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Decepción de género

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Ahora lo llaman así y así se cuenta: «Es el duelo silencioso de madres que esperaban una hija y tendrán un hijo». Cierto es que cuando estás en espera, los padres fantaseamos con el sexo de la criatura. Cómo será, a quién se parecerá, cómo se transformará mi vida a su lado... Generalmente los hombres, y más si es el primero, prefieren un varoncito. Las mujeres, en general, una niña. Yo así lo imaginé, y como tenía la suerte, ya que era una adopción, de mostrar mi preferencia, rogué que fuese una hembrita.

Mi marido lo aceptó por contentarme. Y llegó el día y, sin saberlo, nos entregaron a una preciosa rubicunda con una efusividad asombrosa. ¡Qué alegrón tenerla por fin!

Pronto notamos que a sus dos añitos tenía comportamientos muy masculinos. Era la líder del grupo de bebés del orfanato y caminaba como un pequeño cowboy. Por supuesto eso nos hacía reír y la amamos desde el primer instante. Ya en la crianza la niña se negó a vestir faldas o ponerse diademas. Se negó asimismo a aceptar su nombre y su cuerpo. Un cuerpo que le generaba incomodidad y aflicción. En la adolescencia lo expresó con meridiana claridad: “Soy un chico y quiero serlo en todos los sentidos». Me afectó, claro, no por perder a mi niña, sino por lo que eso implicaba de tratamientos médicos.

Consultamos a los expertos, no había ninguna duda, mi chica era un chico. Había que luchar por su felicidad. Hizo mi hijo una transición llena de alegría, y poco a poco se fue convirtiendo, físicamente también, en un hermoso muchacho sin aflicción. La experiencia fue extraordinaria para todos, y mi hijo pudo por fin ser el cowboy de su vida. No le amo ni un ápice menos que a aquella niña que soñaba en la espera. Porque esa «decepción de género» se nos borra mágicamente a todas las madres cuando los tienes aquí.