Teresa Ruiz Rosas: “Primero les cortaron las trenzas y al final les cortaron las trompas a las mismas mujeres”
La escritora arequipeña Teresa Ruiz Rosas acaba de publicar una nueva novela: Coreografía para trenzas solas (Tusquets). Esta es una novela monumental ambientada en las luchas por la independencia, la cual tiene como protagonistas a las rabonas, aquellas mujeres que acompañaban a las tropas y que fueron importantes en la dinámica de la guerra, pero olvidadas por la historia oficial. No obstante, en los últimos años, la presencia de las rabonas está siendo abordada, principalmente, por historiadores, pero esa figura merecía una novela que diera luces de su verdadera dimensión y Teresa Ruiz Rosas ingresa a ese mundo recreando el modo de hablar de las rabonas mediante una técnica coral que le permite construir no solo un retrato de época, sino del mismo modo un diálogo con la actualidad.
Una mirada a la trayectoria de Teresa Ruiz Rosas nos brinda una evidencia: una coherencia discursiva basada en la mujer y en la historia. Pensemos en sus celebradas novelas El copista (finalista del Premio Herralde de Novela 1994) y Estación Delirio (Premio Nacional de Literatura 2020). Con Coreografía para trenzas solas firma, una vez más, su posicionamiento como escritora mayor. La República conversó con Teresa Ruiz Rosas.
-La mujer y la historia son los troncos de tu poética. ¿Coreografía para trenzas solas es una novela especial para ti?
-Es muy acertado lo que me dices. La mujer tiene un papel minúsculo en la historia y siempre he querido devolverle el espacio que ocupó en el pasado. El caso de las rabonas es bastante notorio, porque no se las tuvo en cuenta en absoluto. Entonces ahí hubo que inventar mucho más. No he tratado de que el invento sea así, solo disparado, sino que tenga una cierta coherencia con el marco histórico. Es un tema que siempre me ha llamado la atención por lo injusto.
-Aún no hay una definición exacta de lo que eran las rabonas. Decir que eran las mujeres que acompañaban a las tropas es el punto de partida.
-La rabona era, en esencia, la mujer que acompañaba al soldado a la guerra. En los tiempos de las guerras de la independencia, no había intendencia. Entonces, ellas se encargaban de todo. Eran amantes, eran madres de los hijos que iban teniendo, eran enfermeras, eran cocineras, eran lavanderas, eran proveedoras muchas veces de alimentos, recibían a veces algo de plata para conseguir, pero si no había plata tenían que ir a puñetazos para que les dieran algo. Su función era múltiple, incluso cargaban las cosas. Está el famoso cuadro de Pancho Fierro, donde las ves cargando, porque los soldados eran intocables.
-Eso se ve en la novela. Había una cuestión machista ahí.
-Pero por supuesto, era muy machista, claro que sí. Por eso he querido introducir a la mujer luchadora, la que trata de oponerse un poco a ese machismo. No me puedo imaginar que todas hayan sido sumisas totales, me puedo imaginar mujeres que hayan tratado de ser algo combativas con esa situación.
-En la novela desfilan los héroes de la independencia y queda claro que la independencia no pudo ser tal sin las mujeres.
-Absolutamente. Por otro lado, el objetivo verdadero tampoco se consigue del todo, ¿no? Si se hubiera conseguido, no tendríamos lo que tenemos ahora: polarización, radicalización y desprecio por determinadas etnias. Está la tradición étnica de muchos, ojo, que apenas han subido o tienen el poder o se han hecho narcos o lo que sea y desprecian a su etnia y no les importa que les disparen.
-Es evidente que hay en la novela una denuncia al racismo.
-En el año 1975 yo fui becada a Budapest y lo primero que vi fue una exposición sobre el apartheid en Sudáfrica. Es casi como en Perú, pensé. Ahora la situación ha cambiado en muchos aspectos, pero no se ha resuelto del todo. Todavía existe un desprecio étnico en el pueblo, aún hay gente que no concibe una mezcla. No se acepta que la hija de una familia esté con alguien de un barrio pobre. Aún existe entre nosotros una relación clasista y racista, menos que cuando me fui a los 19 años, porque se han mezclado muchos factores, sobre todo económicos y de educación también al haber accedido a los estudios. Ahora hay otras posiciones sociales, pero todavía existe ese factor. Eso es lamentable porque condiciona muchas cosas o provoca muchas cosas.
-Esta es una novela que “se escribe sin escribir” durante muchos años. El historiador Juan José Vega fue quien te dijo que escribieras de las rabonas.
-Yo estaba dirigiendo en Arequipa el Peruano Alemán y unos chicos de antropología de la San Agustín me pidieron el local para hacer un congresito de estudiantes. Yo les di el local y su invitado estrella era Juan José Vega. Yo ya había publicado en Lima Kurier, la revista que sacaba José B. Adolph, mi primer cuento “Dios te salve”, que es un cuento claramente antirracista. Lo escribí en Budapest. Después de conversar mucho rato, me dijo mira tú tienes que escribir o tendrías que escribir una novela sobre las rabonas. Y yo debo reconocer que no sabía lo que eran las rabonas. Era el año 1986. Me dijo también que sería una gran novela. Después de algunos años, me dio un manuscrito en español de todo lo que había encontrado de las rabonas. Ponte las pilas, me dijo. Recuerdo también que se lo comenté a Estuardo Núñez y me dijo uy, eso es meterse en camisa de once varas porque no hay nada sobre eso y vas a tener que inventártelo todo y que iba a ser algo muy difícil.
-Esta es tu novela que corre más, pero usando un lenguaje artificial pero verosímil. En novela breve suele funcionar, pero cuando hablamos de una novela de más de 500 páginas, es otra cosa y lo tuyo aquí sí es superlativo.
-Es como una diglosia. Pero lo más difícil para mí fue encajar las situaciones cotidianas con los acontecimientos históricos. Eso es lo que más me ha costado. Cuando supe qué es lo que quería hacer, el tono de las mujeres no me fue difícil. He pulido y he trabajado el lenguaje, desde luego, pero con ese placer de la escritura, que es algo tan bonito que tú fuiste el primero que lo dijo, hace varios años, en cuanto a la experiencia literaria. Eso ha sido una gozada, en cambio, poder enmarcar las escenas con los acontecimientos históricos reales me ha costado un poco más porque no puedes inventar tanto, porque entonces se rompe la verosimilitud.
-Tenemos historias de mujeres, como bisabuelas, abuelas, madres e hijas. La historia de Waylla Candelaria, ambientada en la actualidad, nos lleva a un doloroso periodo: el de las esterilizaciones forzadas durante el fujimorismo.
-Primero les cortaron las trenzas y al final les cortaron las trompas a las mismas mujeres. A mí, me duele mucho, me parece un atropello. Cada mujer tiene el derecho de decidir sobre lo que hace con su cuerpo, con su descendencia, con las consecuencias de sus actos, todos incluidos los sexuales, o sea, nadie tiene por qué forzar a una mujer a nada. Las esterilizaciones forzadas fueron avaladas por el Estado en plena democracia. Eso es lo más perverso porque está “avalado” por el Estado y quienes fueron víctimas de eso fueron las mujeres que están en los estratos sociales más bajos.
-Hay mucha crítica al racismo y clasismo, como ya hemos anotado. Arequipa no es ajena a esa crítica. ¿Qué fue lo que diferenció a tu familia y a ti de ese lastre?
-Yo lo he visto en Arequipa, pero en casa no éramos así. Mi padre era una persona que trataba de usted a las personas que trabajaban en la casa. Siempre hubo mucho respeto y nos inculcó ese respeto. El racismo lo veía en el colegio Peruano Alemán, veía cómo se burlaban de la gente que hablaba mal el español, como una cosa tipo ¿entiendes el castellano? No se veía como una riqueza del castellano. Omar Aramayo, en la presentación del libro en El Virrey, contó que, durante la entrega del Nobel de Literatura, Vargas Llosa dijo que el español era endulzado por el quechua y el aymara. Pero de la época que te hablo, se veía como que estos no saben ni hablar, siempre con desprecio y el sentirse por encima de los demás. Mi padre nos inculcó ese respeto con su ejemplo y con toda la cultura que nos dio. Compraba muchos libros, nos los entregaba y hablábamos de lo que leíamos.
-La poesía es la marca de tu narrativa. Nunca te he preguntado, pero ¿cuánto influyó tu padre, el gran poeta José Ruiz Rosas?
-Influyó muchísimo y por eso también he querido rendir homenaje a su obra al poner todos los títulos, que son poemas suyos, de su poemario Llaki Urpi. Él hablaba bastante en poesía. Era un hombre singular porque le daba una dimensión poética a la cotidianidad. Cuando le dije que quería ser narradora, me dijo te compadezco, es todo un lío porque al final también vas a terminar hablando de personas que conoces y se van a enfadar.
-Toda tu obra está marcada por la denuncia. ¿Eres una escritora con inquietud moral?
-A mí me gusta más la palabra ética que moral, porque moral está muy cerca de moralina y de lo que son las convenciones; en cambio, con la ética están los principios y yo soy casi obsesiva con eso, hasta me he distanciado de gente por problemas de principios. Soy una escritora con inquietud ética. No me gustan las injusticias, ni el racismo, ni el clasismo.
