ru24.pro
Abc.es
Сентябрь
2024

Lavapiés, el 'West End' de los teatros madrileños

0
Abc.es 
Lavapiés, en lo teatral, hunde sus raíces difusas en el Siglo de Oro . Guarda remembranzas de tiempos idos y luce hoy como un barrio sometido a varios estratos: la inmigración, el turismo legal, el turismo ilegal y el consentido, y los aprendices de actores que quieren hacer allí su historia hacia el éxito. Que Lavapiés sea zona de teatro preeminente en la memoria más corta, la que principia en «los años 80», es una verdad. Y va consolidándose, con sus particularidades, como 'el West End' de Londres a la forma española. Al calor del teatro Olimpia (hoy teatro Valle-Inclán, segunda sede del Centro Dramático Nacional después de diversos usos para el ocio del madrileño y tribuna predilecta de Enrique Tierno Galván), se adhirieron diversas salas, teatros menores y escuelas varias de dramaturgia. No existía, o al menos no existía tácitamente, en el espíritu de la zona, el hacer y crear un barrio volcado al teatro; pero la Historia, aquí con mayúsculas, impuso su espíritu haciendo que Lavapiés, una vez abierto el teatro Olimpia, fuera un centro moral donde la dramaturgia se iba expandiendo por ciencia infusa. Lavapiés, como concepto, es parte de la biografía de Viviana López Doynel, argentina, que en el presente regenta la sala El Umbral de la Primavera. Doynel guarda una historia de resistencia a la dictadura militar de su patria y a la del dinero, aunque su optimismo cruza y vence océanos y dificultades. Se queja de que en las cercanías del teatro Olimpia, el elemento que aglutina el Lavapiés teatral, no «haya una placa que lo recuerde» como lo que fue; el punto aglutinador del teatro más de ensayo, más artesanal de Madrid.   Su memoria, ya desde Madrid, es la de un padre y un hermano exiliados en España; y su trayectoria, la de «querer hacer teatro desde los 20 años» en una vocación que se convirtió en un modo de vida cuando entró en el Teatro de la Danza que fundaran Antonio Llopis y Luis Olmos. Su local tiene algo de patio cordobés y una sala donde todas las comodidades son posibles. Ella cuenta una de las claves del porqué Lavapiés es el epicentro del teatro más artesanal y con menos neones: vuelve a la razón, la presencia «del Olimpia». Y lo personaliza: en un viaje en el año 94 a su país entendió, con todas las dificultades, el éxito de hacer algo, un «espacio propio». En su memoria está el día de la apertura de El Umbral de la Primavera, un 23 de marzo de 2014, con la propia primavera triunfando en Madrid. Antes, en la memoria amarga del tango de su vivir, «la crisis del corralito» y una idea que tomaba fuerza: «El teatro va a existir aunque haya mucha hambre y nos muramos». La pandemia sí le influyó, que el virus chino le llegó de lleno cuando empezaban a «consolidarse como sala en 2020» después de que en seis años antes abrieran con todas las ilusiones del mundo. Aunque en esto, también está la desazón agridulce del después del confinamiento: ver que «gente muy activa» se quedaba fuera del circuito pero, también, que el gremio, y lo recuerda como «hermoso», hizo «lo imposible por adaptarse». Un extremo al que, incide, no llegaron las instituciones, que «no han estado a la altura». En su memorial sonriente siempre quedará esa «gente que en plena pandemia apoyó la programación». No hay guerra de cifras porque el negocio fluctúa, y por eso no hay rostros de decepción y sí de orgullo por un proyecto común, que se ha «intentado organizar en varias ocasiones». Pero en el imaginario de los protagonistas de este reportaje hay algo en común; todos coinciden, número arriba o número abajo, en enumerar quince locales destinados al arte dramático en el barrio. Un listado que citan casi en una letanía: «El Umbral de la Primavera, el teatro Valle-Inclán, el Teatro del Barrio, la sala Mirador, el Pavón, el Price, La Escalera de Jacob, La Cuarta Pared, el teatro Karpas, La Grada, La Encina, el Nuevo Apolo, el Plot Point, el Espacio Teatro y Crecimiento...», e incluso, «las Naves del Matadero» en un relativo más allá. El Ayuntamiento de Madrid, por su parte, cifra, en una guía turística aún disponible en internet, en 70 las salas que teóricamente operan en Lavapiés. Una cifra que engloba aquellos garitos que, en 2014, juntos a teatros consolidados y salas, ofrecían algo al público: de la magia a los monólogos más ácidos. La Sala Mirador, establecida en 1993, es la evolución de la Escuela de Interpretación Cristina Rota, que surge en el 79. Un patio vecinal interior da paso y conduce, muy urbanamente, a los diferentes espacios escénicos. Nur Levi, su directora adjunta, sí ve a Lavapiés como un 'West End' a la manera castiza. Quizá porque, desde que aterrizaron en 1993, el barrio se ha convertido en un «centro neurálgico multicultural», a razón de su carácter «multicultural y rico». En torno al respetable, esa obsesión tan lorquiana, aseguran que tienen la «suerte de tener un público que responde bien a la oferta de programación de la casa». Pese a que el cliente sepa que Lavapiés es territorio del arte dramático, reconocen que «Madrid es una capital difícil en cuanto a la cartelera, debido a la cantidad de espectáculos que se ofrecen diariamente». La referencia silente al Broadway de la Gran Vía es meridiana. Levi hace hincapié en una sinergia inevitable; la cantidad de espacios y de «galerías de arte o librerías» enriquecen la zona en forma similar a lo que sucede en lo pictórico en el llamado triángulo del arte a la sombra del Reina Sofía. Lamenta, eso sí, el problema habitacional de Lavapiés, que, entre otros dramas, expulsa a ciudadanos que confirman y confirmaban la «identidad del barrio». No obstante, siguen en el empeño; que el madrileño tiene «hambre de cultura». Y ese hambre se sacia, arguye, haciendo del teatro un elemento «lo más accesible y cercano posible». También pone el foco en otra de las razones derivada de la concentración del gremio en un mismo barrio: van «viendo y buscando espectáculos y proyectos afines a la línea de la casa». Entre estos emprendedores de la dramaturgia está el recuerdo 'incendiario' del teatro Barbieri; cada cual con su interpretación. Y, un día de septiembre de muchos años después, una ventana da lugar a un ensayo teatral. Es el espacio Teatro y Crecimiento, de Adolfo del Río y Déborah Izaguirre. Allí, alguien memoriza una revisión 'sui generis' de Gustavo Adolfo Bécquer, se enorgullece de su política de «puertas abiertas». De dar cabida a «gente con discapacidad». De los quince locales fijos anteriormente citados que se mantienen en el 'Parnaso de Lavapiés' , sobresale el Teatro del Barrio, nato en diciembre 2013 y ubicado en el número 20 de la calle de Zurita porque sí, porque la ubicación en el barrio en concreto «tenía todo el sentido». Ana Belén Santiago, directora artística, reivindica la situación por la pertinencia al estar principalmente volcados al «teatro político», y de ahí la razón del domicilio social. En la pandemia, convirtieron el escenario en un dispensario de comida. «Era importante dejar de pensar en el escenario y pasar a la acción». En estos casi once años, han pasado por allí «Angélica Lidell o Pepe Viyuela». Y es que en Lavapiés hay un «algo arquitectónico que lo permite». Para la actriz sevillana Ana Ruiz, una asidua de las tablas madrileñas, si «Lavapiés no es sinónimo de tranquilidad y de barrio apacible, sí que huele a teatro de sala, de Centro Dramático Nacional, de Mirador y de Primavera». Cara y cruz de un barrio teatral que se reinventa día a día.