ru24.pro
World News in Spanish
Октябрь
2025
1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13
14
15
16
17
18
19
20
21
22
23
24
25
26
27
28
29
30
31

Rituales de domingo, siempre

0

Es domingo 28 de setiembre. Amanezco en Madrid, aún sobreestimulado luego de presenciar la goleada histórica que recibió en el derbi de la capital española el Real en manos del Atleti, en un Metropolitano rojo, eufórico, abarrotado, solo comparable con la Bombonera –con perdón de mis amigos argentinos, que seguro me odiarán por semejante comentario–. Pero es domingo, insisto, y hay rituales por cumplir, más por necesidad que por obsesividad.

Me siento a leer El País Semanal en un restaurante en la zona de La Latina, en la versión impresa que recién compré en un viejo quiosco de periódicos. A la inversa de lo usual, también viajo con Ovidio, Jurgen y Ana Coralia, mis colegas de Letra Libre, pero en esta ocasión, en la versión digital. No tengo acceso al café recién molido comprado en el Mercado Central en San José, ni está tan bueno como siempre, pero es lo que hay, y las palabras me llaman a gritos.

Javier Cercas, con sus ironías acostumbradas, despedaza a José María Aznar y a un tal Trump. Ignacio Peyró me recuerda cómo quienes estamos en la década de los cuarentas hemos logrado sobrevivir más por lo que dejamos de hacer que por lo elegido, y siempre rescatados del abismo –de los abismos– gracias a la lectura. Curiosamente, Rosa Montero y una entrevista a Teju Cole, profesor de Literatura de Harvard y escritor, hacen mención de la psiquiatría, la psicosis en que vivimos y las búsquedas desesperadas para pausar y salir del desenfreno que nos arrastra río abajo.

El fotoensayo de Diego Ibarra Sánchez sobre la destrucción masiva de escuelas en Siria me hace estallar el corazón por la crudeza gráfica de las secuelas de los artefactos sin detonar. El estrés temprano en la vida parece ser cosa de todos los días, tan normalizado, tan de cualquier lugar del mundo; las guerras, a su vez, son más, muchas más de las que queremos creer –¿acaso de las que nos interesa enterarnos?–.

Hoy no hay Caparrós con Pamplinas, su columna habitual, pero rebotando en una librería entre Antón Martín y Tirso de Molina, emblema para todos los sabineros, encontré Sindiós, un pequeño ensayo publicado en junio pasado sobre su ateísmo recalcitrante, “sin remedio”, a sabiendas incluso de su prematuro final. Me convenzo de que prefiero leerlo ahora en vida porque hacerlo Antes que nada –antes de morir, según sus propias palabras en estas sus memorias–, previo a que la esclerosis lateral amiotrófica le gane la partida, da esa sensación de cercanía, como si hoy estuviéramos en esta misma mesa, dialogando, deteniendo el tiempo, entendiendo el origen de las palabras.

Y me pregunto, ¿por qué los domingos que no me brindan estos espacios de lectura y escritura me traen lunes más cansados, semanas más desgastadas? Y retomo a Rosa, entonces, y a este convencimiento absoluto de que los billones de dólares malgastados en la investigación en psiquiatría genética no explican en qué momento, como humanidad, dejamos de dormir, estallamos en la inflamación que nos generan los alimentos que consumimos a diario, quedamos varados en nuestro sedentarismo, desconectados de nosotros mismos y de las emociones –disociados–, con la sensación, por momentos, de un rumbo irremediablemente perdido. Me termino de convencer de que la vida es mucho más que lo cuantitativo, como nos enseñaron en las clases de Medicina y como nos invitan a pensar –a diario– las compañías farmacéuticas.

Y entonces respiro, me abstraigo del ruido y de la muchedumbre, tomo un sorbo más de café, y pienso en todos nuestros escapes que no son, a fin de cuentas, más que breves bocanadas desesperadas para volver a nuestra esencia, a aquello para lo que sí estamos evolutivamente diseñados: un cortis en favor del equilibrio. Y así, algunos domingos, o martes, o el día que sea –que se pueda, si somos lo suficientemente afortunados–, unos correrán en La Sabana disfrutando del sol fresco y del zacate aún mojado por el sereno; otros, muy a gusto, dormirán plácidamente hasta tarde. Habrá quienes prefieran salir a pasear al perro, o a sentarse en un tronco a ver las olas cuando se levantan las brumas tempraneras, o a visualizar el juego de sombras entre las montañas conforme asciende el sol, o simplemente estar ahí afuera para saludar al vecino que regresa con el pan fresco, intercambiar un par de palabras y de sonrisas.

Están, siempre, los irrenunciables asiduos a la feria del agricultor, los que buscan la espiritualidad en las congregaciones, o, mejor aún, en la naturaleza, con el verde del volcán Barva y allá en el Caribe, con la curiosidad de las guatusas y el aleteo de las pavas; otros se sentirán más cómodos en familia, o disfrutando de la soledad, sabiéndolo, con consciencia y con estima –con autoestima–.

Y no importa la actividad ni el lugar; tarde o temprano, de forma espontánea, intuitiva, surge la necesidad de lanzarse fuera de ese vagón descarrilado que llaman vida y quedarnos ahí, quediticos –o en movimiento–, para darnos un poco de lo que tanto necesitamos. Yo prefiero la lectura, en papel, en pantalla, en blanco y negro, con los dedos manchados, con el aroma de un domingo recién chorreado, como sea y donde sea. ¿Y usted, con qué se queda?

ricardo.millangonzalez@ucr.ac.cr

Ricardo Millán es médico especialista en Psiquiatría y profesor catedrático en la Universidad de Costa Rica (UCR).