Hasta pronto
EN septiembre de 2023, comenzamos a cabalgar en las páginas de Juventud Rebelde con esta sección. El primer artículo, Quereres, hacía referencia a aquellos valores irrenunciables desde las primeras edades. Lo simbolizamos en una mochila, que no está completa cuando los útiles escolares están dentro; sino que precisa de respeto, de compañerismo. Terminaba diciendo que Cuba nunca fue tierra de cobijar bribones. Que la medida del amor no sea el bolsillo. Sálvese la patria, salvémosla de semejantes quereres.
En estos dos años, hemos abordado numerosos temas culturales y sociales, hemos entrado en la historia y en el presente, en Varela y en Joel James, en la Cuba profunda y en las redes, en el cine, en las diversidades, en las artes plásticas, en las aguas primadas. Hemos intentado cronicar y dialogar en la medida de nuestras posibilidades, con el espíritu martiano de que «el pueblo más feliz es el que tenga mejor educados a sus hijos, en la instrucción del pensamiento, y en la dirección de los sentimientos».
Siempre fui lector de Juventud Rebelde y nunca pensé que al cabo del tiempo, otros me leyeran. Toda columna es un regalo y, sobre todo, un reto. Escribo desde Santiago de Cuba, pero mirando un país que he procurado tocar con mis manos. Agradezco la confianza depositada y a todas, a cada una de las personas que me he encontrado en cualquier punto del Archipiélago y que me han dado su opinión. Ha sido inusitado, ha sido hermoso.
No desensillamos, la cabalgadura es la vida y uno no se baja del rocín hasta que le toca. Este es solo un alto, una mudanza. Estaremos los viernes en el espacio La crónica, en este propio periódico, abordando asuntos que espero sigan interesando a los públicos; mientras se dará la bienvenida en este 2026 a nuestro amigo, el periodista, crítico y profesor Fernando Rodríguez Sosa, quien hace años realiza una encomiable labor en la promoción del libro, los autores y la lectura. Nadie como él en esa misión. Ahora con Páginas salvadas, Fernando nos traerá las letras del cubano nacido hace cien años en Birán, nuestro Fidel y de aquellos que han tocado su pensamiento.
En estos finales de 2025 me ha envuelto el cariño de los espirituanos, con el insigne radialista Carlo Figueroa al frente de los escritores y artistas del territorio. He podido entrar, de manos de la colega Lisandra Gómez y de su director, Juan Carlos Castellón, a la redacción del periódico Escambray, cuyo espíritu emprendedor y legado, su sacudimiento de tanta modorra, lo convierte en ejemplo paradigmático de los medios del país.
A Caibarién nos fuimos, al Premio Santamareare de la sección de Audiovisuales de la Uneac villaclareña, con un locutor de la talla de Samuel Urquía como bujía organizadora. Para homenajear a la inolvidable Caridad Martínez, para aprender de la experiencia de la profesora Ana Teresa Badía, para compartir con comunicadores y artistas, con gente que corre el horizonte, como Mayra Mazorra, Yolepsis González, Albertico Luberta, Alien Fernández, Ángel Luis Martínez, Adrián Quintero, Orieta Cordeiro, Denys Ramos, Katia García Álvarez, Maritza Jiménez. Todos en un haz.
A Caibarién, a la Villa Blanca de los Cangrejos, la ciudad de las velas, uno viene a dejar que el mar penetre, que sane tanto estrés. Y, por supuesto, a tomarse la foto imprescindible en la casa de Manolín Álvarez, desde donde se transmitieron en 1917, «las primeras señales de radio en Cuba», según reza la placa. Los que desde Radio Caibarién siguen su ejemplo, se han echado la emisora al hombro, sin renunciar, en medio de circunstancias francamente retadoras.
Hay historias que no se pueden olvidar, que no se pueden obviar.
No es mera relatoría, es admiración por la tenacidad, es tributo a la creación. Hay muchos sueños corporizados en esos nombres, hay muchos por venir. Ellos encienden la noche de tantos apagones. Y Cuba es, definitivamente, nuestra luz.
