando su propia vida y emociones. Sin embargo, con el paso del tiempo, ha ido adentrándose en el terreno de la ficción, lo que le ha permitido explorar temáticas universales y abordar una prosa más elegante con gran deleite visual, incluso en los momentos más oscuros donde el dolor consigue fundirse con la belleza . Como gran amante de la cultura japonesa, la influencia que ejercen Mikio Naruse y Yasujirō Ozu en la cineasta hace de 'Sidonie en Japón' una travesía que nos ayuda a dejar que los difuntos mueran y, sobre todo, tener de su recuerdo un motivo inquebrantable para afrontar nuestras propias vidas .