¿Quiere ligar? Pues ahórrese el Tinder: ¡lea a Dostoyevsky!
Leer es sexy, lo diga María Pombo o su fotero. Así lo demuestran las últimas tendencias sociales a la hora de ligar. Más allá, por supuesto, de los que quedan para jugar al pádel o para practicar running con el objetivo de tocar peluche: allá cada cual lo que hace con sus sudores. Bueno, de vuelta a los libros, por un lado, parece haber un auge importante en España de esa práctica que los modernos llaman «performative reading», es decir, leer clásicos muy tochos –Tolstoi, Marco Aurelio, Thomas Mann– en el metro, en la barra de un bar o en la sala de espera de una clínica de injerto capilar. Al hilo, recomiendo seguir una cuenta en X, muy ilustrativa que se llama «Gente leyendo en el metro». Vamos, al «performative reading» aquí se le ha llamado de toda la vida postureo.
Por otro lado, ha entrado por Barcelona, como toda vanguardia progresista innecesaria, la práctica de la «silent reading party», o dicho en cristiano, quedar en espacios públicos –puede ser el parque o la playa– para leer en silencio. Por lo visto, después de una hora zampándote capítulos de «Madame Bobary» o de «Los pazos de Ulloa» se abre la veda para hablar con los que están a tu alrededor sobre las lecturas o sobre lo que se quiera: por ejemplo, debatir si Luis de la Fuente debe convocar a Álvaro Carreras o, qué sé yo, si es razonable tener que reservar en Celler Can Roca con un año de antelación. Bueno, para la «silent reading party» tenemos otro nombre en castellano: biblioteca, o si se quiere, biblioteca al aire libre. Anda que no se ligaba en la de Ciencias del Campus de la UGR...
Bien, por terminar con buen sabor de boca, estas prácticas literario-amatorias me sugieren una buena ristra de pareados como los que siguen: «Estaba leyendo a Kundera/ y acabé dándote cera», «Del Quijote solo recuerdo/ que el tío era un poco cerdo», «¿Me preguntas por la mágica montaña/ si tú sólo querías que te diera caña?», «Lo nuestro ya era un desmadre/ cuando Páramo encontró a su padre», «Arrancamos con ‘‘Otelo’’/ y acabé tocando pelo», «No lo recordaba así/ el final de ‘‘Moby Dick’’», «Entre versos de Quevedo/ nos lo pasamos de miedo» o «Lo que agarraste, chata,/ no era ‘‘El tambor de hojalata’’».