Este bar de Córdoba tiene el flamenquín XXL más impresionante: «Comimos tres personas y sobró»
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Hay platos que forman parte del ADN gastronómico de Córdoba y que, por mucho que se repitan, nunca pierden vigencia. El flamenquín es uno de ellos. Presente en bares, tabernas y restaurantes de toda la provincia, suele aparecer en formato generoso, pero lo que se sirve en la Bodeguilla de Cañero va varios pasos más allá. Aquí, el flamenquín no es solo grande: es descomunal. Pedirlo supone asumir que no se trata de un plato individual ni de una ración convencional. Es una propuesta pensada para compartir, para colocarse en el centro de la mesa y para provocar comentarios desde que llega. Porque cuando el camarero lo deja sobre el plato, la reacción es casi inmediata. Sorpresa, risas y móviles preparados para subir la foto perfecta a redes sociales. La Bodeguilla de Cañero es uno de esos bares que no necesitan presentación entre los cordobeses. Un establecimiento de ambiente popular, con una clientela fiel que se mezcla con quienes llegan recomendados por el boca a boca, y donde la cocina se apoya en el recetario tradicional andaluz sin artificios innecesarios. Aquí el protagonismo lo tiene el producto, las elaboraciones reconocibles y las raciones pensadas para disfrutar sin prisas. La barra y el comedor funcionan como dos escenarios complementarios: uno más informal para el tapeo rápido y otro para sentarse con calma y afrontar platos de mayor envergadura. Antes de llegar al flamenquín XXL, la carta deja claro el estilo de la casa. Hay tapas y raciones clásicas, bien ejecutadas y sin estridencias: ensaladilla, croquetas, chacinas, quesos y platos que invitan a pedir varios y compartirlos. También aparecen carnes, frituras y algunas propuestas más contundentes que funcionan especialmente bien en grupos. Cuando llega el flamenquín XXL, cualquier duda desaparece. No es un nombre exagerado ni una estrategia de marketing: el tamaño impresiona de verdad. Largo, ancho y con un empanado uniforme y dorado, ocupa buena parte de la mesa y obliga a reorganizar platos y cubiertos. El corte revela un interior jugoso, con la carne bien trabajada y el jamón fundido en su punto justo. El rebozado, crujiente sin ser pesado, aguanta bien incluso cuando el plato avanza y la conversación se alarga. No pierde textura ni sabor, algo clave en raciones de este tamaño. La experiencia lo confirma rápido: «comimos tres personas y sobró». Y no como exageración, sino como constatación real. Tras varios cortes y repetidas rondas, el flamenquín sigue ahí, resistiendo, demostrando que está pensado para grupos y no para estómagos solitarios. Aunque el flamenquín XXL se ha convertido en su seña de identidad, la Bodeguilla de Cañero no vive solo de él. La propuesta funciona porque hay coherencia en toda la carta y porque el ambiente acompaña. Además, la carta de vinos y bebidas acompaña bien este tipo de platos, con opciones accesibles y referencias andaluzas que completan la experiencia sin robar protagonismo a la comida. Salir de la Bodeguilla de Cañero después de pedir su flamenquín XXL no es solo haber comido bien; es llevarse una anécdota. Es comentar el tamaño, recordar cuánto quedó en el plato y recomendarlo a otros con una sonrisa cómplice. Porque hay platos que no solo alimentan, sino que se convierten en toda una sensación.
