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Cómo Ozempic ha espoleado la vuelta a la cultura de la delgadez, los pantalones pitillo y las modelos escuetas

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No es una deidad de TikTok con una legión millonaria de seguidores. Ni una celebridad con apellido notorio y fama mundial. Tampoco la microtendencia de turno, avalada con el sufijo -core y un hashtag –ahora toca el #mocacore, por cierto–. Y desde luego no lo que se contonea por las pasarelas del mundo. Ni siquiera el juego de sillas, al que aún le quedan un par de envites en la manga, que ha puesto patas arriba el organigrama de la industria y hecho casi imposible atribuir una identidad concreta a una marca. El verdadero director de orquesta de la moda este año es la semaglutida, una versión sintética del péptido similar al glucagón tipo 1 (agonistas del receptor GLP-1, en la jerga) que estimula al cuerpo a producir más insulina, suprime la liberación de glucagón y hace que el azúcar pase de la sangre a las células para producir energía.

Comercializada inicialmente como medicamento bajo el nombre de Ozempic, nació para tratar la diabetes tipo 2. Pero se ha hecho famosa –y codiciada hasta el punto del desabastecimiento– por un talento sin precedentes para quitar kilos en tiempo récord. Y va a más: se ha demostrado que reduce el riesgo cardiaco en un 20 %, y ahora se está estudiando como tratamiento para la adicción, el síndrome de ovario poliquístico, la insuficiencia renal crónica, la demencia y el alzheimer. Hasta con un nuevo baby boom se la relaciona.

La revista Science la coronó avance científico del año. El año pasado la farmacéutica danesa Novo Nordisk, su artífice, se llevó el Premio Princesa de Asturias de Investigación Científica y Técnica. Y le arrebató el laurel de empresa más valiosa de la Bolsa europea a LVMH. Su valor de mercado, cifrado en 570 000 millones de dólares, supera el PIB de Dinamarca.

Ozempic, Wegovy –la versión destilada ex profeso para tratar la obesidad que se aprobó en mayo en Europa– y Mounjaro –el contraataque que la farmacéutica Lilly lanzó en 2022– son las relumbrantes estrellas del rock no solo de la industria farmacéutica, sino de todas las demás. Ya han generado un negocio de 39 640 millones de dólares. Y, solo en Estados Unidos, los expertos cifran su impacto en la economía nacional en el billón. Ha encandilado al mundo. Búsquenlo en Google: 652 500 000 resultados. Desde artículos en revistas científicas y titulares polarizantes a extensas listas de famosos que (presuntamente) han hecho uso de sus bondades. “La droga de Hollywood”, la llaman. Y no solo porque el mote tenga gancho: cuando la ceremonia de los Globos de Oro arranca con “Buenas noches, y bienvenidos a la gran noche de Ozempic”, es porque hay tema. Y uno con más aristas que el rancio pasatiempo de comentar el aspecto ajeno. Si la atención a la cuestión del “¿qué llevas puesto?” ya les parecía inaceptable, que esperen a ver la de titulares que amasa la cuestión de su peso.

El chascarrillo de la humorista Nikki Glaser –la primera mujer en presentar la gala en sus 82 años de historia, por cierto, con ovación unánime– apuntaba al hecho de que el star system, una vez más, escolta la pauta estética. Y, una vez más, apunta a la delgadez. Viene de largo: en 1910 ya se hablaba del “la sílfide”, ese ideal de fémina de belleza etérea y cintura diminuta, corsé mediante.

Hoy, el camino de la alfombra roja y el famoseo a las redes sociales –en 2024 los vídeos con el hashtag #Ozempic ya amasaban 1200 millones de visualizaciones en TikTok– y de ahí a la calle es corto. Y cada vez más inmediato. La Sociedad Americana de Cirujanos Plásticos, la organización de cirugía plástica más grande del mundo, ha echado cuentas y visto que las curvas ya no se estilan. Según su último informe, de 2023, el número de procedimientos estéticos subió un 3,4 % ese año –y la friolera de un 40 % en los últimos cuatro–, llegando a los 34,9 millones. Y en el primer puesto de las cirugías… sorpresa: la liposucción, subiendo un 7 % anual. En el segundo: la reducción de abdomen, arriba un 5 %. Vista la cadencia, aseguran, en el top tres de las de 2025 estarán la reducción de implantes de pecho y glúteos, los lifting de cara y cuello –que no poco tiene que ver con la pérdida de firmeza que provoca el consumo de semaglutida: “cara Ozempic”, lo llaman–, y la remodelación de costillas para estrechar la cintura. Es la nueva era del “cuerpo de ballet”, han decretado.

El body positive tiene los días contados. Poco han durado las palabras de apoyo y aliento para aquellas celebrities que se personaban en la alfombra luciendo curvas y una talla 46. Sin embargo largo y tendido se ha escrito de las ¿encomiables? pericias de Kim Kardashian para perder ocho kilos en tres semanas y subir las escaleras del MET enfundada en el vestido con el que Marilyn cantó el histórico “Happy birthday, Mr. President” –la primera vez que el traje de 4,8 millones de dólares, el más caro jamás vendido en una subasta, salía de la vitrina a prueba de balas donde su dueño, Jim Pattison Jr., lo custodia–. Aquel fue el inicio de la histeria colectiva. Sin sorpresas: el clan Kardashian ha llevado la mano en el modelaje del paradigma estético. Basta con ver la cantidad de corsés moldeadores, voluminizadores de labios y Flat Tummy Tea que han vendido. O, más recientemente, fajas para esculpir la silueta, monos compresores y leggings con mucho elastano: el año pasado Skims, la firma de lencería que Kim lanzó en 2019, se convirtió en un negocio de 4000 millones de dólares.

Y la empresaria pasaba del “abraza tus curvas y quién eres” que proclamaba en 2010 al “quería llorar de alegría cuando la cremallera subió” que reveló en el vídeo con el que Vogue USA documentó el arduo proceso para meterse en el vestido de Monroe. Contó que se ponía un traje de sauna dos veces al día y corría en la cinta, que eliminó por completo el azúcar y los carbohidratos y se alimentó únicamente de verduras y proteína –la otra panacea de la actualidad estética–. Renegó de Ozempic. Muchas cejas escépticas se levantaron.

Empezaba el juego de marcajes y negaciones. Titular tras titular sobre si la nueva silueta de Jessica Simpson era cosa de la semaglutida o si detrás de la cada vez más estrecha cintura de Kylie Jenner estaban el quirófano o el polémico inyectable de Novo. Hasta que Oprah, la profeta catódica por excelencia, lo desestigmatizara en prime time espetando que “se acabó la vergüenza”. Y ahora reconocer que uno se pincha Ozempic (o similares) es como salir del armario en los 90: valiente, loable, empoderado.

La lista de celebridades en el club de fans no ha dejado de crecer: Kelly Clarkson, James Corden y Boris Johnson –sí, también hay hombres en el repertorio–, Amy Schumer, Rebel Wilson, Sharon y Kelly Osbourne, Gracie McGraw, la tiktoker Remi Bader, Tori Spelling, el siempre controvertido Elon Musk, Kourtney Kardashian –que hasta ha lanzado un suplemento similar a Ozempic con su marca de suplementos Lemme–. Tampoco han faltado las que se han pronunciado en contra. Kate Winslet, Sophie Turner, Jameela Jamil, Julia Fox, Arianna Huffington, Bella Thorne o Lottie Moss, que después de varios pinchazos, siete kilos y un viaje al hospital, pregonó en redes que prefería morir a volver a tomarlo. Pero el trato de una silueta más esbelta como alabanza vuelve a resonar, apoyado además por una obsesión nostálgica con los 90 y los 2000 que ha recuperado de la hemeroteca el heroin chic, las series donde la diversidad de los castings brillaba por su ausencia, y las miríadas de celebrities luciendo pantalones de tiro bajísimo, tops concisos, piercings en el ombligo y abdómenes cincelados. Y ni la pasarela ni la calle han tardado en volver a hacer sitio al elogio de la delgadez.

El uso de semaglutida se ha disparado un 2000 % en España. Uno de cada ocho estadounidenses ha consumido Ozempic. Y si en 2018 el 90 % de esas prescripciones era para tratar la diabetes tipo 2, en 2023 la cifra bajaba al 58 %. La idea de adelgazar a golpe de pinchazo se ha hecho tan sugerente que los políticos lo incluyen en sus campañas: Eduardo Paes, que ejerce desde 2020 como alcalde de Río de Janeiro, prometió el acceso generalizado a una versión genérica de Ozempic si salía reelegido.

La belleza siempre ha sido transaccional. Y un negocio rentable. Las ventas de cremas y suplementos de colágeno para escapar de la “cara Ozempic” se han disparado. En los centros de belleza dicen que nunca han visto tal demanda de rellenos dérmicos. Y si el frenesí keto ya había hecho de la proteína la reina de la industria alimentaria, la perdida de masa muscular que provoca la semaglutida la ha catapultado a gallina de los huevos de oro.

La moda, claro, no iba a quedarse atrás. La consultora Impact Analytics analizó los patrones de compras en Manhattan y descubrió que, comparadas con 2022, las ventas de camisas en XXS, XS y S habían subido un 12 % mientras las de XXL, XL y L caían un 11 %. En Poshmark, una de las grandes plataformas en el mercado de segunda mano –otro de los grandes beneficiarios de la popularidad de la semaglutida–, la oferta de prendas plus size se ha disparado un 103 %, a la par que la demanda de tallas más pequeña. Se deshacen de un armario que ahora les queda grande.

Y buscan uno nuevo para estrenar figura. Buscan menos tela, diseños más reveladores, tejidos más ceñidos. Y el sector ha tomado nota. La plataforma Tag Walk –el Google de la moda– pone las transparencias y la lencería a la vista en el podio de las tendencias de la próxima primavera-verano 2025. Los pantalones pitillo –vistos en los desfiles de Diesel, Loewe, Marni y el ajuar sartorial de Bella Hadid, Kendall Jenner y Taylor Swift– amenazan seriamente con volver. Y si en 2024 ya se pujaba por el regreso de las cinturas marcadas, los vestidos bodycon que siluetearon los 2000 se hacen fuerte en el repertorio de las nuevas colecciones.

A mayores, el asunto no se queda en la ropa. En octubre Vogue Business publicó un estudio sobre inclusividad en las pasarelas: de las 8763 salidas en los 208 desfiles de mujer de primavera-verano 2025, el 94,9 % eran de modelos con tallas entre la 0 y la 4 –o 32 y 36 según el estándar europeo–. El 0,9% eran plus size. Y el 4 % restante, midi. O in between, ese término entre insolente y embustero que la industria acuñó para referirse a las maniquíes con una talla media, que no eran ni la estandarizada 34 ni grande. Es decir, las más representativas de la población femenina mundial. También las más escasas. Al caso: de entre las siete modelos que protagonizaron la portada digital de la edición norteamericana de Vogue este diciembre bajo el titular Fashion gets real –qué ironía–, tan solo una podía calificarse, siendo generosos, como in between.

“La realidad es que a la moda le encanta una modelo delgada”, espetaba Vanessa Friedman en The New York Times. “Y cuando se le deja hacer, como era de esperar, regresa a sus formas”. Hasta Instagram ha estirado el formato de sus fotos para que sean más largas y estrechas. El canon estético vuelve a pregonar la delgadez. Y el apogeo de la semaglutida es a la vez causa y síntoma. La penúltima reafirmación de que la aspiración por amoldarse a un patrón está enraizado en la sociedad, y va mucho más allá de la estética. Naomi Wolf lo puso en negro sobre blanco hace 35 años en su libro El mito de la belleza: “Una cultura obsesionada con la delgadez de la mujer no es una fijación con la belleza femenina, sino con su obediencia”. Ozempic ha desvestido las grietas de un body positive agotado, “marketinizado” y “tokenizado”. Pero se puede volver a levantar. Mejor. Más fuerte. Menos oportunista.