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Июнь
2024

Juan Ortega, ¿el mal menor de la fiesta de los toros?

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Un rejoneador en la rampa de salida, un torero tremendista –otrora taquillero– y un sustituto convenido como el mal menor en una temporada de escasos nombres propios que sigue marcada por la mesurada Feria de San Isidro y la imborrable huella de Morante de la Puebla , de aquellas tres campañas para la historia. Que ya son historia, y que este viernes era otra. En un formato extraño, con un forzado encuentro del que únicamente subyace el interesante momento de Juan Ortega : un torero que apenas da ruido a los prebostes –alguna corrida muy de vez en cuando–, que no aburre a los tendidos y que no motiva las indeseadas devoluciones en la taquilla. Por lo tanto, estamos ante el reemplazo natural de Morante y el sustituto predilecto para empresarios, figuras y aficionados . De hecho, algunos respiramos aliviados tras escuchar su nombre; como ayer, cuando se conoció que también irá por Morante a Estepona, con Roca Rey y Castella. La magnitud del Coso de las Palomas la convierte históricamente en una plaza tremendamente difícil de llenar . Circunstancia tan manifiesta como la pérdida de efervescencia del efecto Roca, a cuyo preocupante estancamiento artístico –ahora daremos cuenta de esas tres orejas– se le suma una evidente pérdida de ilusión . Y por lo tanto, de ambición. Apartados a un lado sus explosivos cambiados por la espalda y circulares , también por la espalda, sólo la renta de aquellas revulsivas temporadas pasadas –tan distantes de su estado actual– justifican la predisposición de los públicos, aún más triunfalistas que el concepto del propio torero. No cabe duda de que merece, y necesita, un descanso urgente . Un parón hasta recuperar la ilusión, el motor y la fluidez. A estas alturas ni un encontronazo con Daniel Luque serviría, algo ya tardío y descafeinado. Había arrancado la tarde con una terna política que también quería su cuota de protagonismo, compartiendo ruedo con los toreros para entregar una placa que seguro guardará con especial cariño Pablo Hermoso de Mendoza , al que podrían haber reconocido en el Consistorio o en el patio de cuadrillas sin molestar a las seis mil –o siete mil– personas que había en la plaza. ¿Cuántas eran? Seguramente de eso hablaban el empresario Carmelo García y el apoderado Roberto Domínguez en una prolongada conversación durante la pausa de la merienda en la que no parecían estar contándose chistes. Los dos solos, de tú a tú. A unos metros de donde una hora antes cayó trastabillado Regaliz , el caballo de Hermoso de Mendoza que quedó a merced del primero de Fermín Bohóquez, que saldó aquella oportunidad con medio pitón bañado en sangre. Un momento estremecedor que condicionó toda la faena. Ya más recompuesto se explayó el navarro ante el cuarto, al que cortó las dos orejas. Poco atractivo fue Gavilano, con sus astigordos pitones renegridos, que empezó apoyándose sobre las manos y terminó soltando la cara arriba. Traía Ortega una predisposición especial , como en sus inventadas chicuelinas o el garboso inicio genuflexo, apasionado entre los azotes de este descompuesto primero –segundo del orden de lidia– de Núñez del Cuvillo . Que fue buscando las tablas entre derrotes y ausencia de fijeza. Aún más descompuesto fue por el pitón izquierdo, sin descolgar y entre saltos. Blanquito de nombre y colorado de pelo fue el quinto , un toro más fino y despegado del albero. Que en cuanto se enceló en el capote –tardó varias vueltas al ruedo en hacerlo– hizo cosas feas, vencido hacia los adentros y revolviéndose en los vuelos del capote, que como ahora trata Ortega de volarlo más con los brazos que con las muñecas se vio seriamente desbordado . Le duró un suspiro en la muleta, sin acoplarse entre saltos y gestos feos del animal. Pinchó a la huída antes de dejar un pinchazo hondo y buscar el descabello. Una tarde de silencio, sin triunfo, sin aburrir. Un mal menor . A muchos (nos) sorprendió la petición de indulto de Berlanguillo , un buen toro que mereció una ovación en su arrastre. Nada más. Se levantaban pequeños grupos repartidos por los tendidos de sombra como si fuese algo orquestado. « ¡No lo mateeees! », gritaban los alborotadores. Que en lugar de conseguir su propósito terminaron minando la moral del torero, que pinchó de un modo horrible antes de buscar los blandos. Fue durante aquellos momentos de agitación cuando, eso sí, llegó lo más toreros de la faena: unos ayudados por alto en los que Roca se acordó de acompañar con la cintura , tan tensa durante su ligerita labor. Había salido con franqueza e inercia este Berlanguillo, que tuvo un explosivo inicio en los medios entre cambiados de rodillas. Faltó un punto más de entrega, de humillación y de ritmo . Demasiado retrasado lo esperaba el torero, cuando ya era demasiado difícil templar su potente velocidad. Entre aquellos péndulos y los circulares finales pasaron varias tandas. Tandas de silencio, de poco peso. Pero pidieron el indulto, no sabría decirles debido a qué motivo. Con la euforia extendida, y pese a la poca decorosa rúbrica, le pidieron con fuerza una oreja. Como con fuerza le pidieron las dos de Juguetón , el greñudo sexto –también altote–, al que sí mató con decoro. Y contundencia. Una faena por el estilo de la anterior: vacía de todo.