Vistas
0
La ciudad refresca cuando más ha ardido. Las nubes le dan un no sé qué de estampa heroica , por donde, en lugar de querubines y ángeles del cielo, se asiste a un espectáculo de brillos que van decayendo, de torres conquistadas que fueron inalcanzables y no fueron tan altas cuando les cae un siglo encima. Relaja el Madrid desde las alturas, naturales o artificiales. La ciudad, a la distancia, invita a perderse en ella, pero quizás, mejor, otro día, cuando los compromisos permitan hacerse uno con estas postales de la mente. Yo voy cuando puedo coleccionando esos miradores, que enfocan el teatro de los días con las bocinas, los acelerones, los navajazos en sordina. Desde el alto de Garabitas... Ver Más