Del encuentro
Ayer, 12 de octubre, se recuerda el descubrimiento de América. Desde hace tiempo hay personas que rechazan referirse al evento de esa manera, puesto que los americanos habían ya “descubierto” su territorio miles de años antes. Se ha propuesto la idea del encuentro de dos mundos, que me parece mucho más acertado.
Efectivamente, a partir de ese día se encuentran dos grupos humanos con una trayectoria muy diferente. Al principio, el encuentro resulta muy dañino para los habitantes de las islas del Caribe. Después, cuando el mundo europeo se enfrenta al mesoamericano (y, un poco después, al andino), todo cambia.
Ahora que los “despiertos” (woke) tomaron control de la academia, han enfatizado las desgracias americanas. No ven otra cosa que violencia, colonialismo y destrucción. Hubo violencia, como la ha habido siempre, pero especialmente en el siglo XVI. Hubo destrucción, como la hay todavía hoy. Pero no hubo eso que llaman colonialismo. Hay en ello un anacronismo de la mayor importancia.
El colonialismo que tanto desprecian estos académicos es un fenómeno propio del siglo XIX, que con dificultades sobrevive a la mitad del siglo siguiente. Es producto del acelerado crecimiento europeo, que los lleva a buscar insumos por todo el planeta, actuando en cada lugar según la capacidad política que enfrentaban. Colonizaron África, pero no pudieron hacerlo por completo en Asia. Por acá, ni siquiera eso. Acá encontraron naciones, ya independientes, con las que negociaron, produciendo las élites más ricas del planeta, que usted conoce como “los héroes que nos dieron patria”. Es de ese periodo de donde data la desigualdad extraordinaria de América Latina, no de aquel encuentro que celebramos el 12 de octubre.
En el siglo XVI, quienes llegan a América lo hacen para “poblar”, es decir, para construir un orden político que sin duda les beneficie, pero que no es una colonia en el sentido del siglo XIX, que es el que hoy seguimos teniendo. Construyen reinos que, en la lógica de ese entonces, son subordinados al reino de Castilla y por eso son gobernados por virreyes. Desafortunadamente, bichos y vacas van a provocar la destrucción que los españoles no buscaban, ni querían. Su esperanza era gobernar sobre los americanos, para ponerlos a trabajar a su servicio, no exterminarlos. Fueron los bichos, y luego las vacas, cerdos, borregos y gallinas, los que arrasaron.
Para fines del siglo XVI, la población americana se había desplomado. No sabemos exactamente cuánto. Las estimaciones van de dos terceras partes a 90%. Los que quedaban tuvieron dos opciones: aislarse o fusionarse con los nuevos mandantes. Eso implicaba cambiar de religión, y lo hicieron parcialmente. El cristianismo que traían los conquistadores era ya una religión adaptada a la península ibérica, que poco antes había sido islámica. Acá se modificó más, acomodando las viejas creencias a santos y vírgenes, para hacerla soportable.
Medio siglo después, en lo que hoy es México, o, para ser más exactos, en la zona central, existe ya una sociedad diferente a la española y a la americana anterior al encuentro. Tiene características heredadas de ambas, y tiene otras propias. En 1648, al mismo tiempo que Europa termina una de sus peores guerras, en México se publica la primera narración de las apariciones de Guadalupe. A partir de entonces, Nueva España se convierte en la joya de la corona, en la región más rica, en el centro del comercio global (gracias al galeón de Manila), en el sostén de toda América española (financiaba a Filipinas, el Perú y el Caribe).
Pues sí. México ya fue uno de los países más importantes del mundo. Lo fue durante ese periodo que no se enseña en la escuela. Y lo que fuimos entonces es exactamente lo mismo que somos hoy: una sociedad barroca, escandalosa, ostentosa y medieval. Eso, al menos, es parte de lo que encontré al escribir Conspiraciones. México a través de seis siglos. Ojalá lo pueda leer.