La política en manos de insensatos
Circulan por ahí autoridades que no andan muy sobradas de luces, pero se las arreglan para lograr su objetivo, relacionado en primer y último lugar consigo mismos.
La primera señal de que estamos frente a alguien así es su deseo del cargo a toda costa, es decir, lo ansían como un fin en sí mismo y no como un medio. El fin será, unas veces y otras, envanecerse con el poder, intentar coser un yo deshilachado o lograr venganza real e imaginaria contra sus objetos y sujetos de odio.
El medio debiera ser el servicio de la cosa y la gente a quienes representa, pero no. Los tiene sin cuidado el mandato que viene con la elección y, habilidosamente, fingen hacerlo o hacen lo suficiente para perpetuarse.
El filósofo estadounidense John Rawls distingue entre lo racional, enfocado en el interés propio, y lo razonable, orientado al bien común. Los sujetos a los que me refiero no son capaces de hacer la diferenciación.
Así, el segundo aviso es que, cuando llegan, actúan teniendo en consideración, cuando mucho, lo racional, o sea, lo formalmente correcto, en abstracto, sin consideración del contexto. Van de acto en acto con apariencia de estar obrando correctamente, pero cuyo centro resulta en daño colectivo.
Se trata de autoridades faltas de entendimiento en lo razonable, consideración que permite leer la coyuntura, sopesar para dar prioridad a lo justo y moral, hacer cabida a las diferentes valoraciones que tendrán sus actos, y crear un balance entre los beneficios individuales y la colectividad.
Están obsesionados con la eficacia en su meta por logros, pues eso les permitirá continuar en el poder repitiendo el ejercicio de autoridad. De ser imposible, pondrán a alguien en su lugar y se quedarán detrás, maniobrando, mientras les llega el turno nuevamente de ganar.
Entretanto, correrán el riesgo de la competencia de otros que quieren lo mismo, dando paso a una escena que la filósofa siria Ikram Antaki, con la ironía que la caracterizó, llamó, pelea entre chimpancés viejos y chimpancés jóvenes.
Y la última señal que sugiero de la figura de esta clase de autoridades es el uso de estrategias maquiavélicas: ocultamiento de los métodos de trabajo, fomento de la desconfianza hacia quienes no le son favorables, encargo del trabajo sucio a terceros, control del relato presentándose como bienhechor, vigilancia absoluta de sus subalternos para que nadie “respire” sin su permiso.
Estamos hablando de la flacura ética que asiste a algunos líderes, cómo no, pero también, como señalé al inicio, de su despoblamiento intelectual.
Bien harían ellos en notar, de la mano del filósofo británico John Stuart Mill, que la primera causa de insatisfacción vital es el egoísmo y la segunda, la falta de cultivo intelectual.
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Isabel Gamboa Barboza es escritora, profesora catedrática de la UCR y docente tiktokera.